Feria de Málaga

Inevitable fin que llega

  • Más tarde que en días previos pero con casi la misma intensidad, malagueños y viajeros hicieron suyas las calles para empaparse de las últimas gotas de fiesta · Aún los bolsillos daban para encarar la recta final

Cuando a las 14:00 del sábado Rocío enfila la calle Larios con un grupo de amigos para dirigirse a su lugar de encuentro, la Feria del centro aún no ha terminado de despertar. El movimiento de gente es discreto, "todavía hay oxígeno que respirar", dice, a diferencia de otros días a la misma hora. Pero la Plaza de la Constitución ya bombea, desde su céntrico puesto, los efluvios de la fiesta y, poco a poco, las arterias comienzan a llenarse de vida. Aún quedan energías y algunos euros en el bolsillo para encarar los últimos días de la semana grande. El final es inevitable, pero no están ciegos todos aquellos que no lo quieren ver. Lo que importa es seguir bailando.

Para no perder costumbres vuelven a servirse en los barriles de Pepe y Pepa desde las clásicas croquetas caseras a la tortilla de patatas. "Si como en el centro me puedo gastar unos 30 euros cada vez que salgo", asegura Rocío, que horas más tarde dará por terminada su Feria. "Mañana [por hoy] me voy a dormir la resaca a la playa", vaticina la joven.

Mucho más rentable le sale la jornada a un grupo de chavales de Alhaurín el Grande que andan un poco despistados buscando la juerga más canalla. Con sus litros de tinto y mojito hecho en casa tan sólo han tenido que desembolsar unos cinco euros para ponerse a tono. Las faldas serán, posiblemente, su última perdición cuando la música deje de sonar en la calle.

No se sabe muy bien por qué, pero los disfraces son cada vez más usuales en el itinerario fiestero, tanto, que si uno se cruza con un joven que lleva sotana y alzacuellos sin duda piensa que es una treta más para ligar. Comiendo pescaíto hay un grupo de mosqueteros y poco después una especie de egipcios ataviados con bermudas blancas y faraona pregonan a los cuatro vientos que su amigo, el gran Ra, se casa. Entre la heterogénea fauna que se mueve a ritmo de un reggae en directo, unos extranjeros miran con precaución los carteles antes de entrar en un bar.   

María Victoria y su grupo de amigas -tan sólo hay en la mesa un representante masculino- ya están acopladas en la terraza de El Pimpi. Esperan sus ligeritos con patatas fritas mientras se refrescan con algunas bebidas. Todas son pensionistas y para ellas la crisis es igual hoy que hace tres años. "Uno debe adaptarse a lo que tiene", comentan sabiamente. Pero nada les impide salir mañana y noche durante los nueve días que dura la Feria. No existe el cansancio en sus vocabularios. La mañana la alternan entre el centro y el Real y la noche siempre la viven en el Cortijo de Torres.

Con una tarjeta para el autobús o por sus propios pies, el transporte les sale barato. "Gastamos poco, lo mínimo, almorzamos todos los días pero a precios muy ajustados", reconocen. En el Cortijo de Torres suelen dejarse caer por la caseta de la ONG "en la que estamos apuntadas, OSAH, y entre las degustaciones gratuitas y unos platitos de jamón y queso nos apañamos". Tan bien gestionan sus gastos que, asegura Loli, "nos sale más rentable que estar en casa". Después de comer, cantarán y tocarán, bailarán y lucirán sus trajes de flamenca. La jornada diurna terminarán con un helado de Casa Mira.

El grupo Los percheleros, como se hacen llamar los compadres de Salvador, sí que sacan a pasear la crisis para poder banalizarla y divertirse a su costa. Con dos cabeceros de cama, una base para aguantar la carga etílica y gastronómica y un par de ruedas, Salvador ha construido un carro tirado por un simpático caballo de peluche que mueve la cola si le acaricias una oreja. "Hemos puesto unos 45 euros por familia y hasta hoy nos dura la compra que hicimos el primer día. Luego, las mujeres cocinan cada una algo y así vivimos la Feria", dicen a la sombra de una esquina. Su recorrido sólo es por el centro porque "el año pasado fuimos al Real con esto y nos echaron, claro, al carro no le hemos pasado la ITV y la Policía Local nos llamó la atención", explican entre risas y cubatas.

Muchas idas tienen su vuelta y Larios a las 17:00 tiene un aspecto mucho más arrebatador que horas antes. La orquesta Calipso es muy culpable de ello. La gente se arremolina para escuchar y bailar todo lo que proponen estos jóvenes desde su púlpito para infieles. Suena un pasodoble y la gente corea con las ganas del primer día, hay que consumir hasta la última gota. Y mientras unos cantan un albañil pica ladrillo, casi al compás, en las obras de reforma de un local y la masa, más que nada, se compadece. "¡Anda que tener que trabajar hoy!", exclama una mujer. Así es la Feria. Poco vale más que el instante preciso en el que todo lo demás carece de cualquier importancia.

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