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Un viernes sin marcha

  • Lo que prometía ser una fiesta en horario inusual, terminó dejando una resaca para dos semanas La grada silbó por momentos al equipo

La temporada no va a ser sencilla. El malaguismo lo tenía claro después de un verano convulso, pero el arranque de curso había ilusionado. Lo de ayer fue un golpetazo de bruces con la realidad. A este equipo nadie le regala nada y debe pelearlo todo. El ambiente de superioridad se palpaba por todos los rincones de la Avenida de Martiricos, incluso en el vestuario visto lo visto durante el partido. Por eso, la derrota dolió más de lo esperado.

El césped de La Rosaleda prometía convertirse en un problema para el choque ante Osasuna, pero nada más lejos de la realidad. Si el Málaga no encontró llaves para abrir la jaula defensiva con la que Javi Gracia rodeó a Andrés Fernández, no fue porque estuvieran enterradas en algunas de las calvas que mostraba el 'tapete' de Martiricos. El equipo de Schuster no funcionó. Duda fue el único capaz de abrir un par de grietas para dar con Antunes entre líneas, pero poco más. La pintura de la que bromeaba el técnico alemán en la previa había surtido efecto. El campo no mostraba la mala imagen de días anteriores y tampoco ejerció tal influencia para convertirse en una excusa que justificase el 0-1 y la sensación de impotencia ante la maraña defensiva osasunista. Ni siquiera en el bombardeo final, donde cada balón iba acompañado de un puñadito de arena.

Lo que prometía ser un viernes de fiesta, se convirtió en una pesadilla. El Osasuna, que amenazaba por el aire, decidió atacar por tierra. La afición, que había acudido fiel a su cita con el equipo esperaba una película bien distinta. La media inglesa de Schuster hacía entrever un triunfo ante un rival que ya ha cambiado de entrenador y se ha apuntado a la lista de candidatos a evitar el descenso. Se escucharon los primeros pitos del curso para los blanquiazules, y sólo era la primera parte.

El parón clásico para el bocata y los cambios de Pawlowski y El Hamdaoui metió de nuevo en el partido a la afición. Su impulso permitió al Málaga mandar el primer aviso de la segunda mitad. La sensación era otra. Como si hasta el 45' ni jugadores ni grada hubiesen entrado en calor. La remontada exigía lo mejor de ambas partes. Cada saque de Andrés Fernández se convirtió en un suplicio. Los aplausos tomaron el testigo de los tímidos pitos previos al descanso y La Rosaleda volvió a ser la caldera que acostumbra. El césped seguía levantándose, pero el campo se había volteado hacia el área de Osasuna. Los locales atacaban cuesta abajo y sin frenos, y el público empujaba la carretilla.

Pero el paso de los minutos fue enfriando el ambiente. Osasuna había sobrevivido y las pérdidas de tiempo rojillas hicieron estallar la caldera. Martiricos rugía, Willy era amonestado por protestar. La treta de Lolo había despertado a una bestia que amenazaba con morder. Quedaba ver cómo de afilados estaban los colmillos del malaguismo. Cada acción de los últimos 15 minutos elevaba los decibelios. Para bien y para mal, porque la desesperación era evidente en el graderío.

La Rosaleda se estrenó los viernes noche con mal pie. La esperada noche de fiesta acabó antes de lo esperado. Osasuna mandó a los malaguistas a casa antes de las 12 de la noche. Compungidos y enfadados. Su equipo había caído en la trampa rojilla. El partido murió entre protestas, la celebración se consumó en el vestuario visitante y lo que auguraba ser un viernes noche en condiciones se quedó en un plan a medias. La cena sentó mal y la resaca promete durar dos semanas.

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