El Prisma

Otro debate absurdo

  • La polémica del Guadalmedina mide la talla política de la ciudad: Claro que se puede embovedar. ¿Pero es deseable hacerlo? Preguntemos a quien sabe

MÁS que Guadalmedina, el río de Málaga debiera llamarse Guadiana. Habitualmente oculto, cada vez que se acercan unas elecciones sale a la superficie. Es todo un síntoma: llevamos veinte años debatiendo sobre él pero no tenemos ni idea de qué hacer con el feo cauce. Como con las enfermedades, no faltan los médicos de pacotilla prestos a hacer un diagnóstico a bote pronto. El río hay que embovedarlo. No, hay que hacer un parque lineal. No, hay que dejarlo como está porque es una fuente de vida. Todo el mundo tiene una opinión y todo el mundo se precipita. Se supone que los arquitectos, y los concursos de ideas, están precisamente para eso: ofrecer el mejor tratamiento posible para curar las cicatrices de la ciudad. Pero aquí cada uno ha puesto ya la venda antes de saber a qué tipo de herida nos enfrentamos. Y a algunos se les ha visto el plumero.

El alcalde, no esperábamos otra cosa, ya ha hablado de cubrir todo el cauce para hacer un bulevar con carriles, aparcamientos subterráneos y una línea de Metro. También, de paso, algún jardín. Da igual que el tráfico sea justamente el problema que no tenga el eje Norte-Sur. Pedro Moreno, el candidato de IU, fue el primero en avisar de sus verdes intenciones. No sean mal pensados, quiere un parque fluvial, no el recinto que se busca para la prostitución desde que una ordenanza prohíbe el sexo callejero. También se ha pronunciado, faltaría más, la alcaldable del PSOE y delegada de la Junta (suponemos que partido e institución tendrán la misma postura, si no podemos empezar a hablar claramente de trastorno bipolar), María Gámez, quien se opone a embovedar todo el río y aboga por una solución "ciudadana y no especulativa". Paradójico que la última en llegar, la portavoz municipal socialista, Begoña Medina, fuera la más sensata, amordazada como estaba cuando le preguntaron los periodistas: "Ha llegado el momento en el que nos tenemos que sentar todos en la Fundación Ciedes para consensuar entre todos un proyecto que sea el mejor para la ciudad". Palabras vacías, pero no necias.

Así que en apenas dos días desde que se hizo público el informe técnico de Fomento, que permitía cubrir el cauce siempre que se realicen una serie de obras, ya tenemos el Guadalmedina convertido en objeto central de la campaña electoral. La polémica mide la altura política e intelectual de la ciudad. Hace más de cinco años, todas las instituciones y partidos acordaron, en el seno de la Fundación Ciedes, que se convocaría un concurso de ideas para buscar una solución al cauce. Ni caso. Se supone que los urbanistas han estudiado y desarrollado una carrera para eso, dar respuesta a los problemas. El siguiente debate, claro está, es el de los arquiestrellas versus los profesionales locales. O el Guadalmedina lo arregla sir Norman (¿cuánto pesa su cauce, señor Foster?) o no tendrá remedio. Pero claro, los políticos locales pretenden ponerle condicionantes a estos visionarios, cuando lo ideal sería convocar un concurso sin apriorismos, en el que se dé la máxima libertad a los participantes y no se les obligue a embovedar todo, nada o una parte del río.

Y luego está la tontería del propio estudio técnico, que no ha tardado tanto como parece. Lo que tardó fue la Junta, cinco meses, en encargarlo. Pero en un tiempo en el que el canal de la Mancha ha dejado de aislar al continente europeo de Inglaterra (como sostenía flemático algún meteorólogo de la BBC) gracias a un túnel bajo el mar; en el que Asia y Europa están unidas por un puente en Estambul o el AVE circula a velocidades superiores a los 350 kilómetros por hora, resulta obvio que se puede embovedar el Guadalmedina. Hay pocas obras que la ingeniería no pueda hacer. Pero no hace falta ser un lince, tan sólo haber visto Barrio Sésamo, para entender la diferencia entre poder y deber. Que se pueda embovedar el río no significa necesariamente que se deba hacer, como parece pensar De la Torre. Primero hay que preguntarse cuánto costará, qué aportará a la ciudad y si merece la pena pagar ese dinero que podríamos emplear en las guarderías, colegios, parques y hospitales que son necesarios en Málaga, para crear otra autovía urbana, aparcamientos subterráneos y hacer más ricos a unos pocos especuladores. Estos son como el río: Se ocultan. Pero haberlos, haylos.

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