Memorias de África

La pintora alemana Anita Seifert estuvo vinculada con Mijas desde 1989, donde cultivó su pasión por la pintura y los caballos.

Juan Martín Bermúdez / Málaga

15 de agosto 2016 - 10:30

"Yo tenía una granja en África, al pie del Kilimanjaro. El ecuador atravesaba aquellas tierras a un centenar de millas al norte, y mi rancho se asentaba a tres mil pies de altitud. Durante el día me sentía cerca del sol, las mañanas eran límpidas y sosegadas, y las noches frías. Criaba caballos, instruía a los tanzanos que trabajaban conmigo y cultivaba café, maíz y sisal". No son palabras de Karen Dinesen, la escritora danesa que escribió su autobiográfica novela Memorias de África, sino de la pintora alemana Anita Seifert.

Anita Seifert vio la luz en los albores del siglo XX en Baviera, en el seno de una familia de pintores y artistas amantes de la cultura y las letras. Nómada, decidida y llena de vida, Anita rezumaba un embrujo vital único y un inusitado amor por la naturaleza.

Llegó a África en 1957 acompañando a su marido, Heinz Seifert, un ingeniero agrónomo que llegó a ser Cónsul Honorario de Alemania en Tanzania, y juntos tejieron una nueva esperanza para los tanzanos. Vieron cómo sus árboles crecían fruto del esfuerzo compartido y la sociedad tanzana se desarrollaba al compás del trabajo diario, la escolarización de los niños, la lectura y el aprendizaje de idiomas. Dedicó su experiencia africana a impartir cultura y repartir felicidad.

Tanto le marcó África que se formó en Bellas Artes para poder expresar la exuberante belleza que la naturaleza y la vida silvestre embriagaban sus pupilas azules. Estudió desde su rancho y se licenció por la Academia de Bellas Artes A.B.C. de París.

Su aventura vital le llevó durante treinta y dos años a vivir en Tanzania, Uganda, Kenia, Congo, Etiopía y Zambia, siempre a caballo entre aves y animales silvestres, chaggas y masais, bosques tropicales, sabanas y campos de cultivo. En 1989 emprendió una nueva aventura en la Bética, entre las Sierras de Alpujata y Mijas, donde cultivó su pasión por la pintura y los caballos. En la ladera sur de la Sierra de Mijas compró un terruño, finca La Esperanza, en cuyo jardín de recuerdos deleitaba su indomable espíritu viendo oropéndolas mientras disfrutaba de las puestas de sol acompañada por su perra Chita y un vino.

Al otro lado del Mediterráneo, en los días despejados disfrutaba del Djebel Kelti, la cumbre más alta del macizo rifeño, rememorando quizás las vistas que desde su rancho de Moshi presidían el Kilimanjaro, el techo de África.

Anita Seifert no escribió una novela pero plasmó su vida en decenas de lienzos que destilan su expresión artística, con el toque personalísimo, racial y de incalculable belleza que caracteriza su extraordinaria personalidad y que guardo como un tesoro al recordar sus memorias de África.

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