La tribuna

Alfonso Lazo

Una traición consumada

BASTANTE antes del 20 diciembre, incluso mucho antes del comienzo de la campaña electoral, algunos comentaristas buenos conocedores de la vida interna de los partidos anunciaron como muy posible que, abiertas las urnas y comprobado que ninguna sigla política contaba por sí sola con mayoría para formar Gobierno, asistiéramos a un pecado mortal de lesa patria retransmitido en directo.

Cualquier persona medio informada sabe que una coyuntura de tan extrema gravedad como la que está sufriendo España lleva en otros países a las grandes coaliciones de partidos con sentido del Estado, a los comités de salvación pública; porque el desafío del separatismo catalán, caso de tener éxito, provocaría de inmediato un efecto dominó en las provincias vascas, en Galicia, en Valencia, en las Baleares. La desaparición misma de la nación española. Y, sin embargo, se trata de una catástrofe cuyo riesgo puede ser evitado para siempre por un Gobierno de coalición PP-PSOE. Con menos esfuerzo del que exige un papirotazo la colosal fortaleza de los dos partidos juntos salvaría la unidad España, de aquí que una negativa a tal alianza suponga sin hipérbole ninguna una auténtica traición. Pues bien, cabe opinar que a estas alturas la traición se ha consumado.

Tampoco caben dudas de a quién corresponde la culpabilidad. Desde el 20 diciembre hasta hoy, Rajoy ha venido reclamando una coalición de Partido Popular-PSOE-Ciudadanos, mientras un día tras otro hasta hoy Sánchez ha venido no sólo negándose, sino acercándose a los antisistemas de Podemos y ¡asombroso! a los mismos separatistas catalanes. El vocablo "traición" no resulta exagerado. ¿Pero cómo explicarlo viniendo de un partido con sentido del Estado? ¿Cómo nos llega una cosa así del partido de Felipe González y de Alfonso Guerra, dos patriotas?

Primero, porque el PSOE ya no es el PSOE de Felipe y de Alfonso; ni el de Borbolla, ni el de Múgica, ni el de Peces Barba, ni el de Paco Vázquez, ni el de José Bono; ahora es el partido de Zapatero y de Sánchez, el de alguien que llama Gobierno de progreso al pacto con unos nacionalistas reaccionarios y una gente que no oculta su intención de destruir la democracia representativa. Pero no es sólo esto. A fuer de buen zapaterista, cuando el secretario general del PSOE habla, en relación con Cataluña, de "mucho diálogo" y de "Estado federal" lo que está proponiendo no es otra cosa que la entrega a los separatistas de cuanto pidan, con tal de que el Parlament no haga una declaración formal de independencia: una independencia real aunque no oficial; algo parecido a las relaciones de Taiwán con China.

Y hay, en fin, para explicar la actitud del PSOE, un motivo diríamos que de fondo. El PSOE poszapaterista, al carecer de ideas nuevas, de discurso y de proyecto, y al no significar ya nada en el siglo XXI los conceptos de izquierdas y derechas (al menos en los países del occidente desarrollado), no ha tenido más remedio que inventarse para legitimar su propia existencia una supuesta derecha montaraz y cavernícola que identifica con el PP, pues si no hay derecha tampoco puede existir la izquierda. Así que, en efecto, el PSOE se inventa su enemigo ancestral con el que mantener una guerra sin fin. Se equivocan quienes piensan que la mayoría de los socialistas están en contra de un acuerdo con Podemos: las bases del PSOE siempre fueron radicales e insensatas, y sólo refrenadas desde la Ejecutiva por la mano de hierro de la vieja guardia; libre desde Zapatero, esa militancia respalda ahora las ambiciones de Sánchez. Aunque ya da lo mismo que Sánchez no consiga la alianza que busca con Pablo Iglesias y con Esquerra: al buscarla, al rechazar las propuestas de gran coalición como única salida a la destrucción de España, al provocar nuevas elecciones o bien al permitir, presionado por parte de la baronía, un Gobierno débil de Rajoy en aislamiento, deja al país en una coyuntura desastrosa.

Cuando el líder socialista, con 89 diputados, asegura que "el tiempo de los españoles es el tiempo del PSOE" a mí me recuerda la frase que suelen repetir obispos y sumos pontífices: "El tiempo de la Iglesia es el tiempo de Dios", tan elevado se mira Sánchez en el espejo. Mas si Sánchez llega por fin a la Moncloa (en una votación de investidura o en otras elecciones generales) y comienza su gobernanza de España, podrá ser un drama, sí, pero los españoles habremos quedado vacunados para siempre contra nuevas experiencias izquierdófilas con champán del caro.

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