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Nación, identidad y vanguardia

  • Continúa la edición de la 'Historia de la música en España e Hispanoamérica' que el Fondo de Cultura Económica publica desde el año 2009 en una colección pensada para ocho tomos

En 2009, Fondo de Cultura Económica inició la publicación de esta Historia de la música en España e Hispanoamérica, colección de ocho volúmenes que puso bajo la dirección del conocido crítico musical Juan Ángel Vela del Campo. El empeño era sin duda necesario, pues desde la Historia de la música española que Alianza sacó al mercado en siete volúmenes en los años 80 no se había vuelto a plantear un trabajo de estas características, por más que entre medias apareciera el también notabilísimo Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana (diez volúmenes), propiciado por la SGAE y el Inaem.

La colección de Alianza ofreció en su momento los trabajos de nombres históricos de la musicología española (Fernández de la Cuesta, Samuel Rubio, López Calo…) a la vez que descubría las notables limitaciones de los estudios sobre historia musical en nuestro país. En las últimas tres décadas, una nueva hornada de jóvenes (y no tan jóvenes) musicólogos han empezado a llenar de contenido muchas de esas lagunas, lo que además ha permitido reinterpretar buena parte del legado de los maestros. Todos los avances de la musicología española empiezan a ser recogidos en esta importante colección, a la que faltan sólo dos volúmenes para completarse, el tercero, dedicado al siglo XVII y cuya edición se ha encargado a Álvaro Torrente, y el quinto, que editará Juan José Carreras y versa sobre la música en la España del siglo XIX.

El último volumen en aparecer ha sido el octavo, dedicado a la Hispanoamérica del siglo XX por las mismas dos musicólogas que editaron el volumen sexto (Hispanoamérica en el XIX), la mexicana Consuelo Carredano y la hispano-cubana Victoria Eli, quienes se ocupan personalmente de diez de los once capítulos en que han estructurado su obra. El trabajo se presenta cronológicamente y tiene un carácter fundamentalmente descriptivo, aunque no faltan algunos detalles analíticos ni una contextualización política y social de muchos acontecimientos, algo imprescindible en un siglo de vaivenes continuos, que en el caso de las repúblicas hispanoamericanas tuvo mucho que ver con la dialéctica de las revoluciones y las contrarrevoluciones, las dictaduras de diferente signo y los empeños democratizadores.

Con un objeto de estudio esencialmente heterogéneo, que incluye multitud de realidades nacionales diferentes que evolucionaron económica, social, política y culturalmente de forma también diversa, Carredano y Eli optan por acercarse a la evolución interior de cada país, lo que en la práctica supone otorgar un énfasis especial a la realidad mexicana y cubana, aunque Venezuela, Argentina y Chile también reciben importante atención y para las últimas décadas del siglo el tratamiento se atomiza de forma aún más radical. No faltan desde luego apelaciones al panamericanismo, a raíz de iniciativas como la Pan American Association of Composers fundada en 1928 por Edgar Varèse, Henry Cowell y Carlos Chávez, el Boletín Latino-Americano de Música creado en 1935 por el uruguayo Francisco Curt Lange, el Centro Interamericano de Música fundado por iniciativa del colombiano Guillermo Espinosa en 1956 y convertido luego en Consejo Interamericano de Música o la proliferación de festivales nacidos tras la Segunda Guerra Mundial, con especial significación para los de Caracas y Washington.

De cualquier modo, y pese a la diversidad de experiencias, pueden apuntarse algunas líneas generales en la evolución de la música hispanoamericana del siglo XX. La búsqueda de la propia identidad se hizo a través de lenguajes vinculados con el nacionalismo europeo que habían renacido en los primeros años del siglo y en América fueron empleados por maestros que venían bien del universo romántico, bien del de las músicas populares, como los nombres del cubano Lecuona, el mexicano Ponce o el uruguayo Fabini muestran. En los años 30 el nacionalismo parece bien establecido en toda Hispanoamérica (aunque los rasgos neoclásicos, stravinskianos, son también apreciables) y condiciona la música de las siguientes dos décadas, a partir de las cuales empezaron a desarrollarse tendencias cercanas al posromanticismo, el neoclasicismo e incluso floreció un temprano interés por la escritura serial. La relación entre folclore y las distintas tendencias de la creación europea es en cualquier caso una constante en todo el continente y ocupa todo el siglo, una relación en la que tanto el peso del exilio español (y europeo en general) como la influencia del gigante estadounidense tuvo, con matices regionales, mucho que ver. La adopción de las distintas tendencias y métodos de las vanguardias (de la electroacústica al espectralismo, de los trabajos sobre la espacialidad a la aleatoriedad, de las estructuras abiertas al experimentalismo tímbrico), sobre todo a partir de la segunda mitad de los 60, y su progresiva disolución en el mundo posmoderno que llega a nuestros días muestran la indiscutible integración del mundo musical hispanoamericano en las corrientes principales de la cultura occidental.

Al final, la identidad no era otra cosa que una forma de asimilar todas las tendencias estéticas vigentes e integrarlas en un modo de expresión personal, un viaje común a todos los artistas del mundo, que los compositores hispanoamericanos no han dejado de hacer, de Revueltas a Kagel, de Chávez a Brouwer, de Gramatges a Ginastera, de Moncayo a Lavista, de García Caturla a Orrego-Salas, de Carrillo a Brncic, legando al mundo universos artísticos de gran diversidad estética y ricas significaciones emocionales e intelectuales.

La música en hispanoamérica en el siglo xx (historia de la música en españa e hispanoamérica, vol.8)

Consuelo Carredano y Victoria Eli, editoras. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2015. 557 págs., 38 euros.

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