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La Malagueta, vida de toreo nuevo 143 años después

Morante toreando al tercero de la tarde

Morante toreando al tercero de la tarde / Daniel Pérez / EFE

POCAS veces el Himno Nacional resonó en los tendidos de la Malagueta con la intensidad de ayer. La reinauguración de una plaza con 143 años de historia (11 de junio de 1876) no es algo que se celebre todos los días. La ocasión lo merecía. La alegría que se respiraba en los tendidos no era para menos: los toros en Málaga volvían a su sitio.La corrida de Juan Pedro no estuvo a la altura de lo que la ciudad merecía en una jornada tan especial como la de ayer. Sin embargo, entre la experiencia de unos y el don artista de otros, el compendio final resultó una entretenida corrida que dejó más pinceladas de dulzura que de amargor.

A Ponce le bastó un ramillete de verónicas para meter al lindo jabonero en el capote. Poco o nada hizo Guachinango en el caballo -lo de siempre- y mucho de lo suyo pusieron Jorcho, Padilla y Mariano de la Viña en un tercio aplaudido por el respetable. EP estaba con ganas. No era para menos, 5 meses de soledad tienen que ser recompensados con el cariño de los espectadores. Embelesó con la relajación del inicio y el toro, noblote en el fondo, permitió que la estética de siempre volviera al lugar de siempre: el ruedo.

Javier Conde lució un personal terno tabaco y oro Javier Conde lució un personal terno tabaco y oro

Javier Conde lució un personal terno tabaco y oro / Jesús Mérida

Sin embargo, no solo de estética vive el hombre, y al conocimiento técnico del diestro le faltó la profundidad que acostumbra y que, en cierto, modo, resurgió con la zurda. Mató de estocada caída y el público lo supo ver. Ovación. 

“Haz las cosas bien”, le gritaba EP a Manuel Quinta. Sus consejos evidenciaron un absoluto dominio de los terrenos en el cuarto de la tarde. Algunos se pusieron en pie cuando brindó desde el centro del ruedo. La faena pivotó entre una tensa emoción, fruto de la heterogeneidad del toro y del tesón del torero. Buscando el pitón contrario y esquivando los derrotes, EP fue poco a poco sacando tandas sueltas. No era fácil el colorado de Juan Pedro y menos todavía para matarlo. Dejó media en buen sitio y dio una vuelta al ruedo.

Algunos aplausos sueltos cuando Javier Conde, con el toro ya en el ruedo, salió del burladero para tantear con el capote al animal. Algunas verónicas, impares en su ejecución, evidenciaron las virtudes capoteras del malagueño que más tarde mostraría. La anécdota quedó en el tercio de varas, cuando JC pidió el cambio tras un solo puyazo y desde la presidencia se concedió. Como excusa, se estrenaba Carlos Bueno en el palco y Navarrete pudo rectificarlo. No fue a más. Con la muleta supo a poco, oscilando el conjunto en la superficialidad de lo bonito en detrimento de lo profundo. Dos pinchazos hondos, silencio y punto y seguido. Menos mal.

Con el 5º Conde mostró una faceta capotera digna de recordar. De las verónicas al galleo por chicuelinas y de ahí, un quite por la suerte de Chicuelo que se recordará por tiempo. Ay, esa magia.No duró demasiado en la muleta y el tiempo que pasó desde el comienzo al final, JC lo llenó de toreo relajado, íntimo, personal. Tandas cortas, sí. Pero las justas, que a estas altura del toreo se agradecen. “Como usted sabe, maestro”, decía Trujillo (magnífico profesional, por otra parte). Las declaraciones, calco impoluto del libro de culto Juan Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales. Dejó media en buen sitio, pidieron la oreja de forma cariñosa y dio una calurosa vuelta al ruedo.

Y al fin, Morante. La contradicción en sí misma. Del enfado revanchista al “¡Por fin, Morante!” de algunos aficionados. No es para menos. Con el primero hizo lo de siempre -que ya ni es lo de siempre-. Apenas le buscó las costillas al tercer juampedro. Chico, pequeño, no cumplía por donde se viese. No servía. O quiso que no le sirviese. Pinchó dos veces y la gente se le echó encima (con razón).

Pero el sexto fue otra cosa. Feo de morfología y a ritmo incierto en todo momento. Poco se vio con el capote y el cierto desorden de las banderillas presagiaba la desazón que no llegó. Esta vez sí quiso. O sí lo vio. O sí le salió. De los ayudados por alto, al molinete arrebatado. Del muletazo de cuadro, al toreo en redondo. De la esperanza, a la alegría. Aquello estaba sucediendo. Ay, esa zurda. Encajada, profunda, sentida.

¿Quién dijo que los toreros artistas no tenían valor? Cada detalle era una ovación contenida en sí misma: el pasito corto para provocar la embestida, la caricia del pitón, el desfile entre las agujas de la muerte, el desplante bailoteando la cintura... Pinchó y al público no le importó. Tras la segunda estocada, la petición fue mayoritaria pero desatendida. La vuelta al ruedo de Morante sonriendo. La plaza, nueva, despedía la noche.

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