Feria de Málaga

El descanso del guerrero o la vida al otro lado

  • La primera jornada laboral de la fiesta se saldó con un notable descenso en la afluencia y en la bulla general de las calles, pero no faltaron ambulancias a toda mecha, cantos más o menos afortunados ni otros alicientes

Hay ocasiones en que la apertura del Mercadona se espera como agua de mayo, y la de ayer fue una de éstas. Después de un largo puente de profundo derroche y mayor desequilibrio, la de ayer fue una jornada de supermercados llenos, tiendas recuperadas, quioscos reabiertos, comercios reconciliados con sus clientes y consumo general normalizado. El primer día laboral de la Feria se saldó con un notable descenso de afluencia durante el día, con lo que el centro pudo recuperar algo de oxígeno agotado desde el viernes. Pero no crean aquello de después de la tormenta llega la calma. No todavía, al menos: la fiesta siguió a su ritmo, con ambulancias disparadas cada diez minutos por intoxicaciones etílicas, sevillanas a todo volumen, sobres de jamón volatilizados a mayor velocidad que un núcleo de uranio, atuendos provocadores del mayor cachondeo o la mayor excitación y suciedad apestosa por todas partes.

Resultaba reconfortante, al menos, pasear por la calle Granada a eso de las 12:30 y encontrar los escaparates a disposición del público, por mucho que el suelo estuviera pegajoso y las banderitas de Cartojal se desplegaran sobre las cabezas con irregular disposición. Ya a esa hora llegaban los primeros feriantes dispuestos a continuar la marcha del lunes, pero no, ya no era lo mismo. Este contraste promovió además una revelación definitiva, necesaria, rotunda e incuestionable: hay gente que trabaja en Feria. Piénsenlo bien. Si Dios maldijo al hombre mediante el trabajo, algo rematadamente mal debió hacer esta especie para tener que hacerlo en Feria. Y, más aún, para tener que trabajar en el centro o cerca, y verse así obligada a soportar efluvios dignos de tortura balcánica y ruidos infernales mientras cumple con las obligaciones que dan de comer a sus hijos. Puede ser, además, que el aire acondicionado no funcione, con lo cual el probo empleado se considera autorizado para llegar a comprender determinadas actitudes psicópatas. Y es curioso, porque durante toda la Feria hay mucha gente trabajando para que todo salga bien, desde policías a enfermeros pasando por técnicos de Limasa y toda la plana mayor del sector de la restauración.

Pero parece que sólo cuando se deja ver en la calle Larios un señor con corbata y maletín o una señora discutiendo a través del teléfono móvil el importe de unas facturas mientras justo al lado una charanga insiste con La chica ye-ye a todo trapo se cae en la cuenta: no todo el mundo tiene vacaciones en agosto. Pues claro. De hecho, hay mucha gente que nunca tiene vacaciones en agosto. La ciudad, por más que parezca hundirse estos días en su merecida borrachera, no se detiene en este periplo, aunque quizá le valdría más hacerlo directamente, quieto todo el mundo. Resultaba ayer pintoresca la imagen de cuatro amiguetes saliendo con sus maletas del Hotel Larios, con rumbo de vuelta a Madrid, mientras un corro de incondicionales bailaba a los Cantores de Híspalis y, un poco más allá, una panda de verdiales arrancaba sus primeros acordes jaleados por adolescentes que apenas se tenían ya en pie. También para muchos visitantes terminaba la Feria de Málaga (benditos ellos, por otra parte: a quienes nos quedamos aún nos queda un buen tramo). Entre ese ser y no ser, entre la fiesta que realmente sucedía y la que lo aparentaba, con grandes lagunas en calles como Molina Lario y Álamos donde pocas horas antes no cabía un alfiler, la Feria hizo un poco el papel de amago, de pretendiente, sin llegar a quemar. Pero, claro, qué alegría poder caminar por la calle Compañía con holgura. Aquella existencia de antaño, donde se podía pisar con seguridad y llegar a casa sin tener que oler a rebujito todo el tiempo, existe en alguna parte. Hay vida al otro lado: una vida sin Feria. ¿La recuerdan?

 

Claro, que al asunto del descanso del guerrero hay que ponerle sus peros. Y es que los botellones volvieron a sucederse ya desde el mediodía por Alcazabilla, Dos Aceras, la Plaza Jerónimo Cuervo y el entorno de la Plaza de la Merced. Lo más recomendable, sobre todo para quienes paseaban con niños pequeños (¿le dará a alguien por pensar alguna vez que los primeros beneficiarios de la Feria deberían ser las familias, y que en virtud de su comodidad deberían adoptarse las medidas más importantes y promocionadas, no para quienes tienen montada su feria particular todo el año?), era no pasar por allí en absoluto. En fin, nada distinto de la catástrofe a la que ya estábamos acostumbrados. Por cierto, de nuevo me llegan comentarios que ponen en duda mi origen malagueño por escribir estas cosas, como si el hecho de ser malagueño implicara el aceptar sin más (o consagrarlo incluso cual material sospechoso de transustanciación) lo que a uno no le gusta, porque sí, porque hay que defender a Málaga no sé de qué. Nací en el Hospital Noble y desde entonces he vivido en La Palmilla, Carranque y La Victoria, pero acostumbro a barrer mi casa cuando la veo sucia y no me siento orgulloso por la mugre que pueda colarse. Lo mismo querría para mi ciudad. Sí, lo peor es tener que soportar encima esa idiosincrasia chauvinista (algunos de esos comentarios me consideran directamente sevillano, lo que en el fondo me resulta egoístamente estimulante). Pero vaya, si tan bonito es este desastre, no teman: amenaza con volver el año que viene.         

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