Feria de Málaga

Feria de Málaga: La jarana se pasa al Real

Dos hombres montan un coche de caballos en el Real.

Dos hombres montan un coche de caballos en el Real. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

Aún era media tarde cuando un matrimonio de septuagenarios, apoyándose el uno en el otro para evitar acabar por los suelos, avanzaba achacoso en sentido contrario al resto de transeúntes. No parecían más que añorar un merecido descanso: llegar pronto a casa para encender el aire acondicionado o posar las piernas en alto. Un perfil sociológico que, con sus más y con sus menos, acabaría siendo el mayoritario durante el arranque de la sesión de tarde en el Real. Los jóvenes saldrían de su letargo más tarde.

Mientras tanto, el centro de exhibición ecuestre, tarro de las esencias de una tradición ancestral, acogió dos sesiones de baile a caballo, motivo suficiente para que volviera a verse rodeado de espectadores atentos al minucioso trabajo del animal, peinadas las crines y ornamentada la cabeza, sin quitar ojo a su fino y elegante porte sobre el albero, acompasado de sones flamencos. Jinete y bailaora, engalanados con traje corto y de faralaes, dejaban desarrollar al caballo el repertorio ensayado, a la vez que complementaban sus movimientos con maestría.

Las arterias del recinto, por momentos, se hicieron complicadas al tránsito entre las idas y las vueltas de despistados, carruajes y también por la combinación de ambos; eso, sumado al tórrido ambiente, porque esta vez sí que apretó el Lorenzo, apremió al personal a andar arrimado a las fachadas buscando sombra y, por qué no decirlo, a acelerar el paso ante un ejército de relaciones públicas ansioso de comisiones. Quizá por la eficacia de su trabajo cundía en las casetas un anhelo de apurar el vaso hasta el final, y alguna vomitona temprana, pero ese es otro tema. 

Dos mujeres con abanicos en el interior de una caseta. Dos mujeres con abanicos en el interior de una caseta.

Dos mujeres con abanicos en el interior de una caseta. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

En Jaleo, la cola para entrar era de órdago, pero eso en las fiestas gusta y todo el que por allí pasaba, allí que se paraba; mientras que en el local contiguo, un joven, micrófono en mano, deshacía lo construido con tanto empeño mediante una demostración de su voz barítona que a buen seguro tuvo jornadas mejores; entretanto, en Gabana, las labores de marketing fueron todavía más allá en provecho a que su escenario se ve desde la puerta, por lo que el cantante de turno decidió echarse la responsabilidad al hombro y procurar que el flujo de clientes fluyera en su dirección en lo que intentaba no perder el hilo del Bailando de Enrique Iglesias. 

En otra de ellas, en la que servidor entró para ver qué se cocía (y nada más), se registraba un llenazo hasta la bandera, con parte del personal ya pasado de rosca y mojando el pico en los reservados. En cambio, en las más puristas, en las que los agobios y el nivel de decibelios eran menores, incluso resultó posible (ahora sí) pedirse una caña tranquilo sin tener que llegar a las manos con nadie.

A mediación de la calle Peñista Rafael Fuentes, con la jarana ya bien avanzada, se registraron las primeras bajas. La primera en caer, siempre pasa, fue la vergüenza. Hecho que dos tipos, de unos cincuenta años cada uno, se empeñaban en demostrar pelando la pava con la segurata de un establecimiento. Peor se le dio la cosa a un chico, calculo que rondaría los 16 años, al que se le enrocó la novia por no sé qué motivo y no quería andar ni para adelante ni para detrás, permaneciendo sentada en un poyete largo tiempo. 

Un grupo de jóvenes entregado al disfrute. Un grupo de jóvenes entregado al disfrute.

Un grupo de jóvenes entregado al disfrute. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

Varios grupos de veinteañeros, lejos de elegir dejarse un perraje en cualquier caseta, aprovecharon para hacer botellón bajo los árboles más cercanos a la explanada de la juventud, desplegando una ristra de bebidas de todas las gradaciones en estricto orden, cual si Rafa Nadal hubiera venido a colocárselas en persona, a la espera de ser ingeridas.

Porque a los jóvenes se les puede recriminar muchas cosas, entre ellas la necesidad de dar trabajo a las enzimas estomacales a casi cualquier hora con tal de divertirse, pero la capacidad para conseguir materia prima a bajo coste (la experiencia dicta que cosa distinta es la calidad) se sitúa en máximos desde hace varias leyes educativas. Resultaron, no obstante, una minoría, al ser los aficionados a esta disciplina más bien noctámbulos, por lo que a estas alturas de la película debían de estar aún entre las sábanas, esperando a la caída de la noche para volver liarse a sorbos con el aguarrás de turno que les permitiera el presupuesto. 

Aunque todavía habría que aguardar a los maitines para ver al Cortijo de Torres en todo su esplendor: con sus atracciones funcionando, puestos de buñuelos contribuyendo al cebado o locales dispensando alcohol a toda velocidad. 

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