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Propagandistas de la verdad

Miguel Ángel Loma

Abogado y socio de la ACdP

Del catolicismo blandengue y la defensa de España

Quizá como reacción pendular a otras épocas muy beligerantes de la cruz y la espada, en algún momento de la historia de la Iglesia se nos ha pretendido vender que el catolicismo debería reducirse a una especie de sentimentalismo blandengue que nos obligaría a ir poniendo siempre la otra mejilla, incluso antes de que nos hubieran soltado la primera bofetada.

Un catolicismo que sería la consecuencia de un tan acaramelado Jesús, que no hubiera soportado las burlas ni los primeros latigazos en el patio del pretorio, ni por supuesto habría sido capaz de sufrir el resto de su Sagrada Pasión. Un Cristo cuya palabra y ejemplo sólo podrían haber atraído a gente rarita, pero no a unos hombres (y algunas mujeres) que en su mayoría eran una cuadrilla de pescadores que con su seguimiento arrostraron también sus martirios. Hombres y mujeres tan humanos y miserables como los de cualquier generación y época, que llegaban a pelearse por el lugar privilegiado que ocuparían en el reino de los cielos.

Pero esa falseada imagen de un Cristo jipi, cuyos defensores suelen coincidir con quienes animan a que las Misas sean divertidas (?), en absoluto se corresponde con la que nos transmite los Evangelios. Basta con leerlos cinco minutos cada día para darnos cuenta de que estamos ante un hombre íntegro y firme que no se inclina ante los poderosos, que no elude situaciones arriesgadas y comprometidas, que se emociona hasta las lágrimas y posiblemente también hasta las risas y que se presenta ante su prójimo con amor, pero sin timidez ni complejos. Obviamente los cristianos creemos que aquel galileo era además el Hijo de Dios y el mismo Dios, y eso nos obliga a imitarle, a pesar de nuestras torpes limitaciones. Con esto quiero decir, que el catolicismo nunca ha sido sinónimo de laxitud ni de aséptica espiritualidad descomprometida con las necesidades humanas de cada lugar y tiempo, aunque trascendiéndolas; ni de pretender quedar bien con todos y a cualquier precio. Sino más bien, de todo lo contrario: de enfrentarnos con nobleza y entereza a las dificultades y de entregarnos con preferencia a los más necesitados, que no siempre coinciden con quienes más lo aparentan.

Y esta actitud de compromiso con el prójimo, lógicamente, ha de extenderse a ámbitos no exclusivamente espirituales, como por ejemplo sucede con el amor a la patria, en consecuencia con el cuarto mandamiento y, especialmente, en momentos de grave dificultad. Una amorosa obligación de singular relevancia cuando se refiere al patriotismo español, si somos conscientes de lo que ha significado y significa España en su larga y sacrificada historia respecto a la defensa de la Fe católica y de la Iglesia. Y esto ha sido así por más que a algunas altas jerarquías eclesiásticas les duela, les moleste o intenten olvidarlo.

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