El Jardín de los Monos

Cuentos de la Gran Bretaña. Chester: Una noche con Venus

The Row. The Row.

The Row. / M. H.

Escrito por

Juan López Cohard

La frontera entre Escocia e Inglaterra está un poco más al norte del Muro de Adriano (Hadrian´s Wall) cuyo trazado va de la costa oeste, pasando por la ciudad de Carlisle, a la costa este, en Newcastle. Esta muralla de 117 Km, la mandó construir el emperador Adriano en el año 122 para defender la provincia romana de Britania de los temibles pictos que habitaban el reino de Caledonia que, más o menos, es la actual Escocia. Fue por tanto frontera escocesa. Posteriormente, habiéndose conquistado y pacificado el sur de Caledonia, el emperador Antonino Pio, en el año 142, mandó construir otro muro defensivo, de 58 Km de longitud, a unos 160 km al norte del de Adriano. Definitivamente los romanos no pudieron someter a los pictos del norte. El Hadrian´s Wall contaba con castillos millares (castillete rectangular en cada milla romana), torres defensivas y un fuerte cada 5 millas. Lo que se conserva de dichas fortificaciones romanas ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Dejamos atrás ambas murallas para volver a tierras inglesas. Decía de Inglaterra Henry James, ese escritor, periodista y crítico literario, americano nacionalizado británico, que tanto admiro y tanto me ha hecho gozar con sus artículos de viajes, que “milla tras milla solo ves amplios pastos ondulados de césped aterciopelado, donde pacen a gusto ovejas de fantástico pelaje, adornados con setos de cuyo lujuriante verdor surgen robles y olmos enmarañados de hiedra con una regularidad diríase arquitectónica”. Por eso supe que habíamos entrado en Inglaterra. Pasamos Carlisle, ciudad nacida del fuerte romano de Luguvallium construido para defender el Hadrian´s Wall. Atravesamos la región de los lagos (Lake District) donde se encuentra la ciudad turística de Windemere y el lago homónimo que es el mayor de los lagos ingleses y finalmente, circunvalamos la industrial Liverpool para alcanzar nuestro destino: Chester.

La amurallada ciudad puede que sea el más bello conjunto medieval de toda Inglaterra y, al viajero que llega, quizá sea la enorme cantidad de casas de muro de entramado de madera perfectamente conservadas, lo que más le sorprenda. Está situada a orillas del río Dee y sobre los cimientos de la muralla romana se levanta la actual ciudad medieval. En una de sus puertas, la Bridge Gate que data del siglo XVIII, se encuentra un curioso puente de siete arcos muy anterior, del XIII y, junto a él, un dique del siglo XI. Chester fue el campamento romano Deva Vitrix que levantó el emperador Vespasiano en el año 79 para defender las tierras bañadas por el río Dee. Tras la caída del Imperio Romano, en la época sajona, fue conocida por el nombre de Legaceaster, de donde proviene el nombre actual de Chester. Gracias a su situación estratégica, durante la Edad Media, entre los siglos XII y XIV, experimentó un gran crecimiento convirtiéndose en una próspera ciudad con un importante puerto comercial.

Paseando por sus calles nos encontramos con la catedral, iglesia de época normanda reconstruida en el siglo XIII con estilo gótico. Estuvo bajo la encomienda de los benedictinos y dedicada a Santa Werburga que fue una princesa anglosajona patrona de la ciudad, pero cuando ésta pasó a ser sede episcopal del culto anglicano, la iglesia se convirtió en la “Cathedral Church of Christ and the Blessed Virgin Mary”, o sea la Catedral de Cristo y la Santísima Virgen María.

Uno de los más bellos enclaves, no ya de Chester, sino de Gran Bretaña, es The Row (La Hilera), confluencia de cuatro calles peatonales que fueron en época romana el decumanus maximus y el cardo maximus, o sea el cruce perpendicular de las dos vías principales de la ciudad. Éstas calles están flanqueadas por casas de muro de entramado de madera de bellísima factura, casi todas entonces, galerías comerciales de anticuarios. ¡Fantásticos! Si algo tipifica el carácter de los ingleses es que no tiran absolutamente nada usado. Inglaterra es el paraíso de lo que los franceses denominan “brocantes” o antiquités, friperie, ferraille, fripes, occasions, vieilleries,... Pero estos anticuarios de Chester eran de gran categoría, yo diría que de un nivel superior al de brocante.

Fuera de la muralla, en el Roman Garden, se conservan los restos de una torre del castro romano, las ruinas de un hipocausto (baños públicos subterráneos con calefacción) y el anfiteatro romano del siglo I. Detrás del anfiteatro vimos la iglesia románica normanda de St. John, en la que se encuentra el monumento funerario de Lady Diana Warburton, de 1693. El monumento es un altar cuyo retablo consiste en un bajorrelieve que lleva esculpido un esqueleto. Su interés solo radica en saber si el esqueleto era el de la Lady o no.

Chester cuenta con una leyenda medieval entrañable sobre otra Lady célebre por su piedad, con la que tuve un sueño. Soñé que la noche transcurría tranquila mientras John tomaba una pinta de cerveza en The goddess Venus pub. El pub de la diosa Venus se encuentra en la orilla del río Dee junto al Dee Bridge. Estaba lleno de gente. Había grupos que sentados alrededor de las mesas, jarra de beer en mano, bebían y hablaban alto, de forma escandalosa, cual tasca española. Curiosamente todos comentaban lo acaecido el día anterior en Coventry con Lady Godiva, la condesa de Chester. John puso oídos a lo que decían: El avaro conde de Chester, llamado Leofric, estaba esquilmando, a base de impuestos abusivos, a la pobre población de Coventry. La condesa, compadecida de sus súbditos, le rogaba insistentemente a su esposo que disminuyese la presión fiscal que los estaba asfixiando económicamente. Al conde, que no sabía cómo quitarse de encima las continuas e insistentes rogativas de su esposa, no se le ocurrió otra cosa que retarla: Si era capaz de cabalgar por Coventry sin más ropa que sus propios cabellos accedería a su demanda. Pensó el conde que Lady Godiva por pudor iba a cesar en sus rogativas. Se equivocó. La Lady, previo acuerdo con todos los coventrianenses de que nadie saldría a la calle a verla, cabalgó desnuda por el pueblo. Logró así que su marido bajase los impuestos a los ciudadanos de Coventry. Nadie vio cabalgar a la bella condesa de largos cabellos. Nadie excepto un sastre que, vencido por la curiosidad, aplicó el ojo a la rendija de su ventana. Según la leyenda los dioses le castigaron dejándole ciego. Al sastre se le conoce como “Peeping Tom” que traducido al español es “Mirón” y al francés “Voyeur”.

Afrodita (Terracota, s.II d.C.) Afrodita (Terracota, s.II d.C.)

Afrodita (Terracota, s.II d.C.) / M. H.

En su mesa de El Pub de la diosa Venus, con la mirada perdida en el río, John no dejaba de pensar en la bella amazona. Tenía el codo apoyado en la mesa, la pinta de cerveza en la mano y los ojos fijos en el agua, cuando, como si fuese el reflejo de la luna, se le apareció la imagen de una preciosa joven de largos cabellos cabalgando un caballo alado. Se restregó los ojos en un gesto de incredulidad, pero allí seguía. Creyó que era el espíritu de Lady Godiva. Pero no. La que veía reflejada en las aguas del río resplandecía como una diosa del Olimpo ¡Era Venus, la diosa del pub!, Afrodita, la diosa de la que siempre estuvo enamorado. Parecióle que la diosa le tendía sus brazos y no se pudo resistir. Se lanzó al río y… desperté.

Conchi, Nani, Victor y yo no nos resistimos a la tentación. Pasamos el día visitando anticuarios. En una de las tiendas vi una preciosa copa griega, según certificado, del s. IV a.C. y procedente de la Magna Grecia (Sur de Italia). La compré. En el mismo anticuario encontré una bella y sugestiva diosa de terracota ¿Lady Godiva? No, no ¡Era mi Afrodita! Aquella por la que, en mi sueño, me lancé al río creyendo que era mía. La compré. El cuento se acabó con la cuenta. Con la cuenta pagada en libras al anticuario. Desde entonces, copa griega y terracota romana del s. II d.C. fueron mías para siempre. Ahora, cuando miro mi Venus (Afrodita) y mi copa, me acuerdo de aquel sueño que tuve con John en la The Goddess Venus pub, con Lady Godiva cabalgando desnuda y con la diosa del río. Y también vienen a mi mente estos versos de nuestra insigne poeta Mª Victoria Atencia: “Cuando sobrepasemos la raya que separa / la tarde de la noche, pondremos un caballo / a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva, / puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo / -los postigos cerrados- por la ciudad en vela…”.

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