A fuego lento | Crítica

Qualité para gourmets

Una imagen del filme de Tran Anh Hung premiado en Cannes.

Una imagen del filme de Tran Anh Hung premiado en Cannes.

Premio a la mejor dirección en Cannes y favorito en algunas listas de lo mejor del año, el nuevo filme del franco-vietnamita Tran Anh Hung (El olor de la papaya verde, Cyclo, Tokyo blues) basado en la novela de Marcel Rouff hace de los fogones y la cocina todo un universo sensorial de aspiraciones gustativas y olfativas (no hay música que acompañe la danza) que busca su correlato romántico-erótico en la historia íntima de un afamado gastrónomo (Magimel, torrencial) y su cocinera (Binoche, contenida) sin apenas salir de la cocina de su casa campestre a finales del siglo XIX.

Se trata aquí, parece obvio, de introducir al espectador, incluso al más reticente como es mi caso, en el universo material y los vapores de la alta cocina y sus procesos artesanales, filmados con el mismo mimo, cadencia y delicadeza con los que se preparan los platos de un menú infinito cuya mera lectura previa ya invita a una experiencia holística de primer orden. Un universo que une también, y ahí es donde la película no termina de revelarse del todo, a pensar la relación entre ambos como algo más complejo que la mera fidelidad que apunte al estatus social, a cuestiones de género o a las relaciones de servidumbre como marco para una historia de amor guisada a fuego lento detrás de las puertas y marcada por la enfermedad.

No queda así claro si a Anh Hung le interesa ese apunte más allá de la delectación coreográfica en la elaboración de cada receta o en el exquisito cuidado de cada ingrediente que forma parte del consomé en el que se consume esta pasión culinaria que se reserva incluso su pequeña secuencia de casting master-chef para las aspirantes a prolongar el legado, quién sabe también si unas mismas dinámicas de poder, atracción y placer.