Málaga

Hola, Budapest: mil fiestas en una

  • Ya en su primera jornada se apresuró la Feria a mostrar sus muchas caras, sus luces y sus sombras, sin reservarse un solo as en la manga

  • Las llamadas a la mejor convivencia siguen siendo imprescindibles

Fue en 1981 cuando Nicolae Ceaucescu, presidente de Rumanía y secretario general del Partido Comunista Rumano, decidió hacer un viaje oficial a China y Corea del Norte, invitado por sus homólogos orientales. Tan impresionado se quedó el mandatario con las enormes construcciones oficiales erigidas en aquellos lares que, a su vuelta, decidió levantar en su país un símbolo definitivo del esplendor comunista en el mundo. Arrasó para ello un barrio entero de Bucarest y mandó construir el que hoy es el Palacio del Parlamento Rumano, el segundo edificio administrativo más grande del mundo después del Pentágono. En su delirio megalomaníaco, Ceaucescu hizo especial hincapié a los arquitectos en el balcón que debían diseñar para que él, líder supremo, saliera a saludar a sus súbditos. Pero en 1989 cayó el Muro de Berlín y tras la revolución pertinente Ceaucescu fue condenado a muerte cuando el mamotreto estaba aún sin terminar. Acabadas las obras algunos años después, el nuevo gobierno democrático asumió que alguien debía salir a saludar al balcón que había sido construido para Ceaucescu; pero, para dejar bien claro de qué lado jugaban ahora, tenía que tratarse de una figura altamente representativa del orden capitalista en todo el planeta. Algún lumbrera del gabinete tuvo la feliz idea: Michael Jackson. Y he aquí que el genio de Billie Jean se plantó en Bucarest reclamado por las autoridades para salir a saludar en el dichoso balcón ante una multitud enfervorizada. Compareció el cantante aclamado por cientos de miles, se acercó al micrófono y dijo como si nada: "Hello, Budapest". Nunca se supo muy bien si le traicionaron los nervios o si directamente el figura ni siquiera sabía dónde estaba: el caso es que los vítores se convirtieron en silbidos, insultos y llamadas a la hoguera por parte del respetable. Se preguntará el lector qué tiene que ver semejante precedente de nuestro Viva Honduras con la Feria de Málaga, pero es que ayer, en Tejón y Rodríguez, a eso de las cuatro y media, un alemán de tres al cuarto, barrilete y descamisado, con gafas de sol y una tajá como para sacar a Don Pelayo del Valle de los Caídos, se lió a gritar "¡Viva Sevilla! ¡Viva Sevilla!" como si no hubiera un mañana. Y, claro, los canis que empezaban a repartirse los cubitos de hielo allí al lado estuvieron a punto de comérselo con crudités. Casi todo el mundo dio por sentado que el guiri se había puesto chulo y había intentado provocar, pero no sé; me inclino a pensar que el pobre acababa de bajar de algún avión ya mamado y ni siquiera era capaz de distinguir si estaba más al norte o al sur de Mallorca. Dado que no había ningún experto en exolingüística en la sala, y que nunca sabremos qué habría pensado Wittgenstein de todo esto, no hubo más remedio que dejarlo ir. Y eso hizo, llevado casi a rastras por tres compatriotas igual de ciegos. Lo mejor será, eso sí, cuando lo cuente en algún pub bávaro de pésima categoría. Porque, como casi todo en la vida, lo más interesante de la Feria de Málaga es poder contarlo después.

Como cada año, igual que un Sísifo con ganas de cachondeo, la Romería a la Basílica de la Victoria (había que estar al tanto en las redes de las denuncias de invasión ilegítima por parte de los insurgentes de la República Victoriana: bravo) significó el preludio más tradicional y folklórico a la Feria del Centro, el aquelarre babilónico sin el que esta ciudad, pardiez, no sería nada. Y quedó ya bien claro, con todas las cartas sobre la mesa y sin as alguno en la manga, que esta Feria, como el mismísimo Belcebú, no es una, sino muchas: hay una fiesta más señera y conscientemente malagueña, otra más familiar, otra de cierta exultación juvenil compartida entre amigos y una última que se resume en las instancias del botellón y sus numerosas manifestaciones. Sucede, sin embargo, y de manera consecuente con las últimas ediciones, que la última sigue ganando terreno y restando ámbito y presencia a las demás, sobre todo a partir de las 18:00, cuando la música se esfuma y las casetas cierran pero las bolsas con la priva y las botellas rotas continúan circulando alegremente desde Uncibay a la calle Frailes. Ya no se trata, lo sabíamos, de acotar espacios para el botellón ni de intentar barrer la basura bajo la alfombra, sino de aceptar, llanamente, que la Feria de Málaga es sobre todo esto mientras que los elementos antaño más reconocibles (los verdiales, los bailes, los vasos de Cartojal y las risas en plena camaradería) ocupan un lugar cada vez más reservado en el escaparate. Las consecuencias del botellón son también conocidas, muy a pesar del dispositivo de Limasa, claramente insuficiente a pesar de los esfuerzos por reducir el impacto (y por más que al final el efecto más palpable de su actuación sea un suelo altamente resbaladizo: ya a eso de las 20:00, un turista afroamericano grande como un ropero empotrado dio un costalazo tremendo en Sánchez Pastor, con la consiguiente y desagradable caída en el charco, y necesitó la ayuda de dos voluntarios para ponerse en pie). Hará falta mucho más que un desfile de limpieza con escolta para solucionar la cuestión, pero cuando alguien decide instalar urinarios en la calle Santa María, junto a la mismísima puerta de la iglesia del Sagrario, en un órdago barroco-templario que habría hecho las delicias de Fernando Arrabal, es que algo no termina de funcionar como debiera. En todo caso, resultaba ilustrativa la cogorza digna de Lot que mantenía a una incauta veinteañera en vilo en Méndez Núñez mientras un coleguita la animaba de esta guisa: "Venga, tía, que eso se te quita con dos colacaos". Y tanto.

Algo va decididamente mal cuando aparecen urinarios junto a la iglesia del SagrarioLos buitres de manos largas demuestran que la campaña del 'no es no' es muy necesaria

También resulta oportuno recordar la determinación del Ayuntamiento en poner coto a las despedidas de soltero durante todo el año cuando ayer un servidor contó cinco asambleas de este corte en menos de veinte minutos entre Carretería y Molina Lario. Las muñecas hinchables vuelven a ser un must en la Feria del Centro, aunque ahora la moda parece inclinarse a colocarles pene además de un buen par de pechos; y es que esta fiesta adquiere unas hechuras cada vez más queer, como delatan los muchos maromos que bajan a la Plaza de la Constitución vestidos con faldas de lunares. Eso sí, para que no haya dudas, los machos ibéricos siguen siendo los amos y señores del asunto. Basta situarse tras un grupo de señoritas durante un tramo para comprobar que los buitres de manos largas siguen abundando y que las campañas del no es no siguen siendo absolutamente necesarias. Entre las despedidas de soltero y las pandillas autocomplacientes, las camisetas con lemas unitarios siguen siendo marca de la casa, aunque parece que va cundiendo la conciencia contraria a los lemas soeces. Si de juguetes se trata, en todo caso, lo más in de esta Feria son unos pequeños megáfonos de plástico, ideales para incordiar todo el rato y salir impunes. Mezclen ustedes todo esto con los bailes por sevillanas, las cañas y el compás, las copas de fino, las peinetas, las romerías, los trajes de corto y la rumba catalana y encontrarán que el tipo que se disfraza de Alien en la calle Larios para ganarse unas monedas resulta más apropiado en el conjunto que la Panda de Verdiales de Teatinos. Si hacemos caso a Elias Canetti, la mastodóntica bacanal que llenó ayer todos los rincones del centro hasta que prácticamente no cabía un alfiler tiene una utilidad expiatoria y sacrificial. Tan grandes deben ser entonces nuestros pecados que merecieron un carnero tan bien criado.

Y mientras los hipopótamos de William Burroughs seguían cociéndose en los tanques del Centro, la inauguración del alumbrado levantaba la veda en el Real con la ilusión infantil y más ganas de juerga. No hace falta decir que la portada ha quedado preciosa, pero qué oportuna y valiente habría sido una reproducción de La Mundial. Que le pregunten a Moneo.

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