Una de las dificultades para relatar un hecho histórico de gran impacto es el embolado que, desde la narración, supone estar a la altura. El asesinato de los seis sacerdotes jesuitas en El Salvador en 1989 es, sin duda, uno de estos hechos; y por desgracia Llegaron de noche se queda en el camino de intentar resultar no ya impactante, sino meramente conmemorativa.
La cinta escoge el punto de vista de Lucía Barrera (una desbordada Juana Acosta), única testigo de la matanza, limpiadora en la Universidad Centroamericana donde se produjeron los hechos. Desde esa noche, la aventura recorrida junto a su marido (Juan Carlos Martínez) e hija es el motor de la historia, y acierta el guión de Daniel Cebrián cuando, ubicándola en el ojo del huracán, hurga en las diferentes posturas que adoptaron los involucrados, desde Estados Unidos a Francia, pasando por España o la propia Compañía de Jesús.
Pero ante el reto de poner orden en la historia, Uribe opta por un montaje invertido que poco o nada aporta a la narración. Ante las idas y venidas, la película se despista e incurre en problemas de tono (también desde la banda sonora), pivotando según sea del drama al thriller político. La primera vía podría haber reorientado la brújula hacia De dioses y de hombres (Xavier Beauvois, 2010). Aunque de haber insistido por la segunda opción posiblemente el empaque de la producción debería haber sido mucho mayor de lo que fue.
La torpe incorporación de personajes que podrían haber enmendado el rumbo (el Padre Tipton y el Padre Berra surgen en la historia como una suerte de Holmes y Watson), los recurrentes problemas de ritmo, una última secuencia incomprensible y cierta literalidad de los diálogos sepultan esta necesaria película al punto que ni la canción de Javier Ruibal al cierre puede rescatarla.
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