Cultura

La construcción del escalofrío

Teatro Cánovas. Fecha: 23 de octubre. Compañía: Teatre Romea. Dirección: Josep Maria Mestres. Reparto: Àngels Bassas, Carmen Machi, Mingo Ràfols. Texto: Thomas Bernhard. Versión: Miguel Sáenz. Aforo: Unas 370 personas (lleno).

Hay representaciones teatrales en las que se percibe claramente que el público está metido en un puño, como un animal domesticado. Por más que buena parte del aforo reunido el pasado sábado en el Cánovas acudiera a la propuesta al abrigo de la televisiva Carmen Machi, y por más que, tras tres horas de función, algún espectador confesara de manera demasiado nítida no haber entendido nada, llegaba a resultar inquietante el modo en que las exclamaciones, risas, sobresaltos y demás reacciones se daban al unísono en el patio de butacas, como guiado por un cínico director de orquesta. El Almuerzo en casa de los Wittgenstein que aborda el Romea constituye uno de esos milagros por los que uno podría afirmar que el teatro está más vivo que nunca, que llega al corazón de quien observa con una intensidad que pocas manifestaciones artísticas o simplemente humanas son capaces de alcanzar. Al regresar de este viaje en el que algo propio, tal vez cierta inocencia, se pierde irremediablemente por el camino, queda en la boca un regusto agridulce, como de sangre y miel, como el de haber asistido a una eucaristía servida en crudo que a la vez devuelve lo que se creía perdido.

El vértice de toda esta experiencia la constituye el texto de Bernhard, explosivo, atroz, abrumador en su disección del espíritu, frío a la hora de introducirse en una mente desquiciada, tenaz a la hora de buscar equilibrios entre las razones para el suicidio y la voluntad de no acometerlo, y por supuesto crítico hasta el cuchillo con la sociedad austríaca de su tiempo. Corresponde llamar la atención sobre la traducción de Miguel Sáenz, igual de perfecta que en el resto del corpus del autor de Maestros antiguos aunque ampliamente reveladora, funcional y ágil en el escenario. Tan absolutamente maravilloso es el texto que el gran acierto de la compañía es el de haberlo respetado con escrupuloso fervor; pero ya se sabe que el escrúpulo por sí solo únicamente puede crear un teatro muerto, de manera que el trabajo de Josep Maria Mestres y el trío protagonista puede definirse como descomunal a la hora de darle vida, asombroso en su resolución de construir el escalofrío que Bernhard dejó escrito en el papel.

El montaje, eso sí, y aunque el programa de mano indica la dirección contraria, ignora los nombres reseñados por el autor (Ritter, Dene, Voss) y llama a los personajes como a los auténticos Ludwig Wittgenstein y sus hermanas. A pesar de que el texto no es exactamente biográfico la decisión resulta acertada, ya que refuerza la conexión con el imaginario del espectador cuando, por ejemplo, los personajes se refieren al tratado de lógica en dos partes que el filósofo dicta a su hermana mayor, y además brinda a los intérpretes un puente perfecto para sus propias composiciones. Mingo Ràfols, al que hemos visto aquí como secundario en otras muchas producciones del Romea, crea un Wittgenstein surcado de demonios con una maestría decisiva, genial en la repetición convulsa de las obsesiones bernhardianas y en el tránsito de la ira a la calma, a pesar de que su físico no remite precisamente al del autor del Tractatus (ni falta que le hace). Carmen Machi y Àngels Bassas rematan con una complicidad milimétrica el tándem humano e histórico en el que esos demonios se columpian en la cabeza del pensador. La mención a Goya no es en absoluto baladí: la aniquilación del individuo está servida como carne en el plato. El mantel es la escena.

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