Medicina en los genes

Tres sagas de galenos malagueños explican los orígenes y la evolución de la tradición familiar · Los Queipo de Llano, los Larracoechea y los Cano cuentan ya con varias generaciones de facultativos

Medicina en los genes
R. Cuevas / Málaga

08 de junio 2008 - 01:00

El primer hogar que conocieron los hermanos Queipo de Llano, Enrique y Alfredo, fue un hospital y sus primeros vecinos, enfermos de tuberculosis a los que su padre, Alfonso Queipo de Llano, trataba de aliviar con los escasos recursos de que disponían los médicos durante las primeras décadas del siglo XX. De eso hace ya 70 años, pero los recuerdos están tan frescos en la mente de ambos que no les cuesta ningún trabajo echar la vista atrás y recordar su vida en aquel hospital antituberculoso atendido por religiosas que hoy, en 2008, sigue en pie con otro nombre: Hospital Marítimo de Torremolinos.

Corrían los años 30 y los Queipo de Llano estaban entregados a las carreras y juegos propios de su edad. Ignoraban aún que un día seguirían el ejemplo de su padre junto a su hermano Alberto y que la suya sería la segunda generación de una dinastía de médicos. Que atenderían a miles de enfermos en su especialidad, la Traumatología. Que formarían a decenas de colegas y que un día incluso les tocaría enseñar a sus propios descendientes los entresijos de la profesión. Que quedaba una tercera generación por llegar.

Esa tercera generación tiene hoy nombre y apellidos. Alfonso y María Paz Queipo de Llano, hijos de Enrique, el mayor de los hermanos, han continuado con la tradición familiar. El primero también como traumatólogo. Y la segunda, como hematóloga. Ella lo tuvo claro desde niña. Él jugueteó primero con la Ingeniería de Montes hasta descubrir que lo suyo también era la Medicina. En concreto, la Traumatología. Como su tío. Como su padre. Y como su abuelo.

La de los Queipo de Llano es una estirpe de médicos. No cabe duda. Como también lo es la de los Larracoechea y la de los Cano, otras dos sagas de galenos que, como los primeros, comparten sangre, vocación y consulta profesional. La de los Larracoechea está en la Alameda de Colón. Allí ejercen dos Juanes con un mismo apellido, padre e hijo, especialistas en Ginecología. "Siempre me atrajo la Medicina. Antes de iniciar la carrera fui con él al hospital varias veces y me gusto mucho el ambiente. No me he arrepentido. Estoy encantado de haber seguido sus pasos", afirma el hijo, que no es el único que ha seguido el ejemplo paterno. Su hermana Marta, también es médico. Se especializó en Medicina del Deporte y ejerce su carrera en el colegio San Estanislao de El Palo.

El caso de los Cano es parecido. Padre e hijo comparten nombre, profesión y especialidad. Se llaman Ignacio, son facultativos y ejercen como ginecólogos. El padre ha trabajado nada menos que 44 años en el Hospital Materno Infantil; los últimos, como jefe de la Unidad de Reproducción Asistida. Se retiró hace casi cuatro años, pero ejerce en su consulta de la calle Larios junto a su hijo. "Estoy tremendamente contento de tenerlo conmigo, porque me está quitando incluso trabajo. Estoy encantado de la vida", atestigua el doctor.

Juan Larracoechea padre también ha desempeñado puestos de responsabilidad en la sanidad pública. En concreto, ha ejercido como jefe del Servicio de Ginecología del Hospital Materno Infantil. durante más de 15 años. Y los Queipo de Llano, igual. Su padre fue un pionero de la Traumatología que, en su día, asumió jefaturas de servicio de hasta cuatro hospitales distintos a la vez: Carlos Haya, el Civil, el Marítimo y el Hospital Noble. Sus hijos no se han quedado atrás. El mayor, Enrique, obtuvo la plaza de jefe del servicio de Traumatología del Hospital Provincial (el Civil) en 1972. A partir de 1989 continuó con esta responsabilidad en el Hospital Clínico hasta su reciente retiro de la sanidad pública, en 2004. Su hermano Alfredo siempre ha trabajado a su lado, "codo con codo", y, entre otras responsabilidades, ha asumido las presidencias de la Sociedad Española de la Rodilla y de la Sociedad Andaluza de Cirugía Ortopédica.

La historia de estas tres estirpes de médicos es la historia de la España más reciente y la de la revolución de la sanidad pública. Desde el salario de "casa, comida, carbón y 80 pelas" que percibía Alfonso Queipo de Llano por sus servicios en el hospital antituberculoso de Torremolinos, en los años 30, hasta hoy ha llovido mucho y los suyos lo han vivido en primera persona. Él mismo, el primero. En tres ocasiones llegaron a prenderlo para darle el paseillo durante la Guerra Civil. Otras tantas lo salvaron los miembros del comité de empresa de la antigua fábrica de La Azucarera, donde también ejercía el facultativo. "Llegaron a establecer un turno de guardia en el hospital para impedir que se lo llevaran", recuerda su hijo Alfredo. Este mismo, casi 30 años después, comprobó en sus carnes la distancia que había entre la Medicina que se ejercía en España respecto a la de los países vecinos: "Con decirte que yo me traje una maleta cargada de instrumental de Inglaterra porque aquí las brocas que se usaban eran las de ferretería. No había de nada", rememora.

Después llegaría la creación del Servicio de Traumatología del Hospital Provincial, primero dirigida por Alfonso Queipo de Llano y, posteriormente, por su hijo Enrique. "Cuando mi padre llegó había dos traumatólogos en Málaga: mi padre y don Isidro Garnica; cuando se jubiló había 38 sólo en el Clínico", apunta Alfredo. Entonces, en los años 80, "se hizo la jerarquización de los hospitales", la Universidad de Málaga ya había comenzado a parir jóvenes médicos y se promulgó una ley que vetó la posibilidad de ejercer la Medicina simultáneamente en hospitales y centros de salud.

Alfredo Queipo de Llano tiene hoy 72 años. Su hermano Enrique, 73 y los hijos de este último, María Paz y Alfonso, rondan los 40. La consulta familiar que su padre, Alfonso Queipo de Llano, abrió en los 60 continúa en el mismo sitio, en la calle Sancha de Lara, con el retrato del precursor colgado en un lugar preferente. Con él comenzó una dinastía médica que hoy, casi un siglo después, está en pleno apogeo.

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