Análisis

Victoria secesionista por la mínima

  • Las elecciones más importantes que se celebran en España desde 1977 no la rompen, como temían los pesimistas, pero dejan constancia de que es obligado tomar decisiones en Cataluña

Han ganado los independentistas.  Por la mínima,  por mucho menos de lo que esperaban. Aun así el resultado de las elecciones catalanas  es inquietante, preocupante, grave, y cuesta  hacer una lectura positiva con el argumento de que  el Parlamento actual suma más diputados independentistas que el que salió ayer de las urnas, o con el argumento también de que se trata de unas elecciones autonómicas y no plebiscitarias.  No es un consuelo: la ola independentista es lo suficientemente amenazante como para provocar un tsunami y en esa situación es cuando los partidos no independentistas deben hacer el mayor esfuerzo de responsabilidad, generosidad y sentido común para detener un movimiento que si no se sabe encauzar se puede llevar la unidad de España por delante.

Importantísimo el éxito de Ciudadanos, que se convierte en el bastión del voto español. Unionista, como dicen despectivamente los independentistas. Hay que reconocer a Albert Rivera el acierto de su apuesta por ampliar su partido al resto de España con una estrategia inequívoca de  plantar cara a la independencia catalana y a la corrupción. Si a partir de ahora cuida sus listas, a sus candidatos –todavía se ve poco nivel en la mayoría de ellos– tenemos un nuevo partido lanzado a muy altos designios. Tanto Mariano Rajoy como Pedro Sánchez ya pueden ir cuidando a un Rivera que se convierte en un elemento básico para quien pretenda gobernar en España en la próxima legislatura.

 

Los socialistas han salvado la cara en estas elecciones catalanas,  y también Xavier García Albiol puede presumir de que ha hecho un papel apañado. El PP ha quedado muy por detrás respecto a las elecciones anteriores, pero muy por encima de lo que auguraban las encuestas antes de ser elegido candidato. No puede decirse lo mismo de Podemos, que a pesar de su acuerdo con Iniciativa per Catalunya-Les Verds ha tenido muchos menos escaños que los que logró esa formación en solitario. Y se quedan muy atrás del objetivo de Pablo Iglesias de ser la segunda fuerza del Parlament.

 

Se le adjudica a Pío Cabanillas la frase “Lo urgente es esperar”, y es lo que hay que hacer. 

 

Mas es quien debe dar el primer paso una vez analizados los resultados obtenidos. Lo que más importa ahora es  saber si  para su deseada investidura cuenta con los votos de todos y cada uno de los parlamentarios de Junts pel Sí y de la CUP, porque en las últimas semanas hemos visto declaraciones de personalidades de ERC y de CUP que aseguraban que no aceptarían a Mas como presidente.  Y a la vista del resultado, no puede sacar pecho,  ha quedado muy atrás de lo que se esperaba de él. Si aun así consigue finalmente los votos para la investidura –en  política la palabra vale poco– hay que ver cómo y cuándo plantea la proclamación de independencia.

 

Junqueras y la CUP quieren esa proclamación ya, en cuanto se constituya el Parlament, y aunque  Rajoy no ha dicho una palabra sobre cuál es la respuesta  que tiene preparada, es fácil deducir que presentará un recurso ante el Tribunal Constitucional, porque si no fuera así no habría reformado la Ley – con toda la oposición en contra– para que las sentencias  del TC  sean de obligado cumplimiento, como las de los tribunales ordinarios. Una vez presentado el recurso,  habrá que esperar esa sentencia del TC , pero antes llegarán las elecciones generales. Si Rajoy continúa en la Presidencia,  no cederá ni un milímetro en su posición contraria a la independencia.

 

Pedro Sánchez por su parte  debe hacer una reflexión profunda sobre el resultado electoral, mejor del que le auguraban las encuestas últimas. Se debe con toda seguridad a la campaña de Miquel Iceta, que de una forma absolutamente imprevista, por mostrarse tan desinhibido y natural  en sus intervenciones públicas, ha logrado animar a unos votantes que tenían motivos más que fundados para la decepción y el desconcierto por las contradicciones de algunos de sus dirigentes. Sánchez se ha presentado como el único dirigente nacional con una supuesta fórmula que lograría apaciguar,  e incluso neutralizar,  el avance del independentismo, la reforma constitucional para que España se convierta en un Estado federal, con una Cataluña definida como una nación dentro de un Estado de naciones.  Debe andarse con tiento, porque en su propio partido hay voces relevantes que no quieren ni oír hablar de nación.   

El líder del PSOE está absolutamente convencido de que va a ser el próximo presidente del Gobierno y es posible que lo sea si el PP continúa su declive. En ese caso estaría en manos de Sánchez encontrar la manera para detener el independentismo. La que pretende dar Rajoy ya la hemos apuntado: las líneas rojas seguirán siendo rojas. Pero si  es Sánchez el presidente, habría que preguntarse si la reforma constitucional hacia un Estado federal sería suficiente para detener las ansias independentistas. Porque hasta el momento no se le ha visto a Mas ni a Junqueras un solo gesto que indique que se conforman con ese tipo de solución:  si no logran la independencia, desde luego exigirán un estatus diferenciado del resto de las regiones españoles. Muy diferenciado, con competencias que ni de lejos se dan en estados federales. 

 

Las elecciones más importantes que se celebran en España desde 1977 no rompen España como temían los pesimistas. Pero han dejado constancia de que es obligado tomar decisiones en Cataluña: la palabra diálogo se ha pronunciado en todos los idiomas, hasta el punto de que se ha convertido en un término manido, por repetitivo.  Sin embargo, es fundamental que efectivamente se produzca,  que se tiendan puentes,  que  los partidarios de la unidad de España cambien impresiones entre sí para sumar esfuerzos contra los secesionistas. 

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