ALGO hay que hacer, dirían. El nivel educativo es cada vez más lamentable, los profesores tienen cada vez menos motivación, no hay manera de arreglar esto. Me imagino al consejero de Educación reunido con sus delegados, técnicos e inspectores alrededor de una mesa de caoba en plan brain storming hasta que uno de ellos levanta el dedo índice: un momento, tengo una idea genial. Vamos a evaluar a los docentes, pero esta vez para clasificarlos en categorías: competente, avanzado, experto y excelente. Si esto no funciona, entonces sí que podemos mandarlo todo al garete. Y me imagino a los demás felicitándole, estupenda iniciativa, compañero, menuda lección de solidaridad e igualdad. Más allá de la estrategia tan deleznablemente soviética, digna del boy scout más rancio (de nuevo los incentivos se presentan como azucarillos al caballo), y más allá de la inutilidad de semejante cosa, cabe señalar el error fundamental en el asunto. Cualquiera que tenga unas mínimas nociones de pedagogía sabe que la evaluación del profesor es necesaria en el proceso educativo. Pero también que la evaluación del profesor no puede valorarse nunca como un argumento per se, sino siempre en consideración a la evaluación de centros, la de alumnos y la de programas. Es decir: uno de los criterios para clasificar a los maestros (este cochino está de buen año) es el uso de las tecnologías de la comunicación en la gestión del currículum. Pero ¿se han dado los artífices del invento una vuelta por los colegios e institutos en los que apenas hay dos ordenadores en todo el centro, la red se sigue cayendo después de un año de avisos sin respuesta u, oh milagro, llegó la pizarra digital pero nadie sabe nada del puñetero lápiz también digital ni del proyector, perdidos por el camino? ¿Se tendrán en cuenta las ratio de 38 alumnos a la hora de etiquetar a un profesor como competente? ¿Y a los interinos, qué les van a decir? Si es un chiste, oigan, no tiene ninguna gracia.