Actos en la Catedral

Tiburcio Arnaiz, beato jesuita

  • Desafiando las posibles inclemencias del tiempo y siguiendo el plan establecido, la Diócesis de Málaga realizó un evento único hasta el momento. La beatificación del padre Arnaiz se celebró ante miles de fieles.

Un momento de la celebración en la Catedral de Málaga.

Un momento de la celebración en la Catedral de Málaga. / Marilú Báez

La peregrinación forma parte de la vida de un creyente de cualquier religión. Superar etapas, alcanzar metas, cuestionarse, romper con lo que fue para buscar nuevos horizontes, alcanzar el apogeo… son parte del proceso que se aleja de la oración mecánica y la fe sin revisión. Lejos de toda cuestión construida a medias, la llegada del padre Tiburcio Arnaiz a la consideración de beato es el culmen de una etapa vivida por miles de personas que, desde ayer, pueden profesar su fe en uno de los ejemplos que la Iglesia Católica toma desde ahora como referencia en su calendario de santoral. El jesuita llegó a los altares cerca del mediodía.

Y si hay algo que en numerosas ocasiones han demostrado los fieles católicos en los últimos años es que su fe es mayor que las inclemencias meteorológicas. A las 9:00 se abrieron los accesos que se ubicaban entre las calles aledañas a la Catedral y, a pesar de los despistes iniciales, los asistentes aprendieron rápido a encontrar sus localidades con la colaboración de los voluntarios que, lejos de desistir, invitaban a todos a una celebración nunca vista antes en la Diócesis de Málaga. Aun con las previsiones iniciales, el cielo quiso conceder una tregua y aun bajando las previsiones a 8.500 personas según la organización, los asistentes aguantaron estoicamente el tiempo. 

Fieles protegidos por paraguas en los momentos de lluvia. Fieles protegidos por paraguas en los momentos de lluvia.

Fieles protegidos por paraguas en los momentos de lluvia. / Marilú Báez

Dentro del primer templo de la ciudad todo estaba ya en su sitio. El amplio dispositivo necesitaba que todo funcionase como una maquinaria perfecta, donde cada persona estuviese en su sitio. Público, sacerdotes, acólitos, autoridades, músicos… debían trazar la sintonía perfecta para que ningún detalle fallase. Como en las últimas grandes celebraciones vividas en la Catedral, los nervios no cesaron cuando la procesión de casi 200 religiosos llegó al interior del templo y la eucaristía comenzó. “Esto es algo que sólo vamos a vivir una vez en nuestra vida”, señalaba una devota del padre Arnaiz a la que su madre llevaba de pequeña a visitar la tumba del jesuita. Entre su bolsa de recuerdos, hecha ex profeso por la organización, rebuscó hasta encontrar un folleto con el rostro del sacerdote. “Es parte de mi historia”, recordó a su compañero de camino.

"Esto es algo que solo vamos a vivir una vez en nuestra vida"

El cardenal Angelo Becciu comenzó la eucaristía con el acto penitencial haciendo todo el silencio posible en el interior del templo. Para volver a romper con música, el conjunto de voces e instrumentos cantó el Kyrie eleison y devolvió el silencio para iniciar el momento clave de la celebración. El obispo de Málaga, Jesús Catalá, encabezó junto a los postuladores de la Causa la petición realizada al prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Tras la lectura del relato de la vida de Arnaiz, el sacerdote italiano pronunció la fórmula de beatificación y la algarabía retumbó por las paredes del templo, haciéndose expansiva entre las calles y los sones de las campanas de los templos de la Diócesis que celebraron con júbilo que el religioso jesuita ya era beato.

Emociones contenidas

Las emociones contenidas se dispararon y los últimos nervios quedaron en cuarentena. Málaga acababa de poner nombre al panorama de la iglesia mundial y, mientras el gigantesco tapiz con el rostro del beato jesuita aparecía sobre el tabernáculo catedralicio, los aplausos no quisieron cesar. Ni la interpretación del Aleluya, lodate il Signore de Marco Frisina detuvo la emoción en sus primeros compases, cargando de música celestial un detallado recuerdo grabado en la retina de los asistentes.

Inicio de la eucaristía para la beatificación. Inicio de la eucaristía para la beatificación.

Inicio de la eucaristía para la beatificación. / Marilú Báez

Y entre el júbilo, los gestos. La reliquia del beato Tiburcio Arnaiz, un metatarso del religioso, llegó en un relicario con el perfil de la iglesia del Sagrado Corazón, sita en calle Compañía y lugar donde se veneran sus restos mortales. El obispo Catalá y el postulador abrazaron al cardenal Becciu y recibieron la carta apostólica que se conservará en territorio diocesano para recuerdo de la celebración.

Sólo la solemnidad del Gloria consiguió devolver a los fieles hasta la celebración de la eucaristía. Asamblea y celebrantes pusieron voz a sus antífonas y dirigieron la vista hacia las lecturas del día. El profeta Isaías reveló el destino del cristiano en una especie de paralelismo con la vida de Tiburcio Arnaiz en la dedicación a los pobres y necesitados. El Salmo, una fórmula para alabar a Dios, y la segunda lectura, con San Pablo y los Efesios, el recordatorio de la alianza que el hombre hizo con el Padre para anunciar la Buena Nueva. Con el Evangelio en los textos de Lucas, Jesucristo recordó a sus discípulos que “cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir”.

Una de las escolanías le canta al padre Arnaiz. Una de las escolanías le canta al padre Arnaiz.

Una de las escolanías le canta al padre Arnaiz. / Marilú Báez

El cardenal Angelo Becciu dedicó su homilía a reconocer que el amor es el motor que debe mover a los cristianos. Todas las acciones planteadas a los fieles sirven como reflejo de Cristo siempre que se hagan por amor, como ya hiciese el actual beato: “presentar a Tiburcio Arnaiz Muñoz, hoy, a la Iglesia, significa reafirmar la santidad sacerdotal, pero sobre todo supone dar a conocer a un ministro de Dios que hizo de su existencia un camino constante, luminoso y heroico de total entrega a Dios y a los hermanos, especialmente los más débiles. Él se sentía corresponsable de los males espirituales y morales, así como de las heridas sociales de su tiempo y era consciente que no podía salvarse sin salvar a los otros”.

"Damos a conocer a un ministro de Dios que hizo de su existencia un camino constante, luminoso y heroico de total entrega"

La eucaristía continuó desde ese instante su ritmo habitual. Combinada con los rezos en latín y con la participación de fieles laicos en el ofertorio y en las peticiones, la consagración se transformó en uno de los momentos más respetados en el templo y fuera de él. La gran cantidad de fieles que participaron en la comunión llevó a un extenso repertorio de cantos iniciados con Cantemos al amor de los amores y seguido por Me eligió tu amor, Anima Christi y Cor Iesu. Salvando a quienes se arrodillaron para reflexionar a recibir a Cristo, muchas de las miradas se centraban en la reproducción de la pintura que Raúl Berzosa ha realizado para la ocasión.

Tras las bendiciones finales, el canto de la Salve Regina se hizo presente en otra posición para dar la categoría de cierre al Himno del Padre Arnaiz. Compuesto por Juan Manuel Montiel y convertido en semblanza cantada de la vida del beato, construyendo su discurso en el mensaje que legó el jesuita en vida, desbordó las emociones en la Catedral para dar fin a uno de los instantes más intensos de la jornada.

Para el padre Arnaiz, como para cualquier discípulo de la Compañía de Jesús, en todo amar y servir. Quienes creyeron en el hoy beato acompañaron su magisterio hasta la penúltima etapa de su peregrinación. Un milagro separa al religioso de la santidad, una meta con muchas posibilidades si, entre los creyentes, la fe es capaz de seguir moviendo montañas.

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