Feria de Málaga | Tercera de abono

La falta de casta de los Lagunajanda condena la tarde

  • Un encierro incompleto y descastado de Langunajanda condenó la tarde en la que Manuel Jesús El Cid se despedía de La Malagueta

  • Curro Díaz apenas pudo mostrar su toreo de corte artista y Joaquín Galdós se enfrentó al peor lote del festejo

El Cid se despedía de La Malagueta

El Cid se despedía de La Malagueta / Daniel Pérez / EFE

No pudo ser. Málaga no cambia. O, mejor dicho, no la hacen cambiar. Los remiendos, tan habituales en años anteriores, no han tardado en llegar. La restauración de la plaza ha conseguido eliminar una infinidad de desperfectos. Este, como es lógico, no se ha ido con lo material. Su razón de ser va intrínseca al respeto -o la carencia del mismo- que sectores del mundo del toro tienen con Málaga. Cinco de la ganadería titular (Lagunajanda) desfilaron por el albero mediterráneo mientras que otros tantos fueron condenados al ostracismo de la parte inferior del acta: “reses rechazas”. A eso hay que sumar dos de El Ventorrillo que tampoco cumplieron con las exigencias. El que completaba la corrida fue de esta ganadería.

La falta de casta, de presencia de algunos de ellos -desiguales, escurridos o basto (como el primero)- y con un comportamiento irregular en cada uno de los tercios acabaron sentenciando la tarde. El público sacó a saludar a El Cid que se despide a final de temporada. Fue un detalle que hubiera venido bien acompañar de cierto respeto a la hora de abandonar la plaza; en una proporción considerable, bastantes minutos antes de que cayera el sexto.

Curro Díaz sorteó las bruscas embestidas del primero con un buen ramillete de verónicas. Poco aguantó la pelea en el caballo y pronto ofreció las primeras señales que vislumbraban su condición. Brindó faena a Fortes y le arrancó media docena de pases de la firma por bajo al toro. El de Linares se impregnó las manos de albero para evitar que la violencia del cabeceo le arrancara la muleta. Mostró su condición de torero artista, solventando por alto los desaires con referidos recortes. No se ensimismó en exceso por el izquierdo y volvió a la diestra para hilvanar otra tanda de muletazos por bajo. Pinchó por dos y saludó.

Curro Díaz, en un derechazo al primer toro Curro Díaz, en un derechazo al primer toro

Curro Díaz, en un derechazo al primer toro / Daniel Pérez / EFE

El cuarto se enceló con el caballo derrotando a la altura del picador. No había bravura. El tercio de banderillas también se alargó en el tiempo, condicionado por una lesión aparente en el ojo del animal que más tarde confirmaría Curro Díaz. Brindó al respetable; la escena se producía en el tendido: un señor se santiguaba mientras el diestro dedicaba su faena. La liturgia sempiterna. Más allá de la herida en el ojo, los derrotes y la violencia del toro iban en la condición. Peleó Díaz por sacar algunas tandas. Un buen inicio y poco más. Pinchó y hubo silencio.

Se retrasó la salida del segundo. Demasiado tiempo. Un trance para El Cid. Galdós lanceó una hermosa media verónica en el quite. Saludó Curro Robles y el de Salteras se fue hasta el centro del ruedo para ofrecer el brindis. El agradecimiento a la ovación. El agradecimiento a una carrera. Quid pro quo entre público y torero. Se quedó en el medio del redondel, con la derecha, sin probaturas y ligó varias tandas por ese pitón que fueron adquiriendo profundidad. Naranjito se paró al poco de tomar la mano izquierda, que hasta el momento había mostrado buena condición pese a la fealdad de las hechuras. El final, enturbiado por varios enganchones y un desarme, acabó con dos pinchazos. Silencio.

El quinto, remiendo de El Ventorrillo, de presencia terciada y justo de defensas, embistió sin atender al toque. El Cid, que tampoco estuvo demasiado confiado con él, buscó algunos muletazos por bajo con la derecha. Sin humillar, Coleta fue pasando una y otra vez, logrando algunos momentos de conexión con los tendidos por este pitón. Acabó con una buena tanda y, tras una estocada entera pero fallida de colocación, se enredó con el descabello. Escuchó un aviso y acabó dando la vuelta al ruedo.

Joaquín Galdós volvía a la plaza en la que creció como novillero sin caballos. Se estiró bien a la verónica con su primero y enlazó un par de medias de gran calado. Una, vertical; la otra, abelmontada. No sufrió apenas un picotazo en el tercio de varas -tampoco lo haría el sexto-. Crudo para la muleta. Pero cuando parecía que sí tras dos tandas en las que el toro repitió y se fue largo, el de Lagunajanda se paró. Se enredó Galdós en muletazos por diestro y siniestro que perdieron la emoción inicial con la fuga de casta -si la hubo- del toro.

El sexto, burraco agalgado y escurrido de cuartos traseros, fue el más inútil de todo el encierro. No pasaba del medio muletazo, con la cara arriba y buscando las tablas. El prototipo del antitoreo. Un par de tandas del peruano sirvieron para que tomara la espada. Se agradece esa rapidez a la hora de dar por finalizada una faena con la que se ponía punto y final a una tarde en la que la gran ausencia fue la bravura.

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