De linieres, moragas y besos reales
COMUNICADO Oficial de Manolo, el del Bombo. Resulta que el nefasto día de Suiza, en Durban, saludó a los Príncipes de Asturias. Con desatino le plantó dos besos a la princesa Letizia. Y anda dándole vueltas a si hizo mal. Quiere disculparse ante la Casa Real y pide redención para su atentado al protocolo. Creo que no tiene perdón. No así el traje, tan patrio como hortera, con el que nos va por Sudáfrica.
Ayer intercambiamos con él en www.rfef.es una charla de sobremesa. Manuel Cáceres Artesero se quita el bombo y es un tabernero de los de siempre, de los que carga barriles de cerveza en su bar diminuto junto al viejo Mestalla. Preocupado por el beso real, pero también Manolo está feliz, porque con el Levante en Primera hará una taquilla decente todos los fines de semana, no uno cada quince días. Tiene seis operaciones de hernia y ocho mundiales. Quiere retirarse con 12 (Mundiales, no hernias) y ya habrá cumplido los setenta y muchos.
El Bombo de Manolo viene a ser para nosotros lo que la Señora Vuvuzela para los sudafricanos. Sólo que en España no tenemos la costumbre de meter 60.000 tambores en un estadio. Ni tan siquiera en San Sebastián. Por cierto, la Vuvuzela Mayor del Reino me ha prometido una entrevista para defenderse de los ataques que está sufriendo; habló con Jabulani y éste me recomendó. Normal. Si pasamos a octavos. Ya os contaré.
Ah, y hablando de la vuvuzela. Tenía pendiente contaros el espectáculo que vi en la concentración de los árbitros FIFA en Mamelodi, el barrio futbolero de Pretoria. Allí estuvimos con Undiano, Yuste y Martínez, nuestros tres colegiados en el Mundial. Y nos encontramos con una sesión de entrenamiento pensada al milímetro y distinta a lo habitual: con sonido ambiente de vuvuzelas a todo volumen (cuando llevas una semana con ellas, ni las oyes, decía Yuste); trabajando el calentamiento al detalle (la mayoría son atletas), y recreando jugadas conflictivas dentro del área para afinar la colocación, el reparto de las tareas entre árbitro y asistente... Para esto, contaban con la ayuda de los juveniles de un equipo de la zona: unos actores magníficos. Los chicos, divididos en dos equipos, ensayaban la llegada por banda, el centro, el remate y la defensa. En cada jugada, el árbitro se encontraba con una simulación distinta: un agarrón dentro del área, una agresión, un fuera de juego, un penalti, protestas, agresiones,... Los chicos están tan implicados que parecían situaciones reales. Es el método perfecto para "trabajar" el arbitraje.
Que nadie crea que un asistente es un señor que coge una bandera de cuadros y en vez de irse a la Fórmula Uno se coloca en la banda de los estadios. Fermín Martínez, que como Undiano se dedica a tiempo completo al arbitraje, confesaba: "Si me equivoco un día, y al siguiente no me llaman para arbitrar, no como. Si me pasara esto muchas veces, tendría que dejarlo y buscar otro trabajo. Tomo decenas de decisiones en un partido y sólo me miran cuando fallo. No parece justo, ¿no?". Desde luego. De los chicos con los que trabajan a diario los árbitros FIFA me quedé con una imagen inolvidable: estiraban al finalizar el entreno cantando, a ritmos corales y locales. El portero dirigía el cántico, y todos le seguían. Sudáfrica tiene música en la sangre y es una maravilla.
Paseando por las calles de Potchefstroom, ciudad tranquila, no es extraño cruzarte con chicas, la mayoría chicas, que caminan solas canturreando en voz alta. Choca, y alegra. Ya he repetido varias veces que esta gente regala sonrisas continuas al visitante. Todo es oquei, pulgar en alto, y sonrisa sincera. Los chicos que nos atienden en el hotel, con los que costó entenderse los primeros días, nos tratan con cercanía familiar. Manolo, que con ese traje que lleva debió darles miedo el primer día, les ha colmado de banderines de España que ya forman parte de su uniforme diario.
El camarero que nos atiende a diario no debe tener más de 16 o 17 años. Le llamábamos Pablito y no sé por qué. Ayer, que la Federación y Arbizu invitaron a tortilla, jamón y vino a la prensa, estuvimos un rato con él mientras los enviados especiales le quitaban los platos de jamón de las manos como si no hubieran comido en su vida. Cuando tenía un momento libre, se acercaba a la mesa, y en una de éstas, le pregunté su nombre: "Eppi", me dijo. "¿Eppi laik Epifanio?", pregunté con mi inglés malagueño. "No, Eppi, Eppi, from Eppi". No avanzábamos. "Yu rait mi, plis (escríbemelo, por favor)". "H-a-p-p-y", deletreó. "Aaah, japi", aclaré. "No, Eppi", sentenció. Llevan la música en el cuerpo, la sonrisa en la cara y la alegría en el nombre. Por favor, no quiero irme el sábado de aquí, quiero invitar a Eppi y al resto a la Primera Moraga de San Juan Sudafricana. Hoy ya estamos camino de Pretoria, ciudad rojigualda. Tiene que ser una señal buena de que a Chile le ganamos. Mañana os cuento más de la capital política de Sudáfrica. Anticipo: Pretoria no viene de pretoriano. No miréis la Wikipedia.
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