Feria de Málaga

Donde (casi) nada es lo que parece

  • Más calor, medidas soviéticas contra el 'botellón' y las más diversas artes del camuflaje confluyeron en una jornada para la que no parecía haber final

Claro, es que ayer domingo estábamos en pleno corazón de un puente. No basta con que media España esté de vacaciones, las calles estén atestadas porque sí y la reivindicación del ocio sea próxima al paroxismo político: es que estamos de puente, maldita sea. Así, a ver quién era ayer el bonito que se atrevía a cruzar desde la calle Compañía hasta la Plaza de la Marina y cumplir el trayecto sin perder un apéndice. El comentario general apuntaba a una jornada más floja respecto a la inaugural del sábado, pero costaba mantener el argumento cuando en la mismísima Molina Lario una pandilla de solterones muy pasados intentaban cantar por Lady Gaga mientras jugaban a sostener los kalimochos en sus narices, cual número de la foca, aun a riesgo derramar todo el contenido. De modo que sí, ayer hubo en la Feria de Málaga gente para parar el AVE, el Plan Estratégico y hasta para subir la prima de riesgo hasta los 435 puntos. Se daba ya en no pocos casos el prodigioso enlace de quienes habían estrenado el Real la noche antes y acudían ayer al centro prontito para no perdérselo. "He dormido dos horas", contaba una chica demasiado descocada para las 12:30 en la mismísima calle Alcazabilla a una amiga que no parecía haber descansado mucho más. Y lo cierto es que no sólo hubo mucha gente, sino que casi toda la que hubo salió a saco, con ganas de exprimirlo todo desde el principio. Algo antes, a eso de las 11:30, me senté en una cafetería con mi periódico y pedí un mitad y un pitufo cuando se me sentaron al lado cuatro tipos con sombreritos de paja, camisetas que apenas tapaban nada, pantalones cortos y chanclas bastante perjudicadas a consecuencia de la noche anterior. Dos de ellos pidieron cerveza y los otros dos... ¡un gin tonic! Sentí la tentación enorme de advertirles, señores, o son ustedes escritores fracasados o corren el riesgo de no llegar vivos al sábado. ¿Qué clase de desayuno es éste? Son los efectos colaterales de la Feria: el almuerzo se convierte en cena y la merienda en aperitivo. Medio planeta celebra el Ramadán estos días y en Málaga se consume alcohol cuando es la hora de los churros. Cosas del capitalismo.

Claro, no crean los inexpertos que los seis millones de visitantes y los siete mil millones de feriantes anónimos se desplazan cada día hasta la calle Larios o el Cortijo de Torres para beber Cacaolat. El señor que pretendía bailar una sevillana agarrado a una farola ayer a eso de las 16:30 en Tejón y Rodríguez mientras se partía la camisa a lo Camarón apestaba a Cartojal a diez kilómetros, pero eso es la Feria. Cierto, hay también ambiente familiar y todo eso, pero lo que no se traduce en desmadre funciona casi como un coto acrisolado y convenientemente puesto a salvo. Así que uno comprende las quejas que los vecinos de la Plaza de la Merced han elevado por el botellón que se organizó el pasado sábado y el lamentable estado en que quedó el enclave en pleno proceso de reforma, pero, sinceramente, no sé qué esperaban. La misma cantidad de basura se podía encontrar amontonada en el Jardín de los Monos, en los aledaños del Mercado de Atarazanas, en las calles Camas, Fajardo y Compañía, en la Plaza Uncibay, en el Muro de San Julián, en la calle Ollerías, en Dos Aceras y muchísimos otros sitios. Durante años se ha insistido en promocionar la Feria de Málaga como un botellón y, bueno, eso es lo que hay. Ya en la noche del sábado, los pies se quedaban misteriosamente adheridos en las aceras de toda la calle Victoria. Pero tranquilos. El Ayuntamiento, tal y como pueden comprobar en la fotonoticia que tienen sobre estas líneas, optó por el modelo soviético y se apresuró a cerrar la Plaza de la Merced con una valla, a cal y canto, cual Gibraltar. Muerto el perro, pocas palabras bastan. Lo de la prevención y la educación social se hará cuando se pueda.

Lo bueno de esta Feria es que, si los horarios y las costumbres mudan la lógica que mantienen durante el resto del año, el personal adopta inquietudes parecidas. Este año, lo más in (no se pierdan lo que Demetrio de la Torre tendrá que contar todavía en estas mismas páginas al respecto) son los grupos de señores vestidos como señoras, con sus volantes y sus peinetas, pero marcando bigote, en plan travestis carnavaleros de la Transición. También ellas, no se crean, se ponen sus corbatas. Pero, al cabo, ¿no era un inspector de Hacienda el jovial feriante que se empeñaba ayer en entonar Doce cascabeles mientras llevaba la copa de fino en una mano y los piquitos empapados en la otra? ¿Qué respetable profesor universitario se liaba a mamporros con un globo salchichero contra la que seguramente era una prima ya bastante afectada mientras bailaba el Waka Waka en la Plaza de la Constitución? ¿Quien sino un eminente cirujano caminaba haciendo eses por el Pasillo de Santa Isabel devorando una bolsa de patatas fritas y preguntando a voz en grito quién tenía un coche para llevarlo al Real? Bueno, no todo el mundo ha leído el Tratado de la vida elegante de Balzac. Luego jugaron el Barcelona y el Madrid y la Feria se llenó de televisores. Los hinchas del mejor equipo lo celebraron. Los otros, también.

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