Feria de Málaga

La civilización de Occidente era esto, sí

  • La Gomorra que es la Feria de Málaga apuró ayer armada de muchas ganas los últimos rescoldos del puente, con idiomas y culturas diversas pero el mismo humano apego al jolgorio

Adocenada y todavía adormecida, Málaga tuvo en su mañana de ayer un regusto londinense. Y no porque a ciertos jóvenes les diera por prender fuego a los contenedores, sino porque la niebla llegó a cubrir todo el puerto, el Parque y buena parte del centro con fantasmagórica determinación. Entre el levante y el poniente, entre el calor y la flama, ya se sabe que al clima le gusta manifestarse libre. Pero lo pegajoso del ambiente casaba bastante bien con lo pegajoso del suelo, como una mutación atómica digna de Flann O'Brien, como si todo el Cartojal derramado estos días en las aceras hubiese adoptado la presencia maligna de un humillo capaz de flotar en el aire y ascender hasta la esfera celeste. Ayer concluyó el consabido puente de agosto y los feriantes no dudaron en quemar todos los cartuchos y agotar el ágape hasta las heces. Pero todo volvía a suceder demasiado temprano. A eso de las 12:30, una pandilla de adolescentes rabiosos capaces de darle la vuelta a la Equitativa iban cantando a todo trapo Ramona te quiero en meritorio estado de embriaguez. Así que el preludio de la niebla resultó ser apropiado: ciertamente, la jornada volvió a resultar pegajosa, con la fiesta filtrada en todas partes, incluso allí donde no tenía permiso. Sé de algún paciente que anda estos días ingresado en la Clínica Gálvez y que ha agotado todas las revistas de crucigramas que sus familiares y amigos le han podido suministrar en sólo dos noches. El insomnio se paga caro, y no importa si estás enfermo. Previsiblemente, con la jornada laboral de hoy bajarán un poco los humos, pero la Feria es como el fútbol, no te puedes fiar ni de tu señor padre. De cualquier forma, ayer mis ojos se detuvieron (si es que realmente pudieron detenerse en algo con todo el mundo dando vueltas alrededor a velocidad de vértigo, convertido un servidor en eje para la rotación endiablada, cual Galileo estupefacto y a punto de la herejía) en los muchos turistas, visitantes y foráneos en general que pasan estos días en Málaga a cuenta del cachondeo. Cierto, maldita sea, no tenemos una Alhambra que nos reclame algún ministro marroquí con la vista cansada, pero sí una cogorza de tomo y lomo todos los agostos de Nuestro Señor. Y puestos a improvisar con el patrimonio, ya me dirán qué resulta preferible. Si el obispo quiere terminar la Catedral, pues que la termine. Igual vienen cigüeñas. Pero trasladar la Feria a septiembre, como insinuó el concejal de Cultura, Damián Caneda, eso sí que no, hombre. El rebujito en agosto es más malagueño que el complejo de segunda capital. Si los turistas quieren venir en septiembre, no hay problema: tienen todo un Museo Thyssen para entretenerse. ¿Acaso cierra la temporada de ocio?

A lo que iba. Los cruceros continúan vomitando cada día en nuestra ciudad a cientos de turistas incrédulos que, en muchos casos, no saben muy bien qué pensar cuando se encuentran la calle Larios hasta los topes y a un anciano vestido con una falda de volantes arremangada (sólo) que enseña feliz los dos únicos dientes de su teclado mientras baila enfebrecido el Lerele. A la familia de alemanes que se toparon al mediodía con la panda de verdiales la expresión de dónde demonios me he metido daba para varias portadas, pero otros italianos lo vieron con buenos ojos y hasta acompañaron con palmas (en Nápoles tienen un folclore parecido). Dos cubanos con pinta de jugadores de béisbol profesional (cualquiera les decía algo) parecían ir de safari con sus cámaras carísimas, atentos para captar la mejor instantánea de las charangas, los corrillos improvisados y otros escaparates propios de la fauna malacitana. Una parejita de franceses hacía como que bailaba una sevillana en Moreno Monroy sin mucha vergüenza y menos gracia. Más allá de los cruceros, todavía ayer se veían peregrinos dirigidos por las Hijas de la Caridad en los felices prolegómenos de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, asombrados en el marasmo de la tentación y el ruido. Y dos magrebíes que intentaban llegar a la Plaza Uncibay desde calle Granada no ahorraban en piropos más o menos afortunados para todas y cada una de las jóvenes feriantes que se cruzaban en su camino. Después, lo de siempre: el centro hecho unos zorros (por mucho que la Plaza de la Merced continúe vallada; de paso, por cierto, podrían utilizarla como helipuerto para la Cruz Roja), borracheras notables, escándalo incendiario, juergas descerebradas y deseos por parte de quienes no tenían culpa de nada de que todo acabe cuanto antes. Viendo semejante reproducción decadente de la Gomorra pentateuca, uno se acordaba ayer gustoso de los fenicios, griegos, bizantinos y árabes que han adornado esta costa en los últimos 2.800 años. Aquella prometida civilización occidental y cosmopolita ha quedado en esta cuadrilla de descamisados, sí. Pero ¿acaso no cogió Alejandro Magno una papa monumental cuando cayó Babilonia? Pues eso. Cada uno se divierte como le dejan. Vaya.

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