La elegancia contagiada
Rusia | españa · frente a frente
Güiza terminó de romper el partido ante la Rusia de Arshavin, el jugador de moda, demostrando que sí tiene cabida en España pese a las críticas sobre su tosquedad
Güiza ya tiene un capítulo propio en la historia de España. Aún no ha llegado a la altura de Marcelino, inmortalizado en las crónicas de aquella Eurocopa ganada a aquellos soviéticos que algunos, cosas del franquismo, creían que tenían rabos como los demonios. Tampoco le han dedicado una canción generacional como la de Joaquín Sabina sobre la fiesta en los infiernos por la muerte del Generalísimo. Pero sí podrá contar a su prole que él le metió un gol a Rusia bajo el diluvio relampagueante del Prater de Viena.
Su gol no fue de cabeza, como el de Marcelino, como el que le metió a Grecia. No fue fiel a su peculiar estilo que le ha llevado a ser el Pichichi de la Liga. Güiza, aquel Dani Güiza que descubrió Lucas Alcaraz en el Dos Hermanas, marcó a contra estilo, contagiado por la elegancia dorada, mostaza, gualda, amarilla de una España roja y plural -más allá de los cainismos atávicos que ciertos diputados nacionalistas sacaron en las vísperas-, una España que, ahora sí, le ha demostrado a Europa su sitio en el fútbol. Ese fútbol que tantas veces le había dado la espalda al torneo en el que mejor se juega al fútbol.
Güiza, un jerezano de 27 años que ha conocido la gloria subiendo escalones a trompicones, le ganó la partida al jugador de moda en Europa, un tal Andrei Arshavin que muchos prebostes del fútbol mundial han tardado varios años en descubrir. La liga rusa, en la que, como en la UEFA, ha campeonado el Zenit de Arshavin, no tiene el glamour de otros grandes campeonatos, por mucho que Gazprom y los petrodólares de la privatización postsoviética la estén inflando de fútbol caro. Ahora, Joan Laporta se pelea con Roman Abramovich, mientras Arsene Wenger o José Mourinho atienden expectantes a ver en qué queda la pugna por el pequeño zar de San Petersburgo.
Arshavin, fiel reflejo de la interminable escuela rusa, no tiene nada que ver con Güiza, más allá de la edad. Electricidad, elegancia en la conducción, precisión en el primer toque, desborde, visión de juego... Estaba de moda hasta ayer, cuando colisionó con una España en la que Güiza se desquitó del penalti fallado ante Italia -¿a quién se le ocurre encargarle un penalti a un Pichichi que no ha tirado ninguno?, se preguntaba el personal- y de las críticas de tosquedad con la elegancia contagiada. Porque su gol, el 0-2 que terminó de noquear a Rusia, fue una metáfora de lo que puede ser esta España plural. Si Xavi, el corazón y el alma del juego de toque y control, marca un gol de delantero centro, Güiza hace las veces de Villa o Torres y sorprende a Akinfeev, y a toda Europa, con un control y un toque exquisitos para rubricar el sutilísimo pase de Cesc. Fue el homenaje a la Liga de su Pichichi. El particular homenaje de un currante del fútbol en medio de los oropeles de la exquisitez del fútbol patrio.
Güiza supo a vino generoso, un elegante amontillado que está en la cresta de la decantación milenaria de los vinateros andaluces. Ar-savin sólo es un vino peleón de los que servían en la bodega El Punto -préstamo con licencia del periodista manchego Francisco Correal-. No hablen más de su tosquedad. En la extinta Liga de las Estrellas, el goleador es Güiza. ¡Viva la Liga a secas! Por fin tiene su sitio en un torneo internacional. Ahora, a agriar los toscos vinos del Rhin.
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