Bárbaros, piratas, cómplices y víctimas

El Prisma

Estos días pueden pasar a la historia como los de la infamia portuaria, los de la barbaridad de permitir un supermercado en el mejor suelo libre de la ciudad, otra chapuza más a sumar al Palmeral

Bárbaros, piratas, cómplices y víctimas

27 de junio 2010 - 01:00

EL complejo monumental que forman las tres pirámides y la esfinge de Giza es uno de los grandes hitos de la humanidad. Plantado ante su inmensidad, el visitante duda del origen humano de las pirámides, una gesta que aún hoy sigue sorprendiendo a los ingenieros. Giza fue sitiado hace años por las afueras de El Cairo, una de las ciudades más caóticas, bulliciosas y ruidosas del mundo. A pocos metros del semblante de la esfinge, donde antes reinaba la arena del desierto, hay unos cuantos edificios cutres. Y en la plazoleta que rodea a la criatura mitológica hay un solo faraón: el logotipo de Pizza Hut, que ocupa el mayor local de la zona. Tras la persecución de Cleopatra por Marco Antonio y Julio César, se trata seguramente de la mayor profanación que ha hecho Italia en Egipto, aunque la franquicia de comida rápida sea estadounidense. Los atentados de la globalización no sólo los comete Al Qaeda.

En una pequeña y modesta escala malagueña, desde la denominada esquina de oro entre los muelles 1 y 2 del puerto -a estas alturas habrá que llamarla de latón- se vislumbran la Alcazaba, Gibralfaro, el Parque de Málaga -gracias, Cánovas- y la Catedral. Muy pocas, poquísimas ciudades del mundo reúnen tantas civilizaciones y cultura en un radio de menos de un kilómetro. Desde el atraque portuario, el crucerista puede casi acariciar una catedral que mezcla renacimiento y barroco, dar un salto al cada vez más imponente teatro romano, visitar el Museo Picasso, pasear por las murallas de la Alcazaba musulmana o subir hasta el Gibralfaro de origen fenicio. Y en ese lugar privilegiado, la puerta de entrada a Málaga para miles de visitantes, el espacio que ansía ocupar la ciudad desde hace más de veinte años, se ubicará un supermercado, también de multinacional.

Cuando un europeo visita El Cairo, su primera impresión es que no queda nada de aquellos egipcios que crearon el primer gran imperio y levantaron templos inverosímiles. Cualquiera que visite Málaga por el mar se llevará una decepción similar. Quizás es una maldición, otros sostienen que es lo que nos merecemos. Pero no se trata sólo de vender patatas y papel higiénico, y un buen surtido de quesos internacionales, en el mejor suelo de la ciudad. Sólo hay que recorrer el perímetro sur de la Catedral, un impresentable aparcamiento de autobuses, camiones de carga y descarga, y esporádicos coches oficiales, para comprobar que también nosotros podemos ser unos bárbaros. Algunos se preocupan mucho de que el templo está manco, aunque luego les importe un bledo que se ahume.

Son los mismos que miran hacia otro lado mientras se comete un nuevo urbanicidio. Ya estamos acostumbrados. Aburridos. De hecho, parece como si Málaga sufriera una plaga de urbanicidas en serie. Su mayor crimen hasta ahora, gastarse 40 millones de euros en la sede de la Gerencia de... ¡Urbanismo! Toda una ironía. Pero volvamos al Puerto. Decía María Gámez, delegada del Gobierno andaluz, que el supermercado de la esquina rebajará el listón del Palmeral de las Sorpresas. La otra traición a Málaga. En el muelle 2, Jerónimo Junquera ha tirado al barro su prestigio, levantando una mole de hormigón sobre la rasante del Parque, la pérgola de mayor impacto visual del mundo y retranqueando apenas dos metros la simbólica verja, que seguirá separando el Puerto de la ciudad. Una chapuza de autor financiada con dinero público de la Junta. Si Peñalosa levantara la cabeza blandiría de nuevo su afilada pluma, en busca de venganza por la inútil muerte del silo.

A menudo se ha dicho de Francisco de la Torre que, con sus virtudes y defectos, pasará a la historia como el alcalde que peatonalizó la calle Larios. Pero es posible que también le señale como el regidor que llevó el provincianismo al extremo de permitir y alentar un súper, de alta gama o no, donde otros ponen un Guggenheim. Y, mientras, se da la paradoja, propia de una novela de Eduardo Mendoza, de que el auditorio se aposentará en la peor superficie portuaria, frente a las montañas de contenedores. Resonancia metálica para la triste canción de Málaga.

Una placa bien grande debería recordar, en un noray, los nombres de todos y cuantos pudieron hacer algo -aún pueden- por evitar la infamia portuaria, cual Pearl Harbor malacitano, fechada el 25 de junio de 2010. Ese día Iniciativas de la Farola sentó sus posaderas donde antiguamente estaban los jardines de la casa del ingeniero y defecó un centro comercial al uso con súper, panadería, sucursal bancaria, zapatería, bisutería y perfumería. Y que no se nos olvide el mamotreto de edificio cultural, perpetrado sin concurso de ideas y avalado por los técnicos de Urbanismo. Que Dios nos pille confesados.

"Ocurrió siendo alcalde Francisco de la Torre; presidente de la Autoridad Portuaria, Enrique Linde; presidente de la Junta, José Antonio Griñán; consejero de Turismo y Comercio, Luciano Alonso; líderes de PSOE y PP, Miguel Ángel Heredia y Elías Bendodo; presidente del Patronato de Turismo y de la Diputación, Salvador Pendón...". Así hasta incluir los nombres de los decanos de los colegios profesionales, de los presidentes de las asociaciones de vecinos, de los directores de los medios de comunicación de la ciudad. Que la historia nos recuerde a todos y que cada palo aguante su vela. Las venderán a dos por una en el Puerto, así que pongan sus carritos en cola.

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