"Te quiero, bigotón"
El repentino fallecimiento de Manuel Preciado ayer tuvo una reacción instantánea por parte del Málaga y sus integrantes. Si a las 9:21 horas ya figuraba el primer avance vía teletipo del trágico desenlace, el club mostraba sus condolencias poco después con un comunicado en el que le definió como un "hombre de Fútbol con una personalidad inolvidable". Como no podía ser de otra manera, el Málaga estará representado hoy en el sepelio del entrenador cántabro.
Las redes sociales fueron después el hilo conductor en el que expresaron su pésame públicamente los demás integrantes de la entidad blanquiazul. Y es que el ex técnico del Sporting, comprometido para la próxima campaña con el Villarreal, ha sido de esas personas que dejan huella a quienes lo conocieron. Maresca, Sergio Sánchez, Antonio Fernández, Caballero, Portillo y Weligton fueron algunos de los que expresaron su dolor por la pérdida de Preciado.
Pero quien mejor definió al santanderino fue el ex malaguista Sandro, quien coincidió en el Levante con el técnico fenecido. En su autobiografía, titulada Mi último pase, y escrita por el periodista de este diario José Luis Malo y Dani Marín, el canario se refiere a él en primera persona con un relato humano que merece la pena recordar: "Me senté varias veces ante este texto. Quería definir a la perfección todo lo que supuso en mi vida Manuel Preciado Rebolledo. Pretendía contaros con precisión cirujana el corazón tan grande que hay bajo ese bigote, permitíos conocer tan bien como yo la magia que me dio ese hombre. Nada de lo escrito me convencía. Tras borrar mis líneas una y otra vez, decidí que sería mejor contároslo como si se lo escribiese a él en primera persona...
Aún llevaba las maletas en la manco cuando te conocí en el Hotel Olympia. Ahí estabas tú, con tu aspecto de científico chiflado, tu voz de nicotina y tu segundo, Raúl Ruiz, tu Sancho Panza sin panza. Me obligaste a ir a cenar con vosotros para hablar de lo divino, lo humano y lo futbolístico. Tardamos esa noche en empezar a queremos, ¿recuerdas?
Es que contigo las primeras veces fueron sensacionales. Como el primer entrenamiento en el que Sérvulo, uno de los últimos fichajes, que no era Brad Pitt precisamente, se incorporó tarde. Nos pusiste en fila, lo miraste a él atentamente y dijiste: 'Vaya panda de feos que me han tocado este año'. Y con eso ya tenías a la plantilla en el bote. Estoy convencido de que hoy en día lo sigues haciendo cuando comienza una pretemporada. O como la primera comida con los peces gordos de la plantilla cuando apenas había comenzado el campeonato. Nos contase que el balón te llevó a colgar el batín de médico para ser un central expeditivo; que también el balón fue tu refugio al maldito cáncer que te dejó viudo y con dos hijos; que la palabra grupo no se dice, se fomenta; que el jugador tiene que enfadarse cuando no juega, morirse de risa antes y después de los entrenamientos y matarse durante ellos. Nos hipnotizaste a todos.
Tu método era único y muy familiar. Raro era el día que el entrenamiento excedía la hora y cuarto. Nos exigías al máximo y, cuando veías que no te podías poner serio con nosotros, Raúl Ruiz cumplía su cometido. Él hacía de diablito sobre un hombre y tú, de angelito. Pero el mejor entreno de la semana era el del jueves por la noche. Nos obligabas a ir a cenar a todos so pena de multa. Pagaron sobre todo Congo, al que al principio le costó entrar en el grupo, y Jesule, que vivía apegado a su mujer y sus hijas. Nos juntábamos los ocho o nueve solteros de la plantilla con sus novias, con maridos y mujeres. Y, tras el postre, toda esa multitud nos íbamos de fiesta. Tú no sólo venías, sino que encima estabas en cabeza de carrera. Al día siguiente nos hacías sudar los excesos con fut-voley. La receta funcionaba, porque la mente no estaba para muchos esfuerzos pero la competitividad de los partidos nos hacía emplearnos con intensidad. Me picabas jugándote una comida. Tú elegías a Félix o Alexis y a Rivera; yo jugaba con Cuéllar y Reggi. Me ponía atrás y ellos eran dos martillos pilones que no paraban de sangrarte euros. Perdías y perdías, por más que le cuentes a todo el mundo que pasaba al revés. Los piques eran tan intensos, que Mora y Aizpurua, nuestros dos porteros, se morían de la envidia. Mientras nosotros nos reíamos, ellos sudaban con su preparador, Pepe Martínez Puig.
Los fines de semana no hacías concentraciones. Así, los suplentes y los no convocados no se sentían desplazados. Nos citabas a todos en el vestuario, dabas la lista, luego el once y de ahí no se iba ni Dios. No había enfados, sólo un equipo. Si tocaba jugar fuera, desplazamiento en autobús (salvo a las islas y a Cádiz y Jerez, donde viajábamos en chárter por las opciones de ascenso que había) de varios días para hacer piña y jugar a la pocha. Sabías llevarnos con maestría y ser nuestro amigo.
Yo nunca podré olvidarte, Manolo. lo hiciste todo bien para ayudarme. Cuando me veías un poco más apagado de la cuenta, me dabas un día más de descanso para que me bajara a ver a Guille y volver con la alegría en la mirada. Me prometiste que estaría en todas las convocatorias salvo lesión o sanción y nunca me fallaste. Cuando iba a ser titular me lo comunicabas los miércoles para hacerme sentir importante y mentalizarme en dar lo mejor. Y conseguiste derrumbar esa barrera que siempre pensé que habría entre un entrenador y un futbolista. ¿Te acuerdas de aquel entrenamiento en el que me reprendiste ante todos y a mí me sentó tan mal? Me fui corriendo como un loco hacia ti, vi en tu cara que estabas convencido de que te iba a pegar y te susurré al oído apretando los dientes: Cabrón, últimamente no me pones, me regañas delante de todo el grupo y, sin embargo, te quiero.
Que sepas que me costó mucho trabajo asimilar todos los rumores de las últimas jornadas de Liga, cuando se decía que Villarroel quería prescindir de ti. Yo sabía que en la jornada 27, tras perder con el Eibar, él te había instado a que dimitieras porque te veía incapaz de subirnos, a pesar de que estábamos en puestos de ascenso. Mi corazón se resistía a asumir que no seguirías con nosotros. Por eso, en la cena de Jerez para celebrar nuestro hito te defendimos ante toda la cúpula directiva. Nos confabulamos para entonar el 'Manolo, quédate'. Empezamos unos pocos, en voz baja, y acabamos gritando todos, golpeando la mesa con una mano y agitando la servilleta con la otra. Villarroel obvió que no hay equipo más fuerte que el que está a muerte con el entrenador y cambió tu bigote canoso por el rubio de Schuster. No te permitieron disfrutar de tu recompensa en Primera aunque, con los años, el fútbol te devolvió lo que te correspondía. No fue fácil decirte adiós, Manolo. Te estuvimos echando de menos toda la vida. Pero sé que en el futuro nos reencontraremos en el mismo equipo, aunque ya no sea como jugador y entrenador. Estoy deseando que llegue ese día.
Te quiero, bigotón".
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