"No me gustaba correr, yo era un jugador de regate"

J. L. M. / Málaga

01 de marzo 2012 - 05:02

La primera cláusula del contrato de Jeremy Toulalan (Nantes, 1983) la puso él mismo: un colegio francés para sus dos hijos. Hizo un viaje relámpago a Málaga para conocer el Liceo, salió satisfecho y dio poderes a su agente para que él ahondara en todo lo demás, menos trascendente en su escala de valores. En alta mar se enteró de que todo estaba arreglado con los blanquiazules. Se exige ser un buen cabeza de familia, vive por y para su mujer y sus pequeños, con los que le encanta conocer la gastronomía de la ciudad. Nada que ver con el niño de carácter complicado que demostró en el Nantes, el equipo de su vida, casi una vida allí. "Tuve problemas con los entrenadores porque era un poco estúpido. Era joven, ya sabes", no lo esconde. Si llegó de verde y amarillo a debutar en la Ligue1 y a hacerse un nombre fue gracias a Serge Le Dizet, algo así como el Tapia del conjunto galo. Cazatalentos, formador y entrenador en la élite, una tarde consiguió llegarle al alma para que entendiera qué necesitaba si quería vivir del fútbol. "De pequeño no me gustaba correr. Era muy perezoso, un jugador de mucho regate y poca carrera. Entonces él me hizo ver la importancia de correr por los demás. Dejé de driblar y empecé a correr para el colectivo. Me hizo cambiar la mentalidad", confiesa ahora agradecido.

Choca oír esa historia, pero es que su carrera está llena de contradicciones. Su primera camiseta fue la de Romario. Se la regaló su padre, que luego intentó inculcarle el amor por el Bayern de Múnich con varias camisetas. No surtió efecto. Por entonces jugaba en el Saint Pierre de Nantes, equipo amateur fundado en 1881 por un cura, la misma historia que el Nooit Gedacht, primer equipo de Van Nistelrooy. Su padre se volcó en su único hijo varón (tiene una hermana) con insistencia para que siguiera en el fútbol, le debe a él la constancia. Si no, dice que habría acabado dedicado a la artesanía y los trabajos manuales. Aunque, tras completar sus estudios básicos, cursó un módulo de contabilidad equivalente a los estudios secundarios de España. "Menos mal que soy futbolista", se alivia. No tenía nada claro.

En los 90, su época de formación, las canteras de clubes franceses ya promovían el biotipo de centrocampista musculado, los hijos de las colonias galas en África. Frente a ellos, La Toul (su apodo en la Ligue1) iba superando pruebas exigentes físicas, si bien en su niñez las lesiones musculares le atormentaban continuamente. Era un futbolista muy frágil, un impensable en alguien que hoy en día parece a prueba de bombas. También le mortificaron los esguinces, llegó a estar dos o tres meses parado con algunos de ellos.

Ahora que ve cerca su retirada, Málaga le ha procurado la misma tranquilidad que su Nantes natal. Tiene la playa a mano, como allí, pero celebra que haga bastantes grados menos de media al año. En Lyon, que señala como la Barcelona de Francia, volvió a la locura de una gran ciudad, y a las exigencias y excentricidades que rodean a los equipos grandes. Allí se consagró en el equipo, ganó cinco ligas seguidas y alcanzó varias veces las rondas finales de la Champions. Pero ese vestuario no caló tan hondo en él como el del Nantes, que le dio la amistad de Laundreu y Gourcuff. Con este último intentaron enemistarlo. Supuestamente, en el motín de Sudáfrica una de las consignas era marginarle y él, uno de los cabecillas. Algo que le pareció absolutamente ridículo. De lo que sí se arrepiente es de haber participado en la redacción del texto que denotó el boicot a Anelka en la selección francesa, a la que teme que nunca más volverá. Lo considera el mayor borrón de su carrera, pero asegura que sigue corriendo con la misma motivación para volver a vestir de bleu. Por rendimiento en el Málaga, méritos no le faltan.

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