Austria: tres ciudades para volver

Europa a un paso

Naturaleza, arquitectura, arte, música, gastronomía y un aroma, tan variado como exquisito, se funden en Innsbruck, Salzburgo y Viena, la romántica e imperial urbe destino tradicional de los recién casados

Austria: tres ciudades para volver

09 de agosto 2009 - 01:00

ENTRE las montañas alpinas del Tirol y la llanura del Don, en el pequeño estado centroeuropeo de Austria, se alzan tres ciudades que son auténticas joyas del legado de la vieja Europa. Naturaleza, arquitectura, arte, música, gastronomía y un aroma, tan variado como exquisito, que recuerda a todos y cada uno de los países que formaron parte del vasto imperio que fue durante siglos la que Carlomagno denominó Ostmark, la Marca del Este. Osterreich, que así se denomina la patria de Mozart en alemán, fue la provincia oriental defensiva del imperio carolingio hasta que en el siglo XIII se constituye como un país independiente. Fue un imperio con dinastías señeras de Europa, como los Habsburgo, y con emperadores y emperatrices que han dado mucho juego en la historia, en la literatura y en el cine, tales como Maximilano I, emperador del Sacro Imperio Romano, su nieto Carlos V, Francisco José I y su esposa Sisí emperatriz o el príncipe heredero Francisco Fernando, cuyo asesinato en Sarajevo desencadenó la Primera Guerra Mundial.

Austria, a lo largo de la historia, se ha estirado y encogido como un acordeón hasta quedar en la actual república de algo más de 83.000 kilómetros cuadrados. A ella nos vamos para visitar Innsbruck, Salzburgo y Viena, escuchar música, degustar un escalope a la vienesa (wienerschnizel), un gulash, un pastel de manzana (apfelstrudel) o de chocolate (sachertorte) y beber un vino de cosecha en algún heuriger (bodega).

Innsbruck, capital del Tirol y del Festival de Música Antigua, situada en plenos Alpes orientales, es la perfecta conjunción entre naturaleza y arquitectura. Se puede acceder a ella por carretera desde el lago Costanza, por Alemania, o bien a través de Suiza y Liechtentein recorriendo una de las autopistas alpinas más bellas de Europa. La ciudad tomó su actual nombre en el siglo XI del río Inn que la baña y su máximo esplendor lo obtiene con Maximiliano I. Muestra de ese esplendor lo veremos, en su casco antiguo, paseando por la María Theresienstrasse con el Arco del Triunfo, emblema imperial de los Habsburgo. Nos encontraremos con varios palacios barrocos, como el de Samthein y el de los Fuggere y la columna de Santa Ana (que debió marchar al cielo, porque en la columna hay una Virgen). Continuamos por la Herzog Friedrich, en la que, además del antiguo Ayuntamiento del siglo XIV y la torre Stadturm con su enorme reloj del siglo XV (la torre, no el reloj), nos encontraremos con lujosas tiendas y numerosos comercios de todo tipo. Desembocaremos en una plaza con uno de los edificios más bellos e impactantes que podamos imaginar, el Goleen Dachl o Tejadillo de Oro, de estilo gótico recubierto por láminas de bronce dorado. Es el balcón donde Maximiliano I contemplaba los torneos que se celebraban en la plaza. La catedral barroca de San Jacobo, con su Virgen Mariahilf, obra de Cranach el Viejo, es interesante. Seguiremos con la visita a la renacentista Iglesia de los Franciscanos, Hofkirche o Iglesia de la Corte. ¡Fantástica! Se construyó para contener el cenotafio del emperador Maximiliano, pero el emperador descansó en paz en Wiener Neustadt y no tuvo ganas de trasladarse.

En la nave central está el sepulcro con una escultura del emperador arrodillado y una virtud en cada esquina, todo en bronce y, a su alrededor, otros 24 enormes bronces representando personajes de la realeza relacionados con los Habsburgos, entre ellos Fernando de Aragón, Juana la Loca y Felipe el Hermoso. Entre el oscuro bronce de las esculturas, destaca el brillo dorado del realce, que acoge los genitales, de la escarcela de la armadura de una de ellas (posiblemente del sonriente Godofredo de Bouillón). Brillantez debida a que ninguna turista resiste la tentación de pasar su mano por el realce. No nos iremos sin visitar el palacio-castillo de Ambras, con su Sala Española del siglo XV, el Palacio Imperial (Hofburg) y el impresionante trampolín de saltos de skí.

A ambas orillas del río Salzach, rodeada de boscosos montes, se encuentra la bellísima y rica ciudad de Salzburgo. La arquitectura y la música le dieron la belleza. Sus minas de sal, la riqueza, por eso toma su nombre. Patria de Mozart, por eso se respira la música en todos sus rincones. Ciudad de príncipes-arzobispos, por eso está plagada de arte y se come tan bien. Se cuenta del primero de ellos, Wolf Dietrich von Raitenau, que fue enterrado sentado en su sillón (tanto apego le delata como político). En el centro del casco antiguo está la catedral (Dom) renacentista, con una gran cúpula y dos torres gemelas. En su interior, de gran riqueza ornamental, destaca la pila bautismal, de bronce del siglo XIV en la que fue bautizado Mozart, la cripta y el tesoro con la Cruz de San Ruperto del s. VIII. Junto a ella, en la Kapitelplatz se encuentra el Palacio Arzobispal. En la Mozartplatz hay una gran estatua de bronce del genial músico y en la Residenplazt la bonita Fuente de la Residencia, barroca del XVIII, el Nuevo Palacio de la Residencia, con sus espectaculares salones, y la Residencia Arzobispal, de sobria factura exterior pero de un espléndido y apabullante interior. En su Sala de Conferencias, Mozart dio numerosos conciertos. Desde la Residencia accederemos a la Iglesia de los Franciscanos. Veremos la iglesia de San Miguel, la abadía de San Pedro, la calle de los Cereales (Getreidegasse), la más típica y llena de turistas entre los que nos encontraremos, la Fortaleza, el antiguo Ayuntamiento, la casa natal de Mozart, el Mercado Antiguo, el medieval barrio judío y mil rincones más y, con tiempo y ganas, podemos ir identificando los lugares donde se rodó la película Sonrisas y lágrimas.

Terminaremos nuestro viaje en Viena, la romántica, barroca e imperial ciudad, destino tradicional de todos los recién casados. La música está tan estrechamente ligada a ella que, no en balde, Mozart, Haydn y Bethoven pertenecen al llamado "clasicismo vienés". Pero también Viena fue abanderada del modernismo a comienzos del siglo XX. En ella Freud cambió al hombre, Mahler la música, Klimt el arte y Adolf Loos la arquitectura. En ella se alumbró también el croissant que Napoleón se llevó a Francia. La gótica catedral de San Esteban nos sorprenderá con su cubierta vidriada de vivos colores. Ya en el interior, reparemos en el púlpito, cuyo autor se inmortalizó en uno de sus bajorrelieves asomado a una ventana. Pasearemos la calle Graben contemplando la curiosa Columna de la Peste. Es bonita la fachada de la casa donde vivió Mozart y donde compuso Las bodas de Fígaro. En la plaza de San Miguel se encuentra el primer edificio racionalista, que diseñó Loos; desagradó tanto su arquitectura al emperador Francisco José que condenó las ventanas del palacio que asomaban a la plaza para no verlo. El Palacio Imperial (Hofburg) es impresionante por su tamaño, sin más. Una vez en su interior no dejaremos de ver la Escuela Española de Equitación. El Ayuntamiento, impresionante también, es un pastiche gótico de principios del siglo XX. Es imprescindible visitar el Belvedere y el Palacio Schönbrun que nos dará una perfecta imagen de lo que fue la época imperial. Y, para tener una fuerte impresión, veremos la Kaisergruft (Cripta Imperial) en la Iglesia de los Capuchinos, que encierra una colección de sarcófagos que, por muy imperiales que sean, ponen los vellos de punta. Para alegrarnos la vida, después de ver la muerte, y terminar nuestro viaje, nada como ir a un café y tomar algún dulce, la repostería es verdaderamente exquisita.

El regreso, como siempre, a gusto de cada uno.

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