Consideraciones sobre una isla

Separado del resto de la ciudad por la autovía y sometido a un crecimiento brutal que en poco más de una década ha agotado su área de expansión, este enclave defiende su factor humano

Pablo Bujalance / Málaga

10 de octubre 2010 - 01:00

Al barrio malagueño de Cortijo Alto le ocurre como, según Stephen Hawking, al universo: nació de buenas a primeras, sin intervención divina. Entre Teatinos y Santa Cristina, entre el polígono de Alameda y el Cortijo de Torres, este enclave ha estado siempre aislado del resto de la ciudad por la autovía. Para llegar a cualquier otro sitio hay que hacerlo en coche, a no ser que algún valiente se atreva a cruzar los nuevos puentes para llegar a Teatinos, lo que resulta altamente desaconsejable. No hace mucho que el Cortijo Alto tuvo su particular Big Bang: hasta mediados de los 90 no llegaron los primeros colonos, a quienes se les ofrecía viviendas a un precio más asequible mientras la crisis de entonces mantenía por las nubes pisos y apartamentos en los barrios tradicionales. Algunos de aquellos primeros bloques de pisos tenían de hecho, y tienen, la categoría de viviendas sociales. Entonces se podía aparcar por aquí fácilmente, aunque la lógica falta de servicios obligaba a las familias a tomar un vehículo para comprar el pan. En poco más de una década, sin embargo, la situación cambió radicalmente: llegaron los comercios, las oficinas de bancos y cajas de ahorros, las parroquias, los equipamientos deportivos, todo lo más o menos imprescindible, pero también otros muchos invitados cuya presencia obligó al barrio a mantener un ritmo de crecimiento que terminó agotando su expansión en pocos años. Hoy, aparcar es mucho más difícil, pero la saturación alcanza niveles más que incómodos para los vecinos, sobre todo durante ciertas fechas al año. El Cortijo Alto, eso sí, sigue siendo la misma isla.

Y a pesar de toda esa incorporación de agentes sociales y urbanísticos, llegar y salir del barrio es a veces considerablemente difícil. Una chica que en esta mañana sombría, en la que la luz se filtra aún como puede entre las nubes, espera paciente el autobús en la línea 4 (también llegan hasta aquí las líneas 20, 22 y 25, que progresivamente, y desde la fundación del barrio, modificaron sus trayectos para atender a las necesidades de la población asentada aquí) explica que, dados los atascos que el tráfico tiene que soportar para llegar a este tramo, "es habitual que haya retrasos, especialmente en las horas punta. Y como por aquí apenas pasan taxis, o te aguantas y esperas o no te quedan muchas más opciones". Resulta paradójico que, a pesar del aislamiento, un buen número de ciudadanos de otros lares se trasladen aquí a diario, dada la cantidad de dependencias, públicas y privadas, que han traído hasta aquí sus sedes en los últimos años. El caso más reciente es el de la Delegación de Tráfico, que abrió hace unos meses un flamante edificio de arquitectura funcional (mucho hormigón) en el que se atiende a los usuarios con mucha más celeridad y comodidad que en el antiguo cuchitril de Mauricio Moro. Sólo por cuestiones de papeleo, son cientos los malagueños que acuden a sus instalaciones cada mañana; pero nadie ha previsto que esa afluencia se traduce en una masificación para el barrio. No se han construido aparcamientos y cada uno se busca la vida como puede: la doble fila es aquí más una opción obligada y compartida que una infracción, y circular por calles como Hamlet, Shanti Andía y Mefistófeles requiere andar con ojo avizor para comprobar que quien viene en dirección contraria tiene sitio para pasar; los tapones son frecuentes además de, sobra decirlo, irritantes. Las consecuencias respecto a la propia seguridad vial son también peliagudas. Éste es el particular caballo de batalla de la Asociación de Vecinos, que en 2005, mientras se construía el centro comercial Bahía Málaga (más conocido como el segundo Corte Inglés), desarrolló una visible campaña de información en la que se alertaba de que ni la empresa responsable de la infraestructura ni quienes habían emitido las licencias pertinentes habían previsto que el barrio iba a sufrir daños colaterales evidentes; y es que, aunque hay un amplio parking para clientes, los empleados no pueden estacionar allí y tienen que hacerlo, de nuevo, donde puedan. Dado el aislamiento del barrio, la única opción posible es dentro de su perímetro. Pero quienes lo pagan son los vecinos. El caso más doloroso es, sin embargo, el de la Feria en el Cortijo de Torres. Un padre que pasea a su pequeña en cochecito hace un alto en el camino y se explica: "Muchos hemos optado, directamente, por buscarnos otro sitio para pasar la Feria de Agosto. Es imposible vivir aquí. El ruido es lo de menos, lo peor es que se mete a aparcar todo el mundo, y lo hacen no sólo en los aceras, llegan a meter los coches en los jardines. Por no hablar de la suciedad. La policía hace la vista gorda, se supone que debía haber un control y dejar el paso sólo a los residentes, pero, si se lleva a cabo, sólo dura un rato. Los agentes se van y luego cada uno hace lo que quiere. Muchos prefieren aparcar aquí y cargarse un bordillo antes que hacerlo en las zonas habilitadas de Teatinos y caminar cien metros más". La Asociación de Vecinos ha expresado sus quejas al Ayuntamiento una y mil veces, sin éxito. "Esa batalla ya la damos por perdida. En Feria también hacen botellones en la puerta de nuestras casas, y nos los tenemos que tragar. Por eso lo mejor es que el que pueda, se vaya". También la UNED inauguró aquí su Centro Asociado María Zambrano, en la calle Sherlock Holmes, pero aunque estos días, por aquello de las matriculaciones, sí se percibe más jaleo, su presencia es valorada como positiva. De hecho, una parte significativa de los alumnos se cuenta entre los vecinos.

En cuanto al espectro social, la mayoría de los vecinos adquirieron aquí su primera vivienda desde mediados de los 90 del siglo pasado y tienen hoy entre 30 y 50 años, lo que constituye una de las poblaciones más jóvenes de Málaga según la distribución por barrios. El índice de natalidad, por tanto, es también uno de los más altos de la capital, aunque en los últimos años, por aquello de la maldita crisis, se ha resentido un tanto. El Cortijo Alto es un milagro de la clase media, pero también es, por tanto, una de las zonas más resentidas de la ciudad por la dificultad a la hora de mantener las hipotecas. En cuanto a las viviendas sociales (construidas en su origen para acoger a las familias desplazadas tras el desmantelamiento de las chabolas de la cercana Huerta del Correo), aunque al principio sí hubo algunos problemas de convivencia, la integración es hoy normal gracias a la labor de los trabajadores sociales y de la parroquia de San Ramón (que comenzó en los bajos de un bloque y hoy dispone de una sede con vistoso campanario). A falta de zonas de expansión, los jardines constituyen los grandes puntos de esparcimiento para los vecinos: en ellos juegan los niños mientras los adultos pasean a sus perros. Hay también una oferta interesante de cafeterías, bares, restaurantes, establecimientos de comida rápida (hasta un McDonald's) y similares que ofrecen un ambiente vivo y acogedor durante los fines de semana. Pero los vecinos exigen nuevos equipamientos, desde otro colegio (el que ya se abrió en 2007 ofrece un número de plazas insuficiente y cada año se queda una nada desdeñable cantidad de niños fuera; y merece la pena recordar que, en Cortijo Alto, quedarse fuera significa tener que coger el coche para ir a otro centro), un instituto, una biblioteca pública, un mercado municipal y no pocos más. "Ya que no podemos salir de aquí, deberíamos tenerlo todo a mano", se lamenta una vecina con pinta de llevar toda la mañana en la cocina y que ha salido de casa con el delantal y en zapatillas. Otra vecina, con mucha guasa, responde: "Pero a ver en qué barrio puedes decir que vives al lado de El Corte Inglés". "Por pedir, yo pediría una piscina", remata la anterior. Empieza a llover, y dado el mal estado del firme de la carretera empiezan a formarse los primeros charcos, que en breve serán lagunas. Queda por delante un largo y cansino atasco hasta el centro. Al menos, llevo algunos CD en el coche.

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