Málaga vive la Feria del desquite
El Centro Histórico acoge una fiesta multitudinaria
La romería de la Victoria abre una Feria que abarrota el centro
Málaga/La Feria del Centro Histórico se asemeja, más de lo que cualquiera pudiese pensar después de estos dos años de estrecheces, a lo que siempre ha sido. De tal forma que, de la puerta de Tannhäuser hacia adentro -léase portada de la calle Larios-, la almendra de la ciudad se convertía este sábado en un territorio entre lo apacible para unos y lo inhóspito para otros; aunque, al menos las más de las veces, esta división siempre ha tenido un eje temporal delimitado y claro para el visitante: con el folclore como protagonista durante el turno de mañana y lo imprevisible en adelante. Con todo, para cualquiera de los menesteres escogidos, la franqueza es de agradecer.
Así las cosas, la primera jornada feriada, además de las convencionales sevillanas, la romería al Santuario de la Victoria y las pandas de verdiales, que en esta ocasión, por cierto, lloraban la pérdida del insigne Paco Maroto, estuvo marcada por una afluencia masiva desde bien temprano y que -ay- se tornó en bacanal más pronto que tarde.
Sirva de probatoria, sin ir más lejos, el trompetista que se afanaba en echarse al instrumento Paquito el Chocolatero y otros temazos del año de la polca mientras las notas se estampaban contra los oídos de los viandantes; las interminables filas a la puerta de los estancos, que dispensaban Cartojal a una velocidad que ya querrían los mecánicos de Carlos Sainz; la vista de la otrora (sic) plaza de la Constitución, núcleo central del cotarro, que se había tornado en el mismísimo Starlite con tanto concierto; o el aspecto de los poyetes ornamentales que circundan la entrada del Pasaje Chinitas, usados como minibar y soporte de otros menesteres menos decorosos a los ojos de la ley. Pero, para despejar dudas, salió al paso la estampa que el cronista de guardia atestiguó accidentalmente en una de las bocacalles a Santalucía cuando, a eso de la hora del sesteo, tres almas sin tino, cubata en mano, regaban una pared.
Siguiendo Feria arriba, y por suerte salvando algunas distancias, la situación tampoco resultaba demasiado halagüeña. En la terraza de Pepa y Pepe se daba la curiosa comunión entre dos grupos de bípedos que, bien surtido de alcohol y al grito futbolístico de “lo, lo, lo, lo” el primero, interpelaba al segundo, a destacar este no por su ebriedad sino por la pinta de todos sus integrantes, que iban enfundados en camisetas “jurásicas”. Uno de ellos, qué cosas, iba casi envasado al vacío en un disfraz de T-Rex. Con este calor. Ofú.
Entretanto, en la plaza de Uncibay, y pese a la calma chicha en una pasada previa, se desataba el júbilo botellonil -neologismo agudo para la ocasión- al borde de las seis de la tarde. Aspecto que, unido a la incursión de una ambulancia, generaba taponamientos, pisotones y demás lindezas de la convivencia. Empero, la dicha de este cronista no fue mayor cuando el público de marras, consciente del bloqueo momentáneo, decidió utilizar como pasatiempo el lanzamiento de botellas y vasos de plástico salpicando de líquidos de dudosa procedencia al personal.
Al cabo, y según parece, una de las dos formas de vivir la gran fiesta de agosto habrá de seguir helando el corazón a los malagueños del otro gusto. Después de tanto tiempo, era complicado esperar otra cosa: comienza la Feria del desquite.
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