Érase una vez
Una hermosa princesa que vivía en un precioso castillo. La princesa estaba especialmente orgullosa del salón, amueblado con un gusto exquisito utilizando los cincuenta mil euros de más que le habían dado cuando firmó la hipoteca a cuarenta años.
La princesa
Paseaba inquieta por el salón. Un correo real le había traído la última cuota del hipotecón del castillo. No entendía que, pese a bajar el Euríbor (sí, en los cuentos también se utiliza el Euríbor) siguieran pagando un dineral. Preocupada habló con su marido, el príncipe azul.
El príncipe
La escuchó sobresaltado, también él traía malas noticias. Su precioso caballo blanco que, prudentemente, había metido a plazo fijo, se había transformado en un burro. Al parecer, lo que firmó confiado, era algo llamado “preferentes”. Y encima tampoco le daban el burro.
Preocupados
Príncipe y princesa acudieron a hablar con la madrastra de esta. La encontraron pegando gritos en la cocina. Cuando preguntaron qué le pasaba, comentó que le habían subido el IVA a las manzanas y que estaban a tal precio que se había quedado sin dinero para comprar el veneno. “¿Qué veneno?”, preguntó la princesa, “cosas mías” contestó, esquiva, la madrastra.
Paseando
No por gusto, recuerden que el caballo estaba en preferentes, se acercaron a su sucursal bancaria amiga. Allí les contaron que algunos negocios no salieron bien y que el banco estaba en problemas. “En problemas estoy yo, cáspita (los príncipes no dicen palabrotas), que me han bajado el sueldo y me han quitado la paga de Navidad”, gritaba mientras salían.
lla princesa
Acostumbrada a ser raptada por dragones y hechizada cada dos por tres, no se amedrentó. Le dijo al príncipe que venderían el castillo y vivirían en algún adosado que también son muy bonitos. En la inmobiliaria les dijeron que se olvidaran de vender el castillo por el precio que lo compraron.
Ya en casa
Princesa y príncipe estaban sentados en el salón. Tras hacer cuentas, vieron que si se quitaban de comer tantas perdices, más o menos podrían salir adelante. La princesa le dijo que si ponía la tele. El príncipe, como el taxista, dijo que no, no tuvieran la mala suerte de que hubiera algún informativo.
En los cómics de Astérix, la irreductible aldea gala sólo tiene una preocupación, que el cielo caiga sobre sus cabezas. Pues tiene toda la pinta de que a nosotros se nos ha caído ya, varias veces, por cierto.
@jjblanesmalaga
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