Málaga

Vértice sentimental de la ruina

  • Tiene sentido: convertir lo que fue el cine Astoria en sede de la Fundación Málaga Ciudad Cultural significa dedicar un edificio fantasma a un proyecto fantasma l Pero, mientras tanto, cada paseo por la Plaza María Guerrero es como una violación de la memoria l La ciudad recordada es más viva

AYER jueves se cumplieron exactamente seis años de la última proyección del cine Astoria. Recuerdo que la noticia cayó como un mazazo en la redacción, los fotógrafos salieron pitando a por imágenes de las últimas sesiones mientras los redactores nos las componíamos para reconstruir la historia del edificio. La del Astoria fue durante muchos años la sala más grande de la ciudad. En mi infancia no fui muy asiduo porque me pillaban más cerca el París, el América Multicines y el Palacio del Cine, pero recuerdo cómo me impresionaban las mudas filas de butacas, la enorme pantalla, los telones ya raídos y oscuros que la rodeaban. Creo que mi primer recuerdo en el Astoria se remonta a Superman III: yo tenía 7 años y acudí de la mano de mi padre, nervioso, inquieto en la larga cola mientas esperábamos para comprar las entradas. No veía la hora de dejarme caer allí dentro y embriagarme del tono épico de la música, los títulos de crédito y la primera imagen del héroe volando a sus anchas. Algunos años más tarde fui con mi hermano a ver Superman IV y claro, ya no era lo mismo. Mi historial cinéfilo con respecto al Astoria no es, insisto, muy largo, pero contiene episodios notables. Con 15 años fui a ver Instinto básico con una chica que estudiaba conmigo en el Conservatorio y que me gustaba. Yo andaba como recién caído de un guindo y no sabía a dónde me metía (lo juro), así que recuerdo haber pasado una vergüenza atroz cuando aquello comenzó a calentarse mientras el Douglas y la Stone se lo montaban a lo bestia en la cama. Mi acompañante, para mi primer alivio y posterior consternación, se lo tomó con mucho humor. Por mi parte, sólo pude aprender la lección y aficionarme al Fotogramas para no volver a meterme en el cine a ciegas, y mucho menos acompañado. Por aquella época vi también en el Astoria otras películas decisivas, como El silencio de los corderos de Jonathan Demme y El cabo del miedo de Martin Scorsese, éstas con mi amigo Emilio, compañero inseparable de disquisiciones pseudointelectuales adolescentes. Había que vernos después intentando descifrar el mensaje. Con posterioridad me gustaron mucho Los sin nombre de Jaume Balagueró y Trabajos de amor perdidos, la comedia musical basada en la obra de Shakespeare que sigo considerando una de las mejores películas, aunque menos reconocidas, de Kenneth Branagh. Recuerdo (fue hace poco más de diez años) que fui a verla solo y que al salir iba por la Plaza de la Merced canturreando como un idiota aquello de "Heaven, I'm in heaven"... En el cine Victoria, en la misma manzana, recuerdo haber visto sobre todo cine español: La buena estrella de Ricardo Franco (junto a otra compañía femenina que terminó también en el saco de las historias), El hijo de la novia (vale, ésta es argentina) y, la última, El milagro de Candeal, con Manuela. Mucho tiempo, en fin, he pasado metido en esa manzana. Y por aquello de la magia del cine, ese tiempo se resiste a ser olvidado.

Desde entonces, he visto los locales del Victoria y el Astoria sumidos en su ruina, convertidos en picaderos y nidos de alimañas. Sólo hace unos meses vi cómo salían de debajo de las puertas apuntaladas del Victoria, por una abertura de centímetros, dos personas que se arrastraban por el suelo y emergían desde una oscuridad llena de insectos. Para quien ha sufrido la misma cochambre en su corazón, seis años de caída libre constituyen un plazo inaceptable. Convertir la misma manzana, como quiere el alcalde, en la sede de la Fundación Málaga Ciudad Cultural, significa dar un edificio fantasma a un proyecto fantasma. Pero si así se evita la sangría urbana, lo aceptaremos como mal menor. La paciencia, Santa Teresa, no lo alcanza todo.

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