El candidato Núñez Feijóo recibió del Rey el encargo de intentar la investidura, aunque no contase con los apoyos necesarios. El Congreso se la ha negado en dos votaciones, al no sumar más votos de los que contaba cuando recibió el encargo el 22 de agosto. La tóxica compañía de Vox le ha cerrado las pocas puertas a las que podía llamar. Una derrota que, al parecer, le ha sabido a gloría: la prensa conservadora se ha deshecho en elogios y celebra entusiasmada que haya salido del fracasado intento reforzado como líder de su partido y de la oposición. Cosas que ya era antes del encargo del Rey. Ahora le toca a Pedro Sánchez intentarlo, no le será nada fácil. Él lo sabe mejor que nadie, aunque aparente lo contrario. La coincidencia de la votación del Parlament -elevando el listón de las exigencias independentistas- con la segunda sesión de la fallida investidura, no es un buen principio. Tiene como fecha tope el 27 de Noviembre para conseguir presentar al Rey los apoyos para una nueva investidura. De lo contrario tendremos elecciones en enero. Algo que, por cierto, dejaría descolocada a una derecha que confían en que el inevitable desgaste del PSOE con el independentismo le proporcione, a corto o medio plazo, una larga y sólida mayoría.

El PP, consciente de que no la lograría, cambió el sentido de la sesión de investidura para convertirla en una censura a las presumibles intenciones de Pedro Sánchez. Si quedaba alguna duda, la manifestación de días antes lo dejaba claro, ante una concentración de simpatizantes que lo investían con fervor. Su fuerza estaba allí y no en el Frankenstein parlamentario que romperá España. Avisándonos de que insistirán de nuevo en la estrategia de deslegitimación, como siempre han hecho con los gobiernos del PSOE. Para el PP una investidura sólo es legítima si la ganan ellos. Pero, aunque le falten cuatro votos, Feijóo debería saber que los 350 diputados -elegidos en listas de partidos legales y votados por ciudadanos que forman parte del censo electoral español- entre todos representan la soberanía nacional. Es sumamente peligroso creer que ésta (la soberanía) está en otro lugar o que la legitimidad de la representación la tienen unos y no otros, en función de su ideología o de sus legítimas aspiraciones. Mal que le pese a Núñez Feijóo, el resultado electoral fue el que fue y lo que decida el parlamento que salió de las urnas tendrá la necesaria legitimidad democrática.

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