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La clonación humana y sus demonios digitales

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La clonación humana y sus demonios digitales

Escrito por

Manuel Castelló González

Cada vez parece más probable que a medio plazo el avance de la tecnología y la medicina nos lleve a la aparición de una especie de humano distinto al que conocemos hoy en día, el problema ya es real y también lo vamos a ver en el ciberespacio en menos tiempo.

A nivel físico no será un ser con rayos laser en los ojos, ni volará como un súper héroe, nada por el estilo. Hablamos de cambios más sutiles al principio y no sabemos hasta dónde van a llegar por mucho que las leyes de la civilización se empeñen en evitarlo. No es un dato muy conocido pero los primeros seres humanos modificados genéticamente ya están aquí desde hace un tiempo: son tres niñas que viven ocultas en algún lugar de China bajo supervisión del estado el mayor de los secretos.

En algún lugar de China viven en el más profundo anonimato las tres únicas personas cuyos embriones han sido modificados genéticamente. Para que esto haya sucedido solo ha sido necesario alguien dispuesto a saltarse las leyes con un ego más grande que La Alcazaba de Málaga y suficientes conocimientos para lograrlo. En este caso, el investigador He Jiankui, desde Schenzen (China) donde valiéndose de las herramientas de edición génica CRISPR-Cas 9 modificó varios embriones humanos, algo prohibido rotundamente incluso en el país oriental. Tras anunciarlo a bombo y platillo en la segunda cumbre internacional sobre la edición genética en humanos de Hong-Kong se considera una de las charlas científicas más vistas de la historia, aunque el mad-doctor terminó entre rejas y recibió una reprobación de la comunidad científica casi unánime. De esto hace ya más de tres años.

Los delirios quedaron en evidencia al conocer un manuscrito del científico donde pretendía generar una estirpe de niños inmunes al SIDA y resistentes a la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) tras inactivar el gen CCR5 que codifica el correceptor que usa el virus para introducirse dentro de los linfocitos. Lo cierto es que no lo consiguió, CRISPR no es una herramienta perfecta y con seguridad provocó daños en el material genético de las niñas. Pero aunque la comunidad científica internacional reclama conocer los efectos sobre las niñas y su actual estado de salud, el estado Chino se niega en rotundo a compartir información alguna, presumiblemente al considerarla una información estratégicamente única aunque bajo el pretexto de máximo respeto a la privacidad, algo que viniendo de este país casi resulta un chiste agridulce.

En 1997 se firmó en Asturias el primer acuerdo internacional que incluía la prohibición expresa de clonar seres humanos. De hecho, hoy en día ni siquiera sabemos con certeza si solo se trató de la idea de un investigador con aires mesiánicos o si recibió apoyo institucional y económico para ser los primeros que realizaban una edición genética sobre embriones humanos que acabarían naciendo. Pero una fuerte duda queda en el aire: sabemos que diversos colaboradores extranjeros no alertaron a las autoridades chinas o internacionales tras confesarle He Jiankiu sus intenciones. Y lo peor fue que en las primeras horas tras el anuncio las fuentes oficiales de su compatriota elogiaron su trabajo en varios comunicados que borraron tras el rechazo internacional.

21 países suscribieron en Asturias el primer acuerdo internacional que incluía la prohibición expresa de clonar seres humanos. En 2005 el comité jurídico de la ONU aprobó una declaración internacional en la que se pide a los países que prohíban todas las formas de clonación humana, pero la resolución solo obtuvo 71 votos a favor, 35 en contra y la abstención de 43 países, incluidas las naciones islámicas. Han pasado los años y los acuerdos dejan claro que muchos países no están por la labor de seguir un código ético que nos proteja de estos experimentos, mientras que los avances en genómica se suceden a toda velocidad.

Un dilema similar y de más difícil solución surge en el metaverso donde la clonación ilegal se ramifica en múltiples direcciones. La más obvia es por supuesto, la que codician los ciberdelincuentes, es decir copiarnos sin más, ya que nuestro avatar, es decir nuestro “yo” virtual en el ciberespacio nos representa y puede disponer de nuestro dinero para realizar transacciones económicas o incitar a otros que las realicen. Por supuesto, duplicar a alguien en el Internet significa que se podrán realizar delitos más complejos, pues si alguien no es capaz de identificar al interlocutor real y muestra una gran querencia hacía este resultará fácilmente manipulable al poner en su boca las palabras con las que el delincuente pretenda alterar las intenciones de un tercero.

Pero existe otro igual de preocupante y real que afecta ya a miles de usuarios de videojuegos y que podría agravarse en el metaverso, llamado dismorfia, es decir una auto-percepción corporal equivocada de la cual nos avisaba hace poco Tanya Basu en un trabajo para MIT Technology Review donde revisaba múltiples estudios alertándonos sobre como las opciones de representación hiperrealistas podrían agravar trastornos sobre la propia imagen, la salud mental y como las modificaciones que hiciésemos en nuestros cuerpos digitales a modo de inspirados doctores a lo He Jiankui podría llevarnos a rechazar nuestro propio cuerpo físico, reducir la diversidad y fomentar los estereotipos idealizados.

El efecto de los entornos virtuales sobre la percepción que tendrán los niños sobre su propio cuerpo es un preocupante enigma sobre el cual no tenemos respuestas a día de hoy. Nuestros avatares pueden salvar obstáculos relacionados con nuestro devenir vital como poder volver a caminar si nuestra condición ha quedado alterada por un accidente o enfermedad, ¡eso será maravilloso!, pero otra cosa es poseer la capacidad de volar o tener una fuerza descomunal hasta el punto de desear ser nuestro yo virtual alterado en el mundo real.

El metaverso es la nueva frontera de la percepción, se nos muestra como un lugar donde la capacidad para crear mundos, variantes de la realidad y de nosotros mismos será infinita, pero debemos ser conscientes de los límites y entender que “crear libremente” no es lo mismo que “crear responsablemente”, alterar nuestros cromosomas digitales al igual que en la realidad puede llevarnos a consecuencias catastróficas de no entender que estamos cambiando. Cómo siempre que el ser humano conquista nuevos territorios, que florezca una brillante civilización dependerá de nuestra moral y ética.

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