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Se apaga la estrella de Américo, el portero con más paradas de la historia

  • Falleció la madrugada del lunes a los 80 años el meta blanquiazul con más encuentros

"Cuando el fútbol termina, sólo es un recuerdo". Así rezaba el titular de la última entrevista que concedió Américo Canas Martínez (Ceuta, 1934-2014), dada a este periódico. En su caso, el recuerdo será infinito, nunca terminará. En la madrugada del lunes se apagó su estrella, pero pervivirá su leyenda, la que creó entre los palos de las metas de La Rosaleda. Se marchó el portero malaguista con más entorchados oficiales a los 80 años.

Si ahora hay una gran efervescencia entre los aficionados con Caballero, él creó la suya propia con apenas 20 años, cuando fichó por el Málaga por error. Los dirigentes blanquiazules se plantaron en Sevilla para traer a otro portero llamado Eugenio, si bien a última hora recibieron la recomendación de fichar al bético. El chivatazo merece una recompensa eterna, porque no hubo un día en que el caballa defraudara.

Ni el 10 de febrero de 1963, cuando encajó un 0-7 ante el Barcelona. Aquel día Portalés se metió dos goles en propia puerta. Américo se lo tomó con buen humor y en cada acción a balón parado le espetaba a sus compañeros que marcaran "al que ha metido ya dos goles". Es la anécdota más extendida entre sus compañeros, un clásico en las comidas con los veteranos mientras la salud se lo permitió. En boca del cancerbero, el recuerdo más dulce lo guarda de un Costa del Sol, cuando le detuvo un penalti a Puskas que valió el torneo, también en el 63.

Militó doce años y contribuyó a forjar la leyenda del equipo ascensor, desde la campaña 58/59 a la 69/70. Cuatro ascensos y tres descensos, toda una vida en blanquiazul diseminada en 221 encuentros, de los que en 80 ocasiones llegó a acaba imbatido.

Nacido en Ceuta, a los 35 años abandonó el CD Málaga, aunque aún tenía cuerda para rato. Una deuda familiar le llevó a su tierra natal para defender la elástica del África Ceutí y emular a su padre y su hermano. Este último, además, era el entrenador, y le pidió que fuera allí para que sus paradas ayudaran a lograr el ascenso a Tercera. Así fue. No pudo evitar el regreso a la que fue la casa de toda su vida, el Málaga, donde hizo las veces de entrenador de porteros y también actuó como delegado. Sin embargo, Américo era de esos tipos que llegan al fútbol por accidente. Porque sólo le gustaba cuando él lo practicaba. Se cansó, aunque su última gestión bajo palos le dio el trabajo que vertebraría su vida: empezó a trabajar en la antigua Caja de Ahorros de Ronda gracias al Torneo Interbancario, que le abrió las puertas del mundo de las finanzas.

Muy religioso, afable, cercano y sincero, raro era que no tuviera una buena relación con un compañero, aunque a él siempre le hizo especial ilusión compartir vestuario con Pepillo, con cuyas bromas se reía a diario.

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