La Palma, tierra de patriarcas

A los vecinos les preocupa menos la droga y los conflictos, dicen que el barrio ha cambiado y hay más seguridad, pero la sombra del paro y la falta de perspectivas es demasiado alargada

Justo Rodríguez, el patriarca de La Palma, es veterano de la calle Cabriel, con su mujer Juana.
Cristina Fernández Málaga

30 de abril 2016 - 01:00

El presidente de todos los gitanos de Andalucía, Justo Rodríguez Santiago, el Tío Justo, es la autoridad en el barrio de La Palma. Lleva más de medio siglo viviendo en la calle Cabriel, 21, en el bajo de un bloque de pisos al que le hizo una entrada independiente y un porche delantero, alicatado a su gusto, disfrutado a su manera. Tiene 80 años y junto a su mujer Juana relata con orgullo los números de su extensa familia. "Tengo ocho hijos, 20 nietos, 97 biznietos y 24 tataranietos", comenta y asegura que de "casi todos" se conoce sus nombres. A él recurren para mediar en los conflictos, disolver una pelea, aclarar asuntos de familia, subsanar errores o pedir trabajo. Con un porte elegante y su bastón de mando, Justo es el patriarca, ese líder que nunca será un chivato, el que se ha ganado el respeto de varias generaciones, "ese que no se hace, sino que nace" y es encumbrado por sus gitanos.

A Justo no le gusta la imagen del barrio que se tiene de puertas afuera y pide que la zona no esté discriminada. "Hay que conocer a fondo la barriada y saber lo que existe, que no es más que mucha crisis, muy poco trabajo y mucha necesidad", comenta y achaca los actos delictivos que pueden darse a la situación de precariedad de tantas familias. Su hijo Jesús Rodríguez, El Chule, reparte a la semana entre 1.000 y 1.500 kilos de comida. "Y en el Banco Bueno come mucha gente, si no fuera por eso las familias pasarían hambre", apunta Juana, su mujer. "Deberían de dar más trabajos para la gente de la barriada", reclama Juana. Señala que en La Palma las mujeres aún tienen 8 y 9 hijos.

Alrededor de 3.000 gitanos, comenta el patriarca, viven en un distrito que se ha vuelto multicultural. "Ya hay casi la misma cantidad de inmigrantes", asegura. Llegados desde el África Subsahariana, desde Marruecos, Rumanía o Rusia, "tenemos de todo", buscan un alquiler barato para poder tirar en un entorno que no sabe ofrecer las oportunidades por las que vinieron. "Un alquiler aquí puede costar entre 200 y 250 euros", dice Justo y sostiene que no hay conflicto entre los veteranos y los recién llegados.

Pero si los hubiese, Justo hace honor a su nombre para imponer la ley y apaciguar los ánimos más calientes. "Aquí viene la Policía para que impida escándalos o traen citaciones y nosotros los convencemos para que se presenten", comenta el patriarca de una comunidad con unas tradiciones culturales muy arraigadas y de las que aún hoy hacen gala. "La gitana virgen es sagrada, no se puede tocar y los gitanos la roban y se la llevan", explica y luego él tiene que arreglar ese tipo de agravios. Después llegan los niños, esas familias numerosísimas "porque es un honor tener una familia larga y grande", señalan Justo y Juana, en la que se prefiere a los varones como continuadores de la saga en un claro alarde de machismo visto con naturalidad por los suyos.

En una zona en la que el nivel de formación de sus habitantes es más bien escaso, los padres más jóvenes empiezan a concienciarse de la importancia de la educación para las generaciones futuras. "Los niños van todos al colegio", sostiene Juana y su marido pontifica que "está prohibido no ir al colegio, si no están malos tienen que ir". Para el Tío Justo "lo más grande sería que el barrio tuviera más columpios, árboles, parques, porterías para los niños". Pero, sobre todo, que los que peor lo están pasando recuperasen la dignidad con un trabajo, con otra oportunidad.

Su hijo Chule se la está dando a medio centenar de toxicómanos en la casa de rehabilitación La buena vida. "Antes había mucha droga pero desde que el Chule puso la asociación se han quitado todos los enganchados", asegura Vanessa, nuera de Justo. Tiene 36 años y ha vivido siempre en La Palma. Considera que "ha cambiado muchísimo" y le alegra que sus tres hijos no vean "cosas feas, gente tirada por los suelos, peleas". Aunque no le gusta que sus dos pequeños -el mayor tiene 17 años, ya tiene novia y dentro de un par de años la hará abuela- anden solos, sostiene que no hay calles prohibidas ni zonas que den miedo a los de dentro.

Pero el estigma es casi imposible de borrar y Vanessa sabe que "tú le mientas a la gente la Palmilla y no quieren entrar, aunque cuando lo conocen cambia la forma de pensar completamente, es muy diferente a lo que se dice fuera". No tiene nada que ver la realidad que vive como madre a la que sufrió como niña. "Ahora esto está súper tranquilo", asegura, y cuenta que en su bloque viven dos familias inmigrantes "muy agradables" con las que no tienen ningún tipo de problemas. Eso sí, "hay mucha gente parada, demasiada, y muy pocas ayudas y muchos requisitos cuando sale algo, hace falta trabajo para gente con menos formación", pide Vanessa.

Su marido es Francis, el hijo menor de Justo. También él considera que "lo principal es que nuestros hijos se formen". Pero para poder llevarlos al colegio y atender sus necesidades "necesito trabajar e ingresar un mínimo", agrega su mujer. Francis trabaja en Limasa y su situación es mejor que la de muchos. Pero su amigo Juan Gómez, al que todos conocen como El Gordito, está en el paro y cobra la ayuda. Tiene cuatro hijos y dice que es "padre" de dos nietos que lo llaman papa. Lo bueno es que el flamenco -canta y toca la guitarra- le ayuda a seguir adelante. "Todos los fines de semana me sale un bolo, en bares, en comidas de empresa, y al menos cien eurillos saco", dice El Gordito.

"Veo que la crisis continúa, que hay muy buena predisposición de los políticos pero que aún no ayudan lo suficiente a una sociedad tan necesitada", considera Juan. Y subraya que no se trata de mirar el partido que gobierne, ni hablar de colores o bandos, algo mucho más propio del pasado, sino de que quien sea "lo haga bien por el barrio". También sostiene El Gordito que "años atrás había más sectores conflictivos, ahora la cosa ha cambiado, esto no es El Príncipe, aquí están unidas todas las razas y culturas y cuando hay un conflicto se arregla".

Ismael lleva el fútbol base en el campo del 26 de febrero y a él lo que le toca es, además de entrenar, lidiar con el absentismo escolar y luchar para que el colegio sea en La Palma la institución que debe de ser. Y la educación "la llave" para su futuro, como no se cansa de repetir Pepe López, el director del CEIP Doctor Gálvez Moll. "Es verdad que esto ha mejorado mucho, en todos los aspectos, todos somos uno, y la gente lo que quiere es trabajar y que sus hijos estudien y tengan un porvenir, que no tengan nuestras carencias ni sufran lo que han sufrido los viejos", indica Ismael.

Porque La Palma está repleta de historias desgarradoras, de kamikaces de sus propios destinos, de gente que no supo o no pudo encontrar el camino y, en cierto momento, lo tiró todo por la borda. Por fortuna, también hay relatos de aquellos que supieron sobreponerse y salir a flote. Carlos fue uno de ellos, un toxicómano rehabilitado que también pasó por la cárcel. Aunque no nació ni se crió en La Palma, lleva 31 años trabajando allí, en plena calle Cabriel, en la carnicería de su suegro Rafael. Desde siempre el establecimiento ha sido la tienda del barrio y necesita de tres libretas para apuntar lo que van fiando a sus clientes. "La gente aquí me responde", asegura aunque también muestra las libretas "de los olvidos", esos que ya probablemente jamás cobre.

"Los pensionistas son los que alimentan a hijos y nietos", dice y asegura que con sus pequeñas pagas compran la comida. Si se rompe un frigorífico o tienen que acudir a un gasto extra, Carlos es el que tiene que esperar a que la economía vuelva a recuperarse un poco. "Me conformo con ir comiendo yo y que la gente tire para adelante", afirma el tendero. Porque, como Carlos piensa, "no todo es el dinero, también te llena sentirte útil". Y de eso saben mucho los que todos los días se empeñan en hacer de La Palma un lugar mejor.

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