Málaga
  • “En casa me ponía vestidos y al salir a la calle me sentía disfrazada”, recuerda una de las jóvenes

  • La otra adolescente relata que lloraba en la guardería para estar “en la fila de las niñas”

  • Ambas trataron de "quitarse" la colita cuando apenas tenían 3 años

Gabi y Alexa: así es la nueva vida de las menores que revolucionaron el mundo trans en Málaga

Alexa, a la izquierda, y Gabi, a la derecha Alexa, a la izquierda, y Gabi, a la derecha

Alexa, a la izquierda, y Gabi, a la derecha

Escrito por

· Celina Clavijo

Redactora

“En mi casa me ponía pulseras, peluca y vestidos –así era feliz–, pero cuando salía a la calle sentía que me tenía que disfrazar”. La historia de Gabi, la de una niña malagueña que desde los 6 años se dejó la piel junto a su madre por que la sociedad aceptara el género femenino con el que se identificaba, revolucionó el mundo trans y agitó conciencias. A raíz de su caso, se implantó un protocolo de actuación educativa y sanitaria y la Universidad de Málaga puso en marcha otro para intervenir en cuestiones de transexualidad, transgeneridad e intersexualidad. En este último caso fue clave la labor de la asociación Transhuellas. Ahora, que ha cumplido 15 años, Gabriela –como desde hace dos figura en su DNI– rompe su silencio en una entrevista con Málaga Hoy para arrojar luz a otros menores que pueden verse en la misma situación.

Sus cicatrices son el símbolo de una lucha en la que su familia acabó querellándose contra el obispo de Málaga después de que tuviera que abandonar el colegio religioso en el que estudiaba. Lo hizo forzada por la postura de la Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria, que no acató las instrucciones dadas por Educación ante sus peticiones. Entre ellas, que Gabi pudiera llevar la falda del uniforme o usar los baños femeninos. “Hasta le escribí al Papa, pero nunca me contestó. Le pedí que intercediera por el escarnio público que estaba sufriendo por parte de otros padres”, añade Pilar Sánchez, su madre.

Gabi tiene registrado como el “momento más triste” de su infancia aquel en que le comunicaron que no podría llevar falda. Y así fue hasta que se matriculó en un nuevo centro educativo y le permitieron elegir su propia forma de vestir. “Allí pude empezar de cero”, recuerda. Con el tiempo, la menor tomó conciencia “de todo lo que había ocurrido”. Era el primer paso de una carrera de fondo.

"El momento más triste fue cuando me dijeron que no podía llevar falda. Me cambié de colegio”

La progenitora conserva una foto de Gabi con apenas un año de vida luciendo un sujetador. “El punto de inflexión fue cuando se hizo daño en el pene. Me dijo que se lo quería quitar; ella quería tener toto. Ya me preocupé y me puse a indagar”, recuerda Pilar, invadida entonces por la impotencia de no tener ni los conocimientos ni la formación adecuada. “Pensaba que iba a sufrir, pero yo quería que fuera feliz”, remacha. Y comenzó el calvario. Hubo quien la acusó de querer “proyectar” la hija que nunca tuvo.

"Si se metían conmigo, lo hacían con 20 más"

Gabi, sin embargo, era emocionalmente fuerte. Tenía, según su testimonio, armas suficientes para defenderse de las críticas en una sociedad todavía preñada de prejuicios. “En lugar de esconderme les plantaba cara para que supieran que no me callaba y que, si se metían conmigo, lo hacían con 20 más”, apostilla. Y esa misma actitud es la que mantiene ahora en el instituto, donde el año pasado fue testigo de cómo le faltaban el respeto a uno de sus compañeros por razón de sexo. “Escuché que le insultaban y, al día siguiente, colgué en la pared de mi clase una bandera LGTBI. Me hicieron quitarla y, entonces, limpié la mesa del niño con la tela de colores y le dije: ‘Cuidado, a ver si te vas a contagiar”, narra la menor. A él lo expulsaron tres días, mientras que, a ella, el jefe de estudios le advirtió que sería amonestada si volvía a protagonizar una escena de tales características. Pero Gabi se siente ahora tan adaptada que, asegura, lleva la “voz cantante” en su clase. Sus compañeros incluso la han elegido delegada de curso. “En el barrio está estigmatizada, pero al final han sabido ver la persona que es”, cuenta su madre.

Bloqueadores para evitar el crecimiento del vello

Hace un año que la menor recurrió al tratamiento de hormonación y al uso de bloqueadores que impiden el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, en su caso el vello facial y el crecimiento de la nuez. Una iniciativa que la ley andaluza ya permite sin la autorización de los progenitores o de un tutor legal. “Tiene que hacerse analíticas, densitometrías y sufre jaqueca. Se está metiendo veneno en el cuerpo que no le corresponde y pagando un precio muy alto por pasar desapercibida. ¡Qué incongruencia!”, sentencia Pilar, que, tras “batallar muchísimo”, en la Navidad de 2019 pudo regalarle el DNI con su nombre en femenino. “Me costó siete años conseguir un documento que se hace con 6 euros y una foto, pero ojalá todos los chicos trans fueran igual de felices que como lo es mi hija ahora”, reconoce.

A Gabi le apasiona el teatro y quiere ser actriz. Lo decidió durante los meses de confinamiento decretado por el Gobierno en 2020 para frenar la propagación del coronavirus. “Yo le digo que tiene que tener un plan A para llenar la nevera [risas]. Lo importante es que se ponga metas. Quiero que sea una mujer referente”, destaca la progenitora.

La madre de Gabi, aún con "costuras en el alma"

Pilar, que aún conserva “costuras en el alma” a causa de todas las injusticias que han enfrentado, ahora ejerce de orientadora en la Asociación Transhuellas, que apoya a jóvenes y menores transexuales y lucha contra las agresiones transfóbicas. El camino no ha sido fácil, pero confiesa que su hija la ha “reeducado”. “Hemos vivido en una sociedad heteropatriarcal con prejuicios. He tenido que desaprender y volver a aprender”, expresa.

Durante el “tránsito social”, como definen al proceso que una persona comienza para adecuar su identidad a como se siente, Gabi conoció a Alexa, otra menor cuyo caso también saltó a los medios de comunicación después de que un juzgado le denegara el cambio de nombre en el DNI. Solo restaba un mes para que cumpliera 14 años, edad a la que resultaba obligatorio tenerlo.

Alexa había llegado a la adolescencia con una abrumadora seguridad en sí misma. Y ello pese a los escollos que tenía que superar. “Nos han maltratado psicológicamente. Cuando me atreví a decir que quería hacer el tránsito definitivo, en la Unidad de Trastornos de Identidad de Género (UTI) –ahora llamada Unidad de Atención a la Persona Transexual (UAPT)– lo peor que me dijeron es que nunca iba a ser una mujer de verdad porque no iba a tener mis propios hijos. Pusimos una denuncia”, relata la joven, que hace unos meses cumplió 19 años.

Fue en la guardería, a una edad temprana, cuando dio las “primeras señales” de lo que realmente era. “Había dos filas, una para los niños y otra para las niñas. Me puse en la de ellas y la seño me dijo que yo tenía colita. Lloré muchísimo”, narra Alexa. Como Gabi, también ella trató de arrancársela y su madre le hizo cumplir la promesa de que no volvería a intentarlo. Después, le dio su palabra de que un médico la operaría cuando cumpliera la mayoría de edad. Espera poder hacerlo en Tailandia. 

"Lo peor que una psicóloga me dijo es que nunca sería una mujer de verdad”

Entre los 3 y los 8 años, Alexa llevó el pelo largo y vistió con ropa rosa. “Ella quería ser una sirenita. Cumplía todos los roles del sistema binario. La apunté a yudo, pero prefería clases de danza y estuvo en el Conservatorio”, rememora Ches Cordero, la progenitora.

El inicio del curso de 1º de ESO marcó un antes y un después en su vida. La joven recuerda que se subió a un escalón y, delante de todos sus compañeros, leyó una carta en la que explicaba cómo se sentía. “Todos me abrazaron y algunos lloraron. Quería que supieran que ya era Alexa y que hasta entonces había estado fingiendo”, señala. Su madre fue acusada de querer “convertirla en niña”. Con 13 años, la menor comenzó el proceso de hormonación gracias al apoyo incondicional de su familia y sus amigas. “Esperaban que tuviera fuerzas para hacer el cambio, pero no me atrevía”, sostiene.

Lejos de padecer a una sociedad que la ha repudiado, presume de una vida feliz. Estudia un grado superior de Anatomía Patológica, imparte charlas, también en la Universidad, para resolver dudas sobre la transexualidad. Lo hace al alimón junto a su madre, muy crítica con la no evolución del sistema y critica la “ignorancia”.

Gabi y Alexa seguirán elevando la voz para que se acelere la ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI. A otros menores le piden que no tengan miedo a sumir su identidad, porque siempre habrá quien los apoye. “Cuando antes den el paso, antes disfrutarán de ser ellos mismos”, sentencian.

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