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Territorio comanche

Guadalmedina: décimo aniversario

  • Han pasado diez años. Siguen las macetas de gitanillas en el puente de Tetuán, para que no se vea el cajón de hormigón

Vista del cauce desde el  puente de la Aurora.

Vista del cauce desde el puente de la Aurora. / Javier Albiñana

Se cumplen diez años desde que se pusiera en marcha lo que se dio a conocer como el concurso de ideas del Guadalmedina, de la mano de la Fundación Ciedes. El Guadalmedina tenía que ser el río que nos unía. No estaban satisfechos con su situación y querían su integración en la ciudad para el uso ciudadano, se decía en la información oficial. Diez años de que Juan Ramón Casero (q.e.p.d), buen político y mejor persona, encargado de coordinar la organización del pliego de bases del concurso, me dijese en la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento que era “dar muchas vueltas para terminar en el mismo sitio”. Tampoco aquí le faltó razón.

La idea, a priori, no era mala; encargar a la comisión ejecutiva de la Fundación, en la que estaban representadas “todas las administraciones” (muy importante), que recabase información técnica sobre las posibilidades de actuación que pudieran existir en el río, contando con los expertos de las administraciones competentes y los asesores externos que considerase oportuno. Se establecieron las bases técnicas y económicas de un concurso de ideas, siendo aprobadas en el Patronato de Ciedes que, conocería, analizaría y elegiría las propuestas para trasladarlas a la información pública y seleccionar la oferta final.

Parecía que por fin se pretendía dar solución a un tema con indudables connotaciones urbanísticas, sociales, territoriales, ambientales, hidrológicas e hidráulicas, y obviamente a todas ellas había que buscarle solución, pero salvaguardando estas dos últimas. Nada mas lejos de la realidad. Como anécdota y, desde el momento en el que se dio a conocer el fallo del jurado, el alcalde decidió que esa no iba a ser la solución. Véase hemeroteca de julio de 2012. Han pasado diez años. Siguen las macetas de gitanillas en el puente de Tetuán, para que no se vea el cajón de hormigón.

En esencia, se trata de permitir actuaciones en el tramo urbano de un río, regulado por la presa del Limonero, cuyo comportamiento dependerá de todo el sistema hidrológico que hay aguas arriba, de las características fisiográficas de la cuenca vertiente, así como de la pluviometría de la zona de afección. Garantizar en todo momento un caudal de 600 m3/seg. Es decir, un ecosistema fluvial, en el que, dadas sus características pluviométricas –esporádicas, intensas y de corta duración– tiene un comportamiento hidrológico de respuesta inmediata a las precipitaciones que superan la capacidad de retención por parte de la vegetación y los suelos. Las clásicas riadas, vamos.

El origen es hidrológico, la consecuencia es hidráulica y la percepción y el valor añadido son sociales y urbanísticos, y difícilmente pueden abordarse estos últimos sin previamente resolver los dos primeros. Desde el punto de vista hidrológico, su área de afección es toda la cuenca, y es necesario la realización de actuaciones hidrológicas que conduzcan a que el agua que llegue a la presa de El Limonero mejore sus características actuales en tiempo y forma, es decir, que tras un intenso evento pluviométrico en la cuenca circule más lenta, menos agresiva, con menor energía, en definitiva, con menor potencial erosivo, y más limpia, o sea, con menos aportes sólidos, que no son sino el resultado de la progresiva degradación de los suelos y la aparición de procesos de desertificación. Se trata de conseguir que el agua, que necesariamente tenga que atravesar el cauce en su tramo final, vaya más limpia y lenta. La única receta válida para esto es la revegetación de los puntos de riesgo o restauración hidrológico-forestal.

Desde el punto de vista hidráulico, no vale abrir el negociado de las ideas brillantes, que no concuerden con la dinámica de fluidos en cauces naturales o artificiales, puesto que hemos visto al río en su tramo urbano en determinadas circunstancias, de banda a banda, con su caudal de avenida, básicamente porque han coincidido en el tiempo la necesidad de desaguar la presa y los aportes de los arroyos existentes aguas debajo de la misma, con una importante carga de aportes sólidos, es decir, de tierra. Si la renaturalización puede ser una buena opción, esta no debe confundirse con el abandono. Por otra parte, en su tramo urbano desde el puente de Armiñan, hemos de asumir incluso quienes más a favor estamos de soluciones ambientales, que el río -la mayor parte del año- no es mas que una fosa que divide a la ciudad en dos, y muy difícilmente recuperable; eso sí, a veces tiene que saber llevar un caudal de 600 m3/seg.

Dado que son muchas las administraciones involucradas, igual sería bueno constituir un consorcio que gestionase la ejecución de medidas territoriales razonables, que (1) garantizasen el comportamiento hidrológico del río en sus cuencas reguladas y no reguladas, que (2) mediante soluciones basadas en la naturaleza actuase en las 25 Has desde Limonero a puente de Armiñan, dándole a ese espacio un uso social y de ocio, y al tiempo garantizar el uso por parte del río ante eventos extremos de ‘su cauce’, sin incremento de su vulnerabilidad actual, y que (3) desde ahí y hacia la desembocadura (10 Has.), conectase ambas márgenes del río, ganando también ese espacio de uso ciudadano y mejorando sensiblemente la calidad ambiental. Y en este proceso, en un tema de estructura y funcionalidad urbanas, debería hacerse copartícipe a la ciudadanía, en lo que se denomina gobernanza. Pero de eso, aquí, estamos cortitos.

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