Ana Palomo regresa a la Feria 40 años después: "Antes era todo flamenco, ahora hay más reguetón y música para todos"

"Hay muchos más turistas de cuando yo vine la última vez, hay mucho malagueño, pero también mucha gente que viene de fuera", observa

Trajes de la Feria de Málaga para todos los bolsillos: desde los 50 hasta los 600 euros

La malagueña Ana Palomo recorre por primera vez el Real. / Carlos Guerrero

Vestida de flamenca, subida a un carro de caballos y rodeada de su madre y de sus abuelos maternos. Así recuerda Ana Palomo, malagueña de 74 años, sus primeras veces en la Feria de Málaga. Nació en Carretera de Cádiz y, de niña, vivió aquella fiesta más recogida, que se alargaba entre el Paseo del Parque y el bullicio de una ciudad que todavía no había alcanzado la magnitud que tiene ahora. "La Feria de entonces era mucho más pequeña, no tiene nada que ver con la de ahora", admite, mientras compara aquellas tardes de su infancia con las de hoy.

La vida la llevó lejos de su tierra. Barcelona, Madrid, Menorca -donde lleva ya 40 años- viajes de ida y vuelta que fueron alejándola de aquella feria que la había visto crecer. Su último reencuentro no llegaría hasta 1985, cuando volvió a Málaga y pisó de nuevo las calles del Centro en plena fiesta. La última vez que la vivió fue allí, en el corazón de la ciudad, con el sonido de guitarras y palmas que la transportaban al recuerdo de su niñez. Cuatro décadas más tarde, ha regresado, y su sorpresa es la de quien vuelve a una casa que conoce, pero en la que todo se ha transformado.

Ana se planta en el Centro con sombrero rosa y un delantal de lunares a juego que ha comprado en un puesto en la calle Larios. Se detiene a contemplar una panda de verdiales que la hacen viajar a su adolescencia. No tarda en coger el ritmo de las palmas. Su energía sorprende, y una familia de turistas se acerca a pedirle fotos y a invitarla a bailar. Ella asegura que no sabe, pero se mueve con soltura, con esa gracia natural que no necesita pasos ensayados.

"A mí esta es la feria que me gusta, buen rollo, los verdiales, flamenco y folclore", confiesa. Entre risas y compases, prueba por primera vez el vino dulce, y el gesto de satisfacción en su cara lo dice todo: ese sabor ya quedará unido para siempre a su regreso tras más de media vida sin volver a sus raíces. Aunque la ciudad no está "tal y como la recuerda", admite que sí sigue encontrando en su memoria cierto parecido: "Aún hay gente que baila flamenco, eso no se ha perdido, y en Málaga hay mucha alegría, es muy distinto todo a la isla".

Después, se atreve con el Real. Es la primera vez que lo pisa, y su asombro habla antes que sus palabras: "Esto es muy grande, es enorme, aquí echas el día entero". Recorre sus avenidas a primeras horas de la tarde, bajo un sol que no espanta su vitalidad. Se detiene en casetas, prueba arroz, bebe tinto de verano y descubre que ahora la Feria suena a muchas músicas. "Antes era todo flamenco, pero ahora hay más reguetón y música para todos", comenta antes de ponerse a bailar, con la misma naturalidad, sevillanas, reguetón o un tema de pop que suena de fondo.

Aunque los años han dibujado arrugas en su rostro y el cuerpo ya no sea aquel de la niña que se atrevía con todo, en su mirada permanece intacta la misma luz. Hay un brillo curioso y alegre que parece no haberse apagado nunca, la de aquella pequeña que descubría la Feria de la mano de sus abuelos. "Eso sí, ahora hay muchos más turistas de cuando yo vine la última vez, hay mucho malagueño, pero también mucha gente que viene de fuera y que se interesa por la Feria", admite.

Su mirada se posa en los trajes. "La gente ya va cómoda y fresquita, antes se iba más emperifollá con los trajes de flamenca", observa con media sonrisa. Lo dice ella, que sigue llamando la atención con sus lunares y ese aire festivo que transmite sin necesidad de artificios. Lo cierto es que en cada paso que da, alguien se gira a mirarla. Ella, en cambio, solo se dedica a disfrutar, como si quisiera recuperar todas las ferias perdidas en las décadas que estuvo fuera.

La historia de Ana se entrelaza con la de la propia Feria de Málaga, que también ha tenido su viaje, su peregrinaje por distintos espacios de la ciudad. Tras la guerra, volvió a celebrarse en el Paseo del Parque en los años 40, y pronto encontró en Martiricos su primera sede estable, donde se instaló entre 1943 y 1958. Después, regresó al Paseo del Parque durante ocho años, hasta que, en 1968, se mudó al Paseo Marítimo Ciudad de Melilla y, más tarde, a la prolongación de la Alameda. Esos cambios los vivió Ana.

En 1981 llegó la dualidad: una Feria del Centro, viva y espontánea, y otra en el recinto de Teatinos, mucho más formal, que se mantuvo hasta 1997. Fue allí donde Ana volvió a la fiesta tras sus años en Barcelona y Madrid. Desde 1998, el Cortijo de Torres es la sede definitiva, un lugar hacia donde ha crecido la ciudad y que hoy convive con la Feria del Centro, ofreciendo a malagueños y visitantes dos escenarios distintos para una misma celebración.

Y allí, en 2025, aparece Ana Palomo, sonriente, con un sombrero rosa y la ilusión intacta. Su regreso es también el regreso de una niña de Carretera de Cádiz que vuelve a encontrarse con una Feria distinta, más grande, más variada, pero igual de viva. Entre el recuerdo del carro de caballos y el descubrimiento de un Real inmenso, entre el flamenco de antaño y el reguetón de ahora, sigue intacto el deseo de celebrar y de bailar. El de saber que, aunque el tiempo pase, siempre habrá una Feria en la que "pasarlo en grande" en Málaga.

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