La discreta mansedumbre

En paralelo a la Avenida de Andalucía, entre el antiguo matadero y el Edificio Negro, esta extensión se perfila como una de las zonas más amables y dinámicas de la ciudad, aunque no con todo a favor

La discreta mansedumbre
Pablo Bujalance / Málaga

20 de marzo 2011 - 01:00

Pero, ¿es La Aurora un barrio, o no lo es? Según la delimitación municipal, sí. Pero un hombre de gesto apresurado que compra el periódico en el quiosco justo frente a La Canasta discrepa: "Aquí no se conoce nadie. Yo mismo he conocido a gente fuera de aquí y después de varias conversaciones nos hemos dado cuenta de que hemos sido vecinos durante veinte años. No hay un sentido vecinal, cada uno va a lo suyo". Realmente, en cuanto a disposición urbanística también resulta difícil ver aquí un barrio: la avenida que le da nombre se extiende entre el antiguo matadero y el Edificio Negro (aunque oficialmente lo hace hasta Correos, más allá del Usos Múltiples el mundo es otro) en una sucesión de bloques de viviendas, sedes institucionales y áreas ajardinadas inclinadas al tránsito, poco propicias al encuentro y la participación. No hay, por ejemplo, un centro definido, una gran plaza que sostenga la gravedad del enclave.

Hay abundantes zonas peatonales (como las anchas aceras entre la Avenida de la Aurora y la de Andalucía, el callejón que se extiende entre la Plaza Babel y La Canasta, los jardines de Pablo Picasso y los que rodean el Puente de las Américas y la calle Monseñor Óscar Romero, donde unos columpios venidos a menos se mecen a merced del viento, en una estampa apocalíptica), pero poco escaparate, poco espacio abierto donde lucirse. Poca ciudad para compartir. Una señora que cruza por la sede de la Delegación de Justicia y Administración Pública desde la calle Horacio Lengo apunta su versión: "En el barrio hay algunas peñas, sitios en el que se reúnen los vecinos casi todos los días. Y cuando hace falta los vecinos se movilizan, en los últimos años se han reformado algunos edificios". El bar restaurante Los Marfiles cumple una función de centro neurálgico, es fácil encontrar allí a quien sea tomando café o una cerveza, y además se puede comer muy buen pescado. Justo al lado, La Canasta es posiblemente el emblema del barrio (o no barrio), la que fuera sede principal de la franquicia hasta que abrió recientemente la de la Plaza de la Constitución, con su coqueto salón de té, su panadería de aromas irresistibles y su acabado británico. De manera que sí, algunos vértices reconocibles hay en este tramo urbano que nació para conectar el centro con las poblaciones obreras de Carranque y la antigua Carretera de Cártama. Aunque la taxonomía represente aquí un interrogante.

En lo que sí coinciden buena parte de los vecinos es en señalar el aceptable nivel de calidad que se respira en el barrio. La mayoría destacan su seguridad, la variedad de comercios que se ofrecen en sus calles, incluso su limpieza (aunque un simple paseo basta para comprobar que, en realidad, ésta deja bastante que desear en algunos tramos). Como una mansedumbre apacible y discreta en la que todo está puesto al servicio del usuario. Pero no siempre fue así. Allá por los 80, cuando en el lugar en el que hoy se levanta la Delegación de Justicia había un polvero y la distribución actual ya estaba bien definida, La Aurora no era precisamente una zona recomendable. Un vecino que se protege de la lluvia que empieza a caer con un paraguas desvencijado recuerda cómo en los bajos de los bloques de viviendas levantados justo frente a La Canasta, entre las calles Monseñor Óscar Romero y Edom, "venían a pincharse mientras los niños jugaban al fútbol, y así fue hasta que decidieron vallar los bloques". Lo mismo recuerda del paso subterráneo que antiguamente cruzaba la Avenida de Andalucía, a la altura de la calle Palestina: "Se abrió aquello para no interrumpir el tráfico por la avenida con semáforos, pero pronto se convirtió en un picadero, así que cualquiera se metía por allí. Los peatones preferían jugársela y cruzar entre los coches. No había ni un paso de cebra. Luego hubo algún accidente y claro, el Ayuntamiento cerró el paso subterráneo y puso los semáforos". Todavía se mantienen en la Avenida de Andalucía los accesos a este paso, convenientemente sellados. Algunos niños se encaraman a su cima y juegan a una altura considerable sin medida alguna de seguridad. El mismo vecino recuerda que la misma Avenida de la Aurora revestía un problema semejante: "Lo único que había para cruzar era un paso de cebra en toda la avenida, pero los coches acostumbraban a circular por aquí muy deprisa y los conductores ni lo veían. Recuerdo que una vez atropellaron a un anciano y murió. Entonces hubo una manifestación, los vecinos cortaron la calle un día entero. El Ayuntamiento tardó, pero al final puso los semáforos, que era lo que se pedía. Desde entonces apenas ha habido accidentes".

Los aparcamientos contiguos a La Canasta y el de Plaza Babel (donde, por cierto, abre sus puertas uno de los restaurantes chinos más recomendables de la ciudad) están habitualmente saturados. Abunda la doble fila y la invasión de plazas de minusválidos, prácticas a las que el Ayuntamiento se enfrenta a base de multas e imponiendo la ley del Sare. Pero uno de los recodos más amables de la zona es la calle Horacio Lengo, que se prolonga hasta la Cruz de Humilladero. Hay comercios tradicionales de comestibles y un Mercadona atestado, autoescuelas, tiendas de moda y de los más diversos productos y algunos bares, sobre todo en la intersección con la calle Gerona. El flujo humano es además mucho mayor, así como la variedad social de quienes lo componen: hay ciudadanos de Europa del Este que tocan el acordeón y hombres de negocios con el pelo engominado y pinta de llegar tarde a todas partes. También se disponen algunas de las primeras urbanizaciones protegidas de la ciudad. La Aurora es, en su mayor parte, un barrio de clase media, pero también anidan en sus estrías, especialmente en los bloques de mayor altura, ciertos exponentes de la nueva burguesía, profesionales de alto copete que se anuncian mediante placas brillantes que ocupan buena parte de los portales (algunos de los abogados y médicos más prestigiosos de la ciudad viven aquí). De vuelta a La Canasta, un tipo circula feliz en bicicleta a pesar de la lluvia, como si nada fuera con él. Pónganle música: "Raindrops keep falling on my head..."

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