Las leyes de la frontera | Crítica

Nostalgia del 'quinqui'

Los debutantes Begoña Vargas y Marcos Ruiz en una imagen del filme.

Los debutantes Begoña Vargas y Marcos Ruiz en una imagen del filme.

Lo primero que cabe preguntarse ante Las leyes de la frontera, adaptación de la novela homónima de Javier Cercas, es cómo sería el verdadero cine quinqui de hoy más allá de esta recreación nostálgica y estilizada de Daniel Monzón (Celda 211, El niño, Yucatán), de qué manera los cineastas españoles contemporáneos abordarían, si es que aún existe, esa marginalidad delincuente y macarra que ha hecho de los palos y el trapicheo su particular modo de vida fuera de la ley.

El interrogante (algo retórico) nos lanza al trasfondo de una operación-homenaje que busca en aquella España del 1978, una España bastante difuminada en lo político, todo sea dicho, los mimbres para ese maquillaje vintage de las correrías de una panda de ladrones y pequeños traficantes en una Gerona que aún se escribía y pronunciaba tal cual a través de un relato de iniciación y salida del nido familiar marcado por la fascinación por los malotes y el romanticismo lumpen. A pesar de sus muchos logros de ambientación de época, caracterización de tipos y respeto por el lenguaje callejero, Las leyes de la frontera no deja de ser un filme demasiado aseado en sus modos imitativos y su voluntad de género apuntalada en el guion, una película en la que, a pesar de los esfuerzos, se palpa esa aceptable impostura de los actores noveles donde antes, en aquella Transición convulsa, había verdaderos delincuentes buscando una redención imposible a través del estrellato fugaz.

Tal vez consciente de este décalage en el que ya sólo es posible la nostalgia y el homenaje idealizados por el relato crepuscular, Monzón se pliega a los resortes del género, rumba-pop incluida, e insufla buenas dosis de acción (a veces, algo excesiva, como en esa espectacular persecución en coche por la ciudad y sus alrededores) que termina por dejar en segundo plano los temas verdaderamente interesantes o importantes de la historia, a saber, la condición de clase como factor para la prosperidad o el destino de los personajes, o esa relación padre-hijo que, de manera bastante tardía, asoma como elemento determinante para la suerte de nuestro protagonista, ‘El gafitas’, un joven en plena encrucijada generacional encarnado con solvencia por Marcos Ruiz, como lo están también, aunque siempre en el límite del disfraz, Chechu Salgado como Zarco (una voz ante todo) y Begoña Vargas como Tere, personajes sin duda inspirados en los de aquella Deprisa Deprisa de Saura donde la sequedad y el peso de la violencia real se palpaban menos cinematográficamente que aquí.