Coronavirus en Málaga

Crónica de la clausura (que no fue)

  • Hasta que la autoridad no impuso el cierre de terrazas y establecimientos, el seguimiento de las medidas de seguridad ante el avance del Coronavirus fue este sábado desigual, sobre todo en los barrios

Un grupo de turistas, ayer, durante una visita guiada ante el Teatro Romano, recinto clausurado por la crisis del Coronavirus.

Un grupo de turistas, ayer, durante una visita guiada ante el Teatro Romano, recinto clausurado por la crisis del Coronavirus. / Marilú Báez (Málaga)

En la calle Cristo de la Epidemia, una mujer que se cubre con las gafas de sol habla con un hombre sin ocultar la indignación en su tono: “Yo cierro, de acuerdo. Sigo pagando cada día exactamente lo mismo. Pero he cerrado y no tengo clientes, así que cada día que pasa pierdo dinero. Ahora vas al Carrefour y te lo encuentras lleno de gente, de padres que van sus niños y de familias que se apretujan en las colas. Y yo me pregunto, ¿ahí no hay riesgo de contagio?” Son poco más de las diez de la mañana. En los supermercados del barrio había colas para entrar desde bastante antes de las nueve y correspondía armarse de paciencia. Pero, salvo por algunas tiendas y cafeterías que han cerrado, el ambiente se parece bastante al de un sábado cualquiera en esta parte de la ciudad, con su frenesí de vecinos que van y vienen, unos para comprar, otros para dar un paseo o sacar a sus mascotas. Todavía algunos salen del Maskom de Fuente Olletas con sus cargamentos de papel higiénico. Pero otras cafeterías sí están abiertas, con sus terrazas desplegadas y los clientes que consumen los churros y los pitufos del desayuno. En las panaderías y los locales más pequeños, los consumidores hacen cola fuera y van entrando de uno en uno. Pero, salvo por detalles de este calibre, el barrio de la Victoria luce su mejor cara: nada aquí huele a alerta, ni a alarma, ni a estado de sitio, ni a cuarentena. En el Jardín de los Monos las cafeterías están todas abiertas, con sus terrazas ocupadas. Hace ya un sol espléndido y el buen tiempo invita a detenerse. Algunas horas después, a eso de las dos de la tarde, algunos bares del Camino de Colmenar mantendrán sus terrazas habilitadas a pesar de que el Ayuntamiento ya habrá ordenado su cierre, dada la discreta respuesta a las recomendaciones de la Junta de Andalucía. Y casi todas las mesas disponibles estarán ocupadas de gente que disfruta sus cervecitas y sus conchas con aceitunas. En una mesa, a esta hora, poco antes del almuerzo, dos cuñados parecen discutir en voz muy alta, aunque resulta que están de acuerdo: “Yo no sé por qué tanto llanto con la Semana Santa. Si tienen luego todo el año para sacar los tronos, pues que esperen un poco y ya está”, dice el más alto, con su pelo cano, su medalla al cuello y sus bermudas azules, antes de propinar un sorbo a su Cruzcampo.

Mascarillas en el Mercado de Atarazanas. Mascarillas en el Mercado de Atarazanas.

Mascarillas en el Mercado de Atarazanas. / Marilú Báez (Málaga)

Es sábado de un invierno tan remoto como Neptuno. En el primer día tras la declaración de alarma, y a la espera de que el clima cambie de rumbo la semana que viene, la primavera anticipada ocupa todos los ánimos y todas las esquinas. El Gobierno va a anunciar dentro de poco medidas para la restricción de movimientos, pero en las calles de Málaga los turistas cumplen los itinerarios con aparente normalidad. Algunos se despiden, salen de sus apartamentos turísticos, arrastran sus equipajes y trazan planes para llegar al aeropuerto. Pero otros no muestran precisamente mucha inquietud por dar su escapada por terminada. En el centro, la cuarentena sí deja ya escenas marcadas por una tenebrosa impresión de vacío desde la mañana, con poca afluencia, calles y plazas deshabitadas y comercios y locales cerrados. Algunas terrazas siguen abiertas con sus correspondientes consumidores, incluso en la misma Plaza de la Constitución, aunque pocas horas después, tras hacerse efectivo el anuncio municipal, todas las sillas y mesas habrán sido retiradas. En la calle Larios, a esta hora, sólo hay turistas. Igual que en Alcazabilla, donde los bares sí llevan cerrados desde primera hora. Algunos van a su aire, otros participan en visitas guiadas por más que las autoridades han recomendado que se eviten tales prácticas. No faltan quienes se desplazan en segway y en patinete, ni quienes muestran su consternación al encontrarse los museos cerrados. La situación cambiará a partir de la primera hora de la tarde, cuando definitivamente cierren sus puertas tiendas y bares a cuenta de las medidas anunciadas por el Gobierno: a medida que el sol complete su caída, el centro quedará convertido en un recinto fantasma, correspondiente a lo que cabe esperar de un estado de excepción y una emergencia sanitaria.

En los barrios de Málaga, sin embargo, el seguimiento de las medidas resulta desigual, especialmente hasta el mediodía, cuando las ordenanzas de cierre empiezan a hacerse efectivas. En barrios como Cruz de Humilladero y El Palo el paisaje es muy parecido al de cualquier sábado, con algunas tiendas y cafeterías cerradas pero con otras muchas aún abiertas y mucha gente en la calle, bien para comprar o para dar un paseo. En el Paseo de los Tilos, por ejemplo, la mayoría de los comercios están abiertos y pleno rendimiento, mientras en la calle Almería el tráfico peatonal y rodado es tan bullicioso como cualquier sábado, si bien los autobuses van prácticamente vacíos. El Paseo Marítimo Pablo Ruiz Picasso muestra durante la mañana una afluencia menor a la habitual pero no faltan corredores ni paseantes. También acuden puntuales a su cita los ciclistas que desde Fuente Olletas enfilan hacia los Montes. En otros enclaves como la Carretera de Cádiz sí que se percibe ya por la mañana mucha menor actividad, con muchos comercios cerrados, poca gente en la calle, bares y terrazas clausuradas y mucho menos tráfico del habitual. En Ciudad Jardín, por el contrario, y especialmente en zonas de concentración comercial como la calle Emilio Thuiller, nadie podría distinguir señales de un estado de alarma por más que algunas tiendas se hubiesen quedado clausuradas. Ante uno de los pocos bares que han decidido echar el cierre en esta zona, cuatro vecinos juegan al dominó en una mesa plantada en la acera, con sus sillas de playa, sus cervezas enlatadas, un transistor a toda mecha y un improvisado tinglado dominguero. Se da una circunstancia particularmente curiosa: a partir del mediodía las colas ya no se encuentran en los supermercados, sino en los estancos. Casi todos los establecimientos de este tipo mantienen sus puertas abiertas y atienden a una clientela masiva. No sólo el papel higiénico es objeto de acopio a destajo.

Durante la mañana, costaba distinguir el día en El Palo y La Victoria de un sábado cualquiera

Caída ya la tarde, y al igual que en el centro, el paisaje adquiere un color distinto. La policía clausura terrazas, igual que ha sucedido pocas horas antes en la playa, y las tiendas están ya cerradas, bien a tenor del horario acostumbrado del sábado, bien por convicción o por persuasión ante la evidencia de que no queda otra. En la misma calle Victoria, junto al Dia, al que ahora se puede entrar a comprar tranquilamente, dos vecinos que parecen no haber encontrado un lugar en condiciones para echar el cafelito, comentan la jugada: “Ya está, se acabo. Mañana, todo cerrado. Y el lunes la policía podrá pararte para preguntarte a dónde vas. Y como no vayas a trabajar o a ver a algún familiar enfermo, te puede caer una buena”. En la acera sucia ruedan algunos papeles y plásticos arrastrados por el viento. Digamos que a esta Málaga efervescente, mediterránea, vertida siempre hacia fuera, colmada de luz y abierta al mar, le costó este sábado hacerse a la idea de que va a tener que pararlo todo por un tiempo: sólo accedió a encerrarse, de hecho, cuando la autoridad pasó de la recomendación al mandato. Pocos argumentos cabía esgrimir a favor de la resistencia. Ahora toca abrir un paréntesis y disfrutarlo después.

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