Familias con niños en el Centro de Málaga, una 'especie en peligro de extinción'
El ruido, el precio, el turismo o los problemas de movilidad en coche son los, según los vecinos, principales escollos a la hora de vivir en el distrito.
La Junta de Andalucía permitirá a los ayuntamientos que limiten las viviendas con fines turísticos
Las viviendas turísticas superan ya a los habitantes en el Centro de Málaga
En las plazas del Centro de Málaga ya no se escuchan los balonazos contra las paredes, ni llamadas a los porterillos preguntando si puede bajar Juan o Irene. Los niños, más allá de los turistas o los que estén de paso, son una rara avis, en un distrito en el que las familias comienzan a ser una especie en extinción.
Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) señalan que hay unos 4.260 vecinos censados en el distrito Centro de la ciudad, de los que 429 son menores de 16 años. Por poner en contexto, por cada niño hay más de 10 anuncios distintos en el portal vacacional Airbnb.
Así es difícil escuchar a niños corretear entre los turistas que colman las terrazas o quienes pasean buscando el Museo Picasso, el del vino o alguna tiendecita en la que comprar un souvenir artesanal. Cada vez son menos en un barrio cuya población mayor de 65 les triplica en número.
María G. lleva 30 años viviendo en plena almendra central. Ella ha visto la transformación que ha sufrido el entorno cada una de las veces que salía y entraba de su portal. Hace 16 años lo hizo acompañada de su primer hijo, 15 inviernos han pasado ya desde que su hija fuera una más en el núcleo familiar. Prefiere no compartir sus nombres.
"Vivir en el Centro es una elección, yo tengo una casa en propiedad que elegí hace treinta años, he invertido mucho en ella para amoldarla a mis necesidades y hacerla cómoda para mi familia. Ahora vivir aquí se ha convertido en un horror, pero nunca me he planteado irme, ¿por qué iba a tener que irme yo para que cuatro hosteleros se llenen los bolsillos?", afirma María.
Ella asegura que el ocio diurno "no me molesta, lo aguantamos todos los malagueños", tampoco los Carnavales o la Semana Santa o las aglomeraciones derivadas del alumbrado de Navidad, "ya sabíamos lo que era el Centro, y sabemos que es de todos, pero esto se está convirtiendo en una ciudad sin ley".
Ese devenir "en una ciudad sin ley", cuenta María, ha hecho mella en sus rutinas y en la forma de criar a sus hijos. "Incluso a los 13 o 14 años, cuando la mayoría de los niños ya van solos, nosotros teníamos que acompañar a mis hijos hasta la parada del autobús todas las mañanas". María y su familia viven en una calle que aglomera dos discotecas con varios bares y, lo que para muchos es primera hora del día, para otros es, con suerte, el cierre.
El miedo, a primera hora de la mañana
"A esa hora ya sólo queda lo peor, nos da miedo, mi hijo quería ir al gimnasio a las seis de la mañana, antes del instituto, y lo que otras madres pensarían: 'Qué bien, mi hijo hace el esfuerzo por hacer más deporte', yo no puedo dejarle, porque no sé qué va a encontrar a esa hora", cuenta esta vecina del centro histórico.
Aunque, según asegura, a partir de ciertas horas lo que es seguro es que van a encontrar "en el escalón del portal un grupo de personas sentado, si no el vómito de alguno de ellos". Y eso que en su bloque, detalla, "no hay ninguna vivienda turística, nos blindamos en los estatutos para que no las hubiera y somos todo familias".
También han notado el cambio sus hijos, "antes quedaban con sus amigos por el centro, iban a todos sitios andando, pero como el centro se ha vuelto intransitable e incómodo, los padres de sus amigos ya no quieren que vengan al Centro y acaban yendo a otros sitios, los malagueños han dejado de venir".
Algo más retirada del bullicio, pero aún en distrito Centro, vive Noemí junto a su marido Javier. Ambos tienen tres hijos y esperan "en las próximas semanas" volver a ser padres de Nazaret. Ya bregan a diario con Pedro, de 5 años; Israel José, de 4, y Rafael, de 2.
Ellos llegaron al Centro hace seis años, atraídos por las facilidades que supone poder usar el transporte público o ir a pie para llegar a cualquier sitio. De momento eso sigue siendo uno de los puntos positivos de su localización, "hay colegios cerca, supermercados, varios parques para los niños... lo único que no tenemos es una guardería pública que la más cerca está en Huelin".
No decimos lo que está mal por si nos sube el alquiler
¿Su principal problema? El encarecimiento de los pisos de la zona, ellos viven de alquiler y con "miedo" a que les suban la cuota. "Los 700 euros que en 2017 nos parecían caros, ahora es poco, ni siquiera queremos decirle al casero cuando tenemos algo estropeado para que no nos diga que nos sube". En el entorno, asegura, "los pisos no bajan de 1.200 euros, se está volviendo una zona de lujo para vivir; llegará un momento en que sólo vivan los ricos o los que tengan casa en propiedad".
En el distrito Centro, según datos del Instituto Municipal de Vivienda (IMV) reflejados en el último Plan de Vivienda y Suelo 2023-2027, hay sólo un 4,58% de viviendas disponibles, por el 5,91% que había hace cinco años. Según los expertos para que haya la rotación suficiente y el mercado no se tensione (que la demanda acabe siendo mayor que la oferta y los precios suban), la vivienda disponible debe estar entre el 7 y el 8%. El IMV hace este calculo a través de los pisos en los que no hay nadie empadronado, pero tampoco hay consumo de luz y agua; por lo que muchos de ellos pueden estar también en malas condiciones y no estar en el mercado.
En esta tarta multifactorial que acaba siendo la falta de oferta de vivienda disponible también suma el factor de la presión turística: cada vez más pisos que estaban en el alquiler de larga estancia acaban reconvertidos al vacacional, lo que tampoco ayuda en la convivencia con los vecinos en ciertas zonas. "En verano vienen muchos turistas de vacaciones y muchos jóvenes. Ellos están de vacaciones y no piensan en que van montando escándalo, da igual la hora que sea", cuenta Noemí, que a veces tiene problemas para conciliar el sueño de sus pequeños.
Desde la Asociación de Profesionales de Viviendas Turísticas (AVVAPro), trabajan por intentar que esto no sea así, colocando sonómetros en el interior de los pisos que ellos gestionan. Además, aseguran que la gran mayoría de estos pisos son de pequeños propietarios (la ley no permite tener más de dos establecimientos en un radio de un kilómetro) que, en muchos casos o bien quieren disponer de la vivienda en ciertas fechas o bien temen los impagos de un inquilino de larga estancia.
Ahora, la Junta de Andalucía está trabajando en una norma para que los ayuntamientos, por medio de sus planes urbanísticos, puedan limitar el número de viviendas para fines turísticos (VFT) en sus núcleos, después de la "demanda social" existente. Esta medida venía pidiéndola el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, que aseguraba "no poder hacer nada" para limitar esta figura hasta que no hubiese una regulación autonómica que le amparase.
En el mismo hilo están en la ciudad de Sevilla, que llegó a modificar su planeamiento para limitar las VFT, sin embargo, fue la propia Junta de Andalucía la que recurrió la medida ante el TSJA.
Si volviera atrás no vendría nunca a Málaga
Mónica, por su parte, llegó hace cuatro años desde Bélgica, porque su marido, malagueño había heredado una casa aquí y se prometían tener "mucha más calidad de vida". Entonces llegaron también Nico, que tenía 14 años y Cristina, que tenía 12 a mudarse a un piso del entorno de Plaza de la Merced. "Si volviera atrás, no vendría nunca a Málaga, en cuanto pueda me voy, aunque me da mucha pena que la gente se tenga que ir".
El problema de Mónica, asegura, "no es el turismo, yo vivo del turismo [dirige una empresa de eventos]; lo que no entiendo es por qué quieren este turismo de baja calidad". Su problema es el ruido: constante y que no le deja dormir, "cuando para otros la hora de llegar a casa es su momento de tranquilidad, para mí y para mis hijos empieza la tortura". Acostumbrarse a estudiar los tapones, estar irascible o haber perdido, en parte, la comunicación familiar son algunas de las consecuencias del ruido constante.
Me encanta que mis hijos tengan libertad y autonomía, que aprendan a moverse en transporte público y que no dependan de mí para nada, pero es cierto que a veces, sobre todo con mi hija, tengo miedo, no tanto por las noches, porque siempre hay gente, sino a primera hora de la mañana cuando se van al instituto".
No es difícil encontrar coincidencias en los relatos: los ruidos, el precio y los problemas de movilidad hacen que, cada vez más, se haga cuesta arriba unir en la coctelera del día a día a niños con vivir en el Centro.
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