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Hoy duele la cicatriz

  • Se cumple un año del cruel final a la sensacional Champions cuajada por el Málaga en su debut Sobreviven de aquella plantilla once futbolistas, diez de los cuales estuvieron en Dortmund

Un año después, de nuevo es 9 de abril, nunca dejará de serlo. Algún aficionado blanquiazul volverá a maldecir haber descorchado la botella de champán cuando Eliseu marcó el 1-2; a otros les seguirá atronando en la cabeza el estruendo del Signal Iduna Park cuando Santana mandó al infierno el más bonito sueño futbolístico que tuvo Málaga. A Craig Thompson le pitarán otra vez los oídos. Se sabe que Pellegrini y los suyos siempre serán héroes porque con épica tocaron el cielo y con crueldad vivieron su final; sólo así pueden perder los héroes. Muchos se llevarán hoy la mano a esa cicatriz en el pecho. Jamás encontrarán explicación para lo sufrido aquella noche, el más cruel e injusto final posible. Jamás olvidarán que se acabó la Champions pero la gloria será eterna.

Ha pasado un año, quién lo diría. Este Málaga apenas es un boceto de aquel, que tuvo el funesto desenlace y un desmembramiento en cadena desde que Pellegrini, Medalla de Oro de la ciudad en el cuello, puso su punto y final. Isco, Joaquín, Demichelis, Toulalan, Saviola, Julio Baptista, Iturra... todos ellos volaron. Desde Madrid, Florencia, Manchester, Atenas, Mónaco o Granada hay al menos un tipo que también se acordará hoy de uno de los años más mágicos de su carrera, si no el que más. Queda aún una remesa en la Costa del Sol con sus evocaciones de aquella fría noche. Caballero, Kameni, Jesús Gámez, Weligton, Sergio Sánchez, Antunes, Camacho, Duda, Eliseu, Portillo y Santa Cruz, son los supervivientes, once futbolistas que bien podrían formar una alineación. Diez de ellos estuvieron esa noche en Dortmund, nueve jugaron. Es el recuerdo físico de la gesta y la desgracia al alimón.

Seguramente la figura de Eliseu ejemplifique la severa cirugía de aquella plantilla. El luso reapareció en los minutos finales del encuentro tras un esguince de rodilla. Apenas en la segunda carrera transformó el 1-2, a siete minutos del final, de semifinales y de la gloria. Era su quinto gol en la Liga de Campeones, uno al Panathinaikos en el primer partido de la eliminatoria previa y tres en la fase de grupos. Este año está siendo una sombra de aquel puñal.

El álbum de fotos de esa noche tiene precisamente al portugués representando la comunión con algunos de los 2.000 ilusionados seguidores que se plantaron en el remozado Westfalenstadion; en cuanto marcó se fue para la reja que separaba campo y grada y allí se abrazó con ellos. Meses después Eliseu reconocía en una entrevista a este periódico que se no le quitaba de la cabeza la imagen de un niño pequeño lleno de lágrimas en ese sector, que llegó a cantar el himno de La Rosaleda y a acallar el imponente muro de la Südtribüne, la incansable coreografía amarilla.

Comoquiera que el Málaga no merecía un final así, dos goles en el descuento, el último de ellos con un doble fuera de juego, un arbitraje indigno para uno de los conjuntos que mejor fútbol trenzó en el continente, más de dos centenares de aficionados esperaron en el aeropuerto de la ciudad a sus héroes. Para jalearlos como lo que eran, como lo que siempre serán recordados. Por más que la cicatriz no deje de doler.

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