Feria de Málaga

Feria de Málaga: Balada triste para despedir la fiesta en el Centro

Una panda de verdiales en la calle Larios.

Una panda de verdiales en la calle Larios. / CARLOS GUERRERO (Málaga)

Se acabó lo que se daba: la otra semana grande de Málaga llegó a su fin. Y a dios gracias. Porque después de dar tanta caña al organismo, ya haya sido en forma de salero o de alpiste, los asistentes a la Feria del Centro que mantuvieron el binomio aspecto-energía en su cénit no se contaron precisamente por millares. Nada sorprendente, por otra parte, tras ocho largos días con sus correspondientes noches de malcomer, buen beber, malcomer de nuevo para empapar lo ingerido y pasar más fatigas que un condenado a galeras. 

Si acaso, los únicos de los que podría decirse que no vacilaron en absoluto, a la vista hechos de otra pasta, fueron los integrantes de las pandas de verdiales. Aunque nada viene regalado en esta vida, y muchos de ellos ya se ganaron esa resistencia a fuerza de hincar el azadón en terrenos yermos. Tarea que los hizo sanos y fortachones, como a una suerte de Obélixs castizos del interior, que, luego de una zambullida en una marmita de folclore con un chorreón de Machaquito, acabaron volviéndose obstinados al rito campesino, dispuestos a chocar los crótalos y a hacer sonar las bandurrias hasta el día del juicio final. 

El resto alcanzó los tintes propios de un festivo, al tornarse el ambiente relajado de los días anteriores en una fiesta venida a menos: con los bailes de capa caída y el alcohol arañando las gargantas; de modo que los que asistieron apuraron la tarde desmadrándose algo más, con tajaos de hechuras guiñolescas bailando a ritmos prohibidos, visitantes poniendo pies en polvorosa arrastrando sus maletas por medio del percal, algún que otro extranjero despistado que metía codos para hacerse paso entre los perjudicados y un desfile considerable de personas en chanclas, hasta la coronilla de tanto festejo, que optó por ir a tostarse a la playa.

Varias mujeres echan un vistazo a los productos de un puesto ambulante. Varias mujeres echan un vistazo a los productos de un puesto ambulante.

Varias mujeres echan un vistazo a los productos de un puesto ambulante. / CARLOS GUERRERO (Málaga)

Ni la sangre ni el vino llegaron al río, pero sí que hubo especímenes curiosos víctimas del consumo de caldo de uva. Frente a los cristales de la sucursal de BBVA de la calle Larios, una chica joven, en mejores condiciones que la amiga a la que acompañaba, le recolocaba una flor en el pelo a ésta, que expresaba su disgusto ante lo reflejado en el escaparate, como si del callejón del Gato de Valle-Inclán se tratase, con tremendos movimientos de cabeza. Acción que se zanjó con un bocinazo desesperado de la amiga altruista: “¡Teresa, tía, yo así te veo bien!”. También se dejó ver un grupo de jóvenes, con unos 15 o 20 integrantes vestidos todos a juego, que no desentonaba en absoluto más que porque uno de ellos, enfundado en una camiseta de tirantas femenina y una peluca rubia de cantante pop de los 80, paseaba por allí provocando vergüenza ajena, y es que ya iba tocando una despedida de soltero en la Feria (a la postre aparecerían varias más). 

Aunque si para algo estaba el día era para intentar pescar algún ligue en río revuelto. O al menos es lo que intentaba un chaval, veintitantos años, piel blanca nuclear y ojos febriles como de llevar toda la noche tocando el Master of Puppets de Metallica en la videoconsola, con una chica rubia, gafas de sol oscuras y falda negra a juego, que mascaba un chicle pasando de él con la crueldad propia de estas situaciones. Sí culminó el objetivo (y vaya si lo hizo) una pareja, unos cuarenta años cada uno, que obligaba a los paseantes del entorno del Pasaje Chinitas a echarse a un lado ante su espontáneo gesto de amor en forma de beso, eso sí, más parecido al apareamiento de las mantis que a cualquier otra cosa. 

Pero por más que la fiesta pareciera un lugar abonado a los quehaceres menos recatados, no se puede obviar que el sector más tradicional, como siempre, acudió presto a la llamada de la rumba. Pertenecía a él con orgullo un grupo de señoras muy vivarachas pese a su edad (seguro que recuerdan los tiempos en que el tranvía circulaba por Málaga, y hasta ahí puedo contar), que se lanzaba al Centro con sus integrantes vestidas de flamenca. Sin embargo, nada más montarse en el autobús todos los molinos se les convirtieron en gigantes: “Yo de espaldas no puedo, que me mareo”, decía una de ellas para evitar el asiento en contra de la marcha. “Anda, se me han olvidado las gafas de vista”, soltaba otra. 

Varias personas bailan y se divierten en el Centro. Varias personas bailan y se divierten en el Centro.

Varias personas bailan y se divierten en el Centro. / CARLOS GUERRERO (Málaga)

Ya en la plaza del Obispo Mr. Proper ponía el broche a una semana completa de actuaciones y, con todo, seguía congregando a un amplio grupo de acólitos desconocedores del cansancio, que vibraba con la actuación y se animaba a entonar sus canciones a pesar de que no tenían más remedio que permanecer a pleno sol. Mientras que en las arterias que derivan hasta otros destinos, pongamos por caso establecimientos como La Quintonería Majareta y Pepa Revuelo, los usuarios permanecían bien anclados al asiento y abonados a lo que se ha tendido a denominar tardeo, con copas de vino blanco y cerveza (unas veces jarras y otras  cubos) bien cerca de la mano. 

Pasada la hora límite, no obstante, se hicieron patentes los contrastes (quizá porque se daba la circunstancia de ser un sábado festivo o quizá porque ya tocaba), volviendo la fiesta dura al Centro al estilo de los viejos tiempos, con una almendra de la ciudad, sobre todo la plaza de la Constitución y callejero arriba, diseminada de jóvenes bebiendo. No pocos lejos de estar serenos y casi ninguno en disposición de marcharse, siendo necesario abrirse paso tras los avezados que se internaban entre la multitud, puesto que los presentes parecían estar dispuestos a acabar con el avituallamiento reunido a lo largo de la tarde. Huelga decir que no se produjeron las tremolinas y los jaleos de años atrás, pero sí que se repitió una tónica más que conocida por los malagueños: la vuelta de los botellones

Hacia el otro lado, en dirección a las paradas de autobús, se dirigían varias veinteañeras, todas como cubas y enfundadas en camisetas rosas, que se detenían a cada instante, impresionadas por la misma zona que ya conocían pero que se volvía nueva por los efectos del alcohol, al tiempo que cantaban lo que se les venía a la cabeza, entonando así una última balada triste para la Feria que, pese a ocho días de tranquilidad, volvió al desfase en su ultimísimo tramo. 

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