La conexión múltiple
Mestizo, diverso en sus formas arquitectónicas y urbanas, lugar de paso superpoblado y anclado en su polifonía de contrastes, este barrio sostiene algunas de las señas de identidad más amables de la ciudad

Para buena parte de la ciudad, Gamarra representa poco más que un lugar de paso, la conexión entre cierta Málaga autóctona y guerrillera, la de la Trinidad y Los Castillejos, y la extensión urbana moderna y cosmopolita, la que se abre en los nuevos Percheles más allá del Puente de las Américas. El nudo que forman las calles Doctor Escassi, Ingeniero de la Torre Acosta, Martínez Maldonado y la avenida de Carlos Haya, con la gasolinera de Las Chapas como punto de encuentro conservado en la memoria de unas cuantas generaciones, es un espectáculo diario de tráfico y más tráfico, de gentes que luchan contra el tiempo en busca de sus puestos de trabajo, sus hogares o cualquiera que sea el sitio en que les esperen. Por esta exposición transitada, precisamente, Gamarra permanece oculta a la mayor parte de los ojos que la atraviesan diariamente. Pero aquí tiene Málaga algunas de sus connotaciones más amables, así como algunos de sus contrastes más acusados. Las diferencias arquitectónicas y urbanísticas pueden llegar a ser vertiginosas, como un catálogo de tendencias del último medio siglo resumido en un tramo demasiado breve, pero sorprende, al cabo por el uso libre que la vecindad hace de los espacios, la naturalidad con la que estos extremos conviven. Gamarra constituye también la vertebración natural de Nueva Málaga hacia las zonas tradicionales de la urbe, la extensión de este experimento residencial hacia las mansedumbres acostumbradas de la avenida Herrera Oria y la calle Hilera. En Gamarra conviven casas blancas de dos plantas con algunos balcones a rebosar de geranios y aparatosos edificios de apartamentos cuyas fachadas delatan ya el desgaste inflexible del tiempo. Del mismo modo, la población que ocupa estos espacios es diversa, amplia y mestiza: jubilados de insobornables liturgias diarias y encuentros imperdonables en los bares más antiguos, familias de clase media con el agua al cuello por la crisis, ciudadanos originarios de América Latina, el norte de África y el Lejano Oriente con largas trayectorias vinculadas ya a Málaga, profesionales liberales, estudiantes y otras especies se dan cita cada día en sus calles mientras buena parte de la ciudad pasa cotidianamente delante de sus narices sin percibirlos, sin darse cuenta. Gamarra queda también articulada, en su fisonomía y en su historia, a través de algunos centros educativos imprescindibles para la ciudad: la antigua escuela de jesuitas que dio nombre al barrio, el Colegio Virgen Inmaculada de las Hermanas de Jesús que a su vez recibió el nombre del barrio y el Colegio La Purísima, pionero en España en la atención a alumnos con sordera. Todo el barrio, ya sea en las casas encaladas o en los edificios más altos y más próximos a Nueva Málaga, conserva en sus estrías a antiguos alumnos de estos templos. Lo cierto es que, a pesar de toda esa renovación social, en Gamarra existe la tendencia a la permanencia: muchos de quienes nacieron aquí hace treinta o cuarenta años continúan viviendo en el barrio, ya en sus propios hogares pero cerca de los paternos, como si compartieran cierta resistencia a marcharse a otra parte. Por eso, Gamarra es la suma de la totalidad de esas historias de transición, del pasado al presente sin salir del perímetro, lo que se traduce de manera directa en todos sus contrastes, abruptos a la vista, naturales para el instinto.
El entorno más hermoso de Gamarra es el de la parroquia de La Purísima Concepción, donde abundan esas casas de vecinos blancas y soleadas, de escasa altura y puertas casi siempre abiertas, así como jardineras especialmente florecientes en esta primavera, así como bancos en los que los abuelos encuentran el reposo perfecto tras el paseo de sus nietos. En esta mañana de sábado el mal tiempo ha dado una tregua y los niños juegan en algarabía, hay jovencitos que pasean a sus perros y señoras de melena cardada y ánimo brillante que han quedado para tomar café con churros. Los jardines se mantienen razonablemente limpios. Otras señoras mayores, algunas tocadas de riguroso luto, se disponen a entrar a misa, pero lo doméstico toca el ambiente y lo domina, hay delantales de cocina y pantuflas, periódicos desplegados en los que cuatro pensionistas rematados con gorras y mondadientes leen la misma noticia mientras la comentan en voz alta, con tanto paro no sabemos a dónde vamos a llegar. A escasos metros, la calle Doctor Escassi, verdadero eje vertebral del barrio, funciona como frontera que separa este costumbrismo sereno y complaciente de otro mundo feroz marcado por la velocidad, el tránsito, la aceleración continua que revela un frenazo sostenido: poco en Gamarra parece haber cambiado en los últimos años. Pero también aquí, aunque inadvertidos, se distingue fácilmente a los vecinos: la mayoría transporta cosas, en bolsas, en paquetes, en motos. Se adivina una actividad económica a pequeña escala, el reino de lo que antaño llamaban la chapuza, para ir tirando. Un chico con camiseta de pintor detiene su coche en doble fila, saca una escalera y unos botes y entra a toda velocidad en un portal, del que sale otro muchacho que se lleva el coche, seguramente para aparcarlo en lugar seguro. En las puertas de algunos bares, otros hombres mayores y algunas mujeres comentan las noticias del día, cierta boda celebrada en Londres, el caso de alguien que se ha quedado en el paro después de que la empresa en la que trabajaba, un pequeño negocio relacionado con la informática, decidiera prescindir de sus servicios. "Aquí se busca cada uno la vida como puede", dice un tipo con pinta de pertenecer a la policía secreta cuando remata la cerveza de antes del mediodía, "como todo el mundo". Entre la calle Sondalezas y la Travesía de Gamarra la arquitectura se hace rabiosamente a trozos, a base de ángulos agudos y de rupturas, de alturas innecesarias, como para dejar claro que se trata de otro barrio, pero los pobladores de los bares, de los jardines, quienes pasean a sus perros y se lamentan de que no encuentran trabajo son los mismos. El barrio es uno. Muchos comercios han cerrado sus puertas. Una mujer africana camina con su bebé a la espalda. Málaga es adorable y promete lluvia.
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