El organismo audiovisual europeo, la UER (EBU en inglés), ha respondido ante la Comisión Europea que el veto en el pasado Festival de Eurovisión a la bandera europea se debía a cuestión de seguridad y evitar conflictos en el recinto. Se entiende que se impedía aumentar el escándalo de la expulsión de Países Bajos por una presunta agresión de su representante, Joost Klein, que cantaba Europapa. Está por ver qué ocurrió y si el comportamiento del neerlandés estuvo relacionado directamente con la tensión con la delegación de Israel.

Sí ha sido más evidente la agresividad de periodistas y representantes israelíes en Malmö. Es verdad. En un ambiente hostil y entre peticiones de boicot, pero Israel se afanaba en presentarse este año para extender su guerra de manera virtual. Ha existido una campaña de propaganda para convertir a la cantante israelí en mártir y movilizar de forma interesada y manipuladora el televoto. Ganar Eurovisión financiando el televoto era una estrategia (barata y rentable) para esgrimir que la sociedad discrepa de las posturas de sus gobiernos, como es el caso de España o Irlanda. Sólo hay que leer y observar la tendencia de quienes han defendido a ultranza en estos días lo que ha sido una sucia jugarreta contra Eurovisión para comprobar que era una misión prioritaria del régimen de Netanyahu. Ganar en Malmö era investirse en un apoyo tácito al desproporcionado despropósito de Gaza. Y, efectivamente, politizar aún más una fiesta como Eurovisión. El festival siempre hay que leerlo también entre líneas. En su momento fue motivo de aperturismo para las dictaduras de España y Portugal, pero también fue vía de escape para la oposición democrática interna, en TVE, frente al búnker franquista. Con la lección del respaldo a Ucrania, Israel de forma patética quiso escenificar un apoyo continental que está muy lejos de la realidad. Y la UER, mientras, cautiva de un patrocinador israelí. Este concurso de la libertad y de las democracias tiene que ser muy diferente para 2025.

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