Los cadáveres inadvertidos

El abandonado recinto Eduardo Ocón es uno de los ejemplos más evidentes de cómo el progreso se desarrolla en esta ciudad a costa de la ruina de lo ya establecido Y eso, a sólo un tiro de piedra

El recinto Eduardo Ocón, en el Paseo del Parque: aquí también es más fuerte el olvido.
El recinto Eduardo Ocón, en el Paseo del Parque: aquí también es más fuerte el olvido.
Pablo Bujalance

15 de marzo 2015 - 01:00

YA en mi niñez, recuerdo, acudí a algunos espectáculos acompañado de mis hermanos, pero comencé a frecuentar el recinto Eduardo Ocón en mi adolescencia, hecho un mequetrefe lampiño, por mi cuenta. Me gustaba asistir a los conciertos de rock del MálagaCrea, y no mucho después a las funciones de teatro que se celebraban en las noches de verano. Aquí vi por primera vez a compañías como el Teatroz de Juanma Lara con Religión, y a El Espejo Negro de Ángel Calvente con El circo de las moscas (recuerdo a los padres huyendo despavoridos con sus hijos en brazos: habían acudido a ver una obra de marionetas, y se habían encontrado esto mismo, sí, pero también otra cosa). Luego vinieron los ciclos municipales de cine, y el Teatro Cervantes aprovechó el enclave en alguna de las últimas ediciones del festival Terral para ciertos conciertos y talleres de música africana, sin demasiado éxito. Para mí, de todas formas, la consagración definitiva del Eduardo Ocón había llegado mucho antes, cuando en la contraportada del disco de Tabletom Inoxidable, lanzado allá por 1992, aparecía Rockberto plácidamente acomodado, posado más bien, en uno de los asientos de plástico azul de aquel graderío rudimentario. Pero fue el mismo Ángel Calvente quien llamó la atención hace unos días, en un debate sobre la proyección cultural de Málaga organizado por este periódico (y traducido en un extenso artículo publicado hace unos días), respecto al penoso estado en que se encuentra el recinto. Y, aunque nunca lo he perdido de vista, volví a pasar por allí un par de días más tarde para comprobar in situ, y con calma, que el Eduardo Ocón participa ya también de la carcoma mayor de esta ciudad llamada ruina. Es curioso, porque siempre recuerdo el lugar, tan gracioso y anacrónico, como caído allí desde otro tiempo, hecho un verdadero desastre; pero la tragedia de ahora es distinta. Uno piensa que se hizo aquí una reforma hace nada y se le cae el alma a los pies. El Eduardo Ocón refleja un pobre paisaje de abandono, destrozado, cubierto de pintadas y muy sucio. El típico sitio por el que no pasa nadie. Y ésta, más que la desatención, es la verdadera razón de su ruina: nadie tiene motivos para meterse aquí, a ver qué se cuece, sencillamente porque no se cuece nada. No deja de ser paradójico que en una ciudad con trescientos días de buen tiempo al año un auditorio al aire libre, ubicado en un entorno como el Paseo del Parque, con tanta historia contada en sus estrías y tanta memoria cultivada en los malagueños, se vaya cayendo a trozos sin remisión.

Aunque la verdadera paradoja se encuentra a un tiro de piedra, al otro lado del Paseo de los Curas. Y es que el problema del Eduardo Ocón rebasa, con mucho, sus límites. Hace justo una semana pasé por el Palmeral de las Sorpresas, en un domingo soleado, y apenas cabía un alma. En el Muelle Uno, muy cerquita del Cubo, entre todo el gentío, una banda de la Asociación de Jazz de Málaga hacía de las suyas por Duke Ellington y el público congregado a su alrededor se ponía a bailar. Y sí, todo sabía a gloria, Málaga mostraba su imagen más admirable y reconciliadora, ésa por la que siempre será preferible vivir aquí, donde un servidor vino al mundo. Sin embargo, poco después me acordé de lo que había visto poco antes en el Eduardo Ocón, reducido a refugio de mendigos, que también tienen los mendigos derecho a un refugio, y pensé en lo bien que hubiera quedado el mismo grupo de jazz aquí. A un tiro de piedra. Hasta han puesto un paso de cebra y un semáforo que conectan el recinto con el Palmeral. Pero no, el Eduardo Ocón es ahora un cadáver inadvertido al lado del bellezón del Puerto. Y pensando en estas cosas uno cae en la cuenta de que el tiempo pasa muy rápido: hace dos días era justo al contrario, la gente venía al Eduardo Ocón a escuchar conciertos mientras que por el Puerto, con el silo que se alzaba precisamente a espaldas del recinto, no pasaba ni un alma. Después ganamos el puerto, que era una reivindicación histórica, pero lo hicimos a costa de perder el Parque. Hasta la Feria del Libro se trasladó para no contagiarse de la ruina. Ya sólo falta llevar el Ayuntamiento y el Rectorado junto al Cubo y todo estará consumado.

Así son las cosas aquí: cada nuevo signo del progreso se hace siempre a costa de algunos muertos. Lástima del Eduardo Ocón. Mejor, casi, tírenlo abajo.

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