Opinión | Territorio Comanche

Deserta facere

  • En la lucha contra la desertificación, no puede haber otra estrategia posible que no pase, de una vez por todas, por la ordenación de los recursos, especialmente suelo y agua

  • Territorio Comanche: La burbuja

El pantano de la Viñuela.

El pantano de la Viñuela. / Javier Albiñana

CUANDO tras una tromba de agua, ve los ríos y arroyos de color marrón y después una mancha del mismo color en el litoral, bien sabe que se trata de toneladas y toneladas de suelo fértil que desde los montes van directamente hacia el mar. Es la erosión del suelo. Cuando hay una sucesión de olas de calor, como la que estamos padeciendo, y el suelo adquiere una temperatura extrema, en ese momento evapora el agua que contiene, la misma que en condiciones normales tendría una utilización para las plantas que sería absorbida por sus raíces. Cuando se abren pozos continuamente y se utiliza el agua de los acuíferos próximos al litoral, baja el nivel de base de estos, se sobreexplotan e incluso se producen intrusiones de agua marina, salinizándose. Cuando una sierra cuyo ecosistema está en equilibrio se incendia en repetidas ocasiones, como Sierra Bermeja, y el suelo queda desprovisto de vegetación protectora y regeneradora. Etcétera.

Todos estos hechos que forman parte de lo cotidiano en nuestro entorno, en realidad son síndromes de un proceso más robusto que es la desertificación, que no es el avance del desierto, como se malinterpreta habitualmente, sino la pérdida de capacidad productiva del suelo, hasta que se degrada completamente y se hace estéril, debido a una serie de factores interrelacionados (físicos, biológicos, socioeconómicos...) y que tienen como consecuencia la degradación de los ecosistemas naturales y productivos, de tal manera que se rompe el equilibrio entre los recursos naturales y su explotación. Esto es aplicable tanto para las lechugas, las patatas, como para el matorral protector o la cubierta forestal. El Mediterráneo es una zona de especial afección, todos los países en mayor o menor medida tienen parte de su territorio afectado por tales procesos y España el que posee un mayor riesgo de sufrir desertificación. Nada de esto es novedad y, de hecho, desde hace tres siglos los agricultores se percataron que los suelos se degradaban, con lo que pusieron en práctica la rotación de cultivos, incluyendo leguminosas para nitrificar el suelo, y el barbecho para dejarlo descansar. Aquello se denominó revolución agrícola. Seguro que los negacionistas del momento los tacharían de locos.

La provincia de Málaga tiene el 86% de su superficie con una tasa de erosión del suelo por encima de la tolerable (5 Toneladas/Ha/año), y el 25% de la misma con más de 50 Toneladas/Ha/año, es decir, 10 veces por encima de la tolerable. La agricultura intensiva, la deforestación, y el sobrepastoreo, fueron y son las causas de todos los procesos de erosión acelerada y degradación del suelo que padece nuestra provincia, con repercusiones directas en la pérdida de productividad agrícola, degradación del ecosistema, y de capacidad de retención de agua, otro recurso que tampoco nos sobra, porque si el suelo se erosiona, se compacta, reduce su porosidad y pierde capacidad de retención hídrica, gran problema cuando tampoco nos sobran recursos hídricos. Allí donde esta degradación comience a ser irreversible, se iniciarán los procesos de desertificación.

Diferentes razones lo explican. Se trata de una provincia muy heterogénea desde el punto de vista geográfico, con una gran variedad de paisajes, diferentes tipos de peligros, riesgos y vulnerabilidad. Disposición de la orografía, vientos dominantes, torrencialidad, fuertes pendientes, proximidad al mar de estas, suelos muy erodibles, unida a una intensa ocupación del territorio por parte del hombre, desde hace varios milenios, son factores que contribuyen a la presencia de los procesos de degradación del suelo. Podríamos afirmar que prácticamente el 75% de la provincia de Málaga posee un riesgo de desertificación, cuando menos, alto. Escapan a este nivel las zonas forestadas o reforestadas, que en muchos casos coinciden con Espacios Protegidos. El entorno montañoso de Málaga es un área especialmente sensible. Cuando la Junta-mala no plantaba ni un geranio desde el Ayuntamiento no se dejaba de hacer bandera del famoso cinturón verde de reforestación de verdad, ahora que la Junta-buena sigue sin plantar ni un poto, ya saben, mirar para otro lado. En fin, es lo que tiene la política.

En estos procesos, el agua, por acción (erosión hídrica) u omisión (sequía y déficit hídrico), juega un papel importante. Dado que los recursos hídricos no sobran en función de la demanda existente, no solo por la agricultura, sino también por las actividades turísticas, dentro de las zonas de riesgo de desertificación, son las zonas de ladera cultivadas con leñosos en regadío las que adquieren una mayor intensidad. Coinciden con las áreas de subtropicales en la Axarquía fundamentalmente. En estas zonas se da la paradoja que se hicieron unos trabajos previos de abancalamiento, que allí donde estuvieron bien realizados, la implantación de los subtropicales supuso una reducción de las tasas de erosión, una vez asentado el suelo post abancalamiento.

El incremento del agua disponible no parece tarea fácil, dado que no se pueden incrementar los aportes pluviométricos, ni traer grandes cantidades de agua de otras áreas colindantes. No se puede trasvasar agua de sistemas hidrológicos que también pueden tener déficit de recursos hídricos. Eso sin entrar en la valoración económica ni en los tiempos de puesta en valor de tales proyectos. Los agricultores lo saben perfectamente y, en cualquier caso, estaríamos hablando de resolver situaciones críticas, y por tanto excepcionales. Así que las soluciones han de venir de la regeneración de aguas para riego, la desalación, la adecuación de especies menos consumidoras y la optimización de regadíos, y en todas ellas la investigación, el I+D+i, tiene mucho que decir.

Quede claro que en la lucha contra la desertificación, no puede haber otra estrategia posible que no pase, de una vez por todas, por la ordenación de los recursos, especialmente suelo y agua, y para ello, aparte de contar con todos los agentes involucrados, también hay que seguir profundizando tanto en la investigación, controlando la erosión y degradación del suelo, revegetando allí donde hace falta, experimentando con especies de cultivos subtropicales menos consumidoras de agua, optimizando el riego, mediante sistemas de regadío inteligente, que consideren las necesidades de agua de la zona radicular de las plantas, en función de la capacidad de retención de los suelos, así como potenciando el riego subsuperficial en la zona radicular de los árboles, como sistema adaptativo y eficiente, optimizando el riego, previa ordenación de recursos disponibles. O garantizando que ni una sola hectárea incendiada tendrá otro uso en los siguientes 50 años que no sea el forestal. Y todo esto, ahora que estamos en vísperas electorales, solo puede llevarse a cabo si políticos y gestores están convencidos de que los recursos territoriales no son ilimitados y que en Málaga no hay disponibilidad para cubrir toda la demanda, por mucho que le prometan autopistas de agua que difícilmente podrán llevarse a cabo, o trasvases desde otros embalses próximos que ya están encontrando una fuerte oposición en los afectados. Ni agua ni suelo son recursos ilimitados. Ya lo supieron nuestros ancestros hace siglos, parece que nosotros no tanto.

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