Málaga

Drogadicción en Málaga: “Antes los adictos eran marginales; ahora son trabajadores de clase media”

La monitora del taller de Deportes indica un ejercicio a un usuario.

La monitora del taller de Deportes indica un ejercicio a un usuario. / Javier Albiñana

Las adicciones han cambiado y mucho en las últimas cuatro décadas. A finales de los 80, el perfil del drogadicto era el de un yonki enganchado a la heroína con un deterioro físico evidente que los hacía distinguibles fácilmente. Ahora, es el de un consumidor de cocaína, alcohol o ambas sustancias cuya adicción pasa más desapercibida. Por eso, la drogadicción se ha invisibilizado. Pero, aunque se vea menos, el problema sigue estando ahí. Los más de 4.200 pacientes atendidos el año pasado en el Servicio Provincial de Drogodependencias de la Diputación lo demuestran.

Juan Jesús Ruiz es médico especialista en adicciones. Lleva toda la vida trabajando en este ámbito y es el director del Centro Provincial de Dependencias (CPD). Explica que los drogadictos “antes eran marginales y ahora son trabajadores de clase media; gente normal y corriente, con su trabajo y su familia”. No obstante, debido a las consecuencias económicas y sociales de una adicción, en muchas ocasiones acaban perdiendo su empleo y su pareja. Aunque por sus características la drogadicción ahora no sea tan notoria, Ruiz advierte de los efectos devastadores para la persona: “En la época del sida y la heroína, sufrían un gran deterioro físico. Ahora, sufren un gran deterioro psíquico”.

Carlos, en el taller de Artes Plásticas, realiza una cerámica sobre El Cautivo. Carlos, en el taller de Artes Plásticas, realiza una cerámica sobre El Cautivo.

Carlos, en el taller de Artes Plásticas, realiza una cerámica sobre El Cautivo. / Javier Albiñana

La sustancia más habitual es la cocaína, seguida de cerca por el alcohol. Aunque a veces hay un consumo mixto de ambas. En tercer lugar se sitúa el cannabis y en cuarto, los opiáceos. En esta última categoría se incluyen tanto la heroína –que es ilegal– como ciertos fármacos –que son drogas legales que se prescriben contra el dolor, pero que acaban generando adicción–, como el fentanilo o el tramadol. Debido a que las sustancias que más se consumen en la actualidad provocan menor daño físico o que están socialmente aceptadas –como el alcohol–, la drogadicción se ha normalizado.

La mayoría de las personas que acuden al CPD para desintoxicarse y deshabituarse de su consumo son varones. Estos representan en torno al 85% en relación con las mujeres, que suponen alrededor del 15%. Estas cifras se refieren a las adicciones en general. Pero en el caso de la dependencia de las benzodiacepinas –que son fármacos tranquilizantes–, las mujeres son mayoría. Que las usuarias en general sean menos en el CPD que los varones se debe a la histórica discriminación social de la mujer, que suele anteponer sus obligaciones familiares. “Es más difícil que en la mujer la prioridad sea la desintoxicación y la deshabituación”, indica Ruiz.

El facultativo recuerda que la Organización Mundial de la Salud (OMS)considera que una adicción “es una enfermedad crónica y recidivante”. Es decir, que dura mucho tiempo –a veces toda la vida– y con posibilidad de recaídas.

Cuenta el director del CPD que la primera atención a una persona que pide ayuda al centro, es derivada desde alguna otra institución o es traída por familiares se da antes de dos semanas. “Tenemos que darle una respuesta lo antes posible porque su motivación puede ir decayendo conforme vaya pasando el tiempo”, explica.

Aclara que “la mayoría acude de motu propio”. Pero también hay derivaciones desde hospitales y centros de salud. La asistencia es gratuita e integral. El tratamiento, en la amplísima mayoría de los casos es ambulatorio. Ruiz señala que esto es posible porque alrededor del 95% son personas normalizadas e integradas social y laboralmente. En casos excepcionales, el CPD echa mano de recursos residenciales, como comunidades terapéuticas, pisos de apoyo, centros de acogida o unidades de desintoxicación de los hospitales.

En estas casi cuatro décadas, el Servicio de Drogodependencias de la Diputación –en el que se aglutinan el CPD, el equipo de intervención de la prisión provincial y sus otros centros– ha tratado a más de 31.000 adictos. Desde menores enganchados a los porros hasta una abuela con 84 años que tomaba fentanilo para el dolor y acabó siendo adicta a esta sustancia.

El cambio hacia un progresivo incremento del consumo de cocaína se produjo en torno a 2007. Por lo general, se consumen varias sustancias. Porque a las drogas ilegales, se les suman las legales, entre las que se sitúan el alcohol y el tabaco. En definitiva, un cóctel que destroza cuerpos y mentes. Ruiz explica que al principio la sustancia se consume “para sentirse muy bien” y una vez enganchado, “para no sentirse mal”. Precisa también que más de la mitad sale adelante, que más del 80% mejora su calidad de vida y que una alta proporción, aunque sufra recaídas, no consume durante periodos prolongados. “Y si hay recaídas, aquí estamos”, dice el director del CPD que aclara que en el centro “no quitamos a nadie de nada”, sino que son los propios pacientes los que se quitan de las adicciones.

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